miércoles, 24 de septiembre de 2008

El amor verdadero.


El gusanito se arrastraba por la arena húmeda del camino junto a la pradera, era su preferida. El frescor le aliviaba el cuerpo y podía restregarse con los ásperos tallos de hierba. Iba pensativo el gusanito (al que a partir de ahora llamaremos Gusanito). Reptaba meditabundo, sumergido en su mundo de confusión y dolor profundo. Vivía en un agujero desde largo tiempo ya, pero no estaba a gusto. Sentía que se le quedaba estrecho, tanto, que a veces se asfixiaba y necesitaba salir a dar paseos como este que ahora disfrutaba.

Había intentado mudarse varias veces, había explorado otros agujeros, pero nunca había permanecido en ellos mucho tiempo. Ninguno era lo suficientemente bueno como para merecer el trastorno de una mudanza. Una vez encontró uno que le hizo meditar la posibilidad, quizás no de cambiarlo por el suyo, pero que tal vez seria bueno como segunda residencia. Gusanito (¡qué nombre más tonto para un gusano!) había llegado a esa edad en que conviene progresar, dar un paso adelante, adquirir nuevas posesiones. No hubo lugar. El terreno no era bueno, resultaba muy arenoso, y el agujerito se hundió.

Pero en estos paseos que el gusanito (al de ahora en adelante llamaremos Llamaremos) daba para airearse, encontró una luminosidad enorme en el interior de un pedregal prácticamente inaccesible. Ya se sabe que la luz atrae a toda clase de bichos y el pedregal estaba abarrotado de todo tipo de ellos. Parecía un zoológico de insectos, larvas y otras repugnancias. Salvo por el hecho de que no existían rejas ni fosas, todo el que quería irse era libre de hacerlo, pero por algún oscuro (bueno, exactamente lo contrario) motivo eran muy escasos los que se marchaban de allí para no volver al poco rato o al día siguiente. Llamaremos, con esa habilidad que tienen los que saben encoger y alargar su cuerpo, logró arrimarse a las proximidades de la potente luz. Era tan fuerte su fulgor que no se podía apreciar la forma que la irradiaba. Pero Llamaremos (indudablemente este nombre provoca confusión, le llamaremos mejor Mejor) al acercarse pudo comprobar que no solo despedía luz, también emitía deliciosos susurros. Mejor se atrevió a dar contestación a aquellos dulces sonidos y recibió, a su vez, respuesta. Se estableció una bonita relación entre Mejor (es mejor nombre pero no acaba de definir muy bien al gusano) y la luz. El gusanito siempre volvía al pedregal, no podía alejarse mucho tiempo de su luz. Esa luz le provocaba serenidad, le abría caminos nuevos a su pensamiento. Además la luz le había dicho alguna vez que era muy listo (¡Listo!, Listo es mucho mejor que Mejor, definitivamente llamaremos a nuestro gusano Listo) y no hay bicho sobre la tierra que no se sienta atraído hacia una luz que te llama listo.

En sus conversaciones iniciales los dulces susurros casi se convirtieron, en alguna ocasión, en estruendosos chirridos, pero nunca llegó a ocurrir. Al contrario, hubo algunas ocasiones en que la conversación se hacia tan fluida que Listo pensaba que pertenecía a esa clase de gusanos que se convierten en mariposa, y que ya estaba volando. Generalmente después de estos arrebatos dialécticos, la luz entraba en grandes periodos de silencio en los que Listo sufría mucho. Pero el gusanito pensaba que, sin duda, la luz lo hacia por su bien, para endurecerlo. Formaba parte de las enseñanzas con las que la luz le estaba, obviamente, iluminando. Le había enseñado a fluir con la vida, pero también a fortalecer el espíritu. No obstante, el gusano se sentía raro. No solo había abandonado la búsqueda de nuevos agujeros a los que mudarse, sino que estaba empezando a encontrase a gusto en el suyo, que tan opresivo le había parecido no mucho tiempo atrás. Pero no solo sentía esos síntomas, había algunos otros mucho más preocupantes. Listo ya no veía películas pornográficas, no sentía esa necesidad casi vital, tan instructiva. Esto, con ser malo, no era lo peor: ¡Había empezado a emocionarse con las escenas románticas de las películas normales! ¿Seria un gusano hermafrodita y estaría mudando al género femenino? Pero cuando la luz mutaba, del luminoso blanco al estimulante rojo intenso, y dejaba de susurrar filosofía oriental para emitir sutiles y divertidas cochinaditas y perversiones, Listo disfrutaba con ello como un gusano. Esto no hacia sino extender su confusión desde la cabeza hasta el extremo opuesto, llenándolo en su "enteridad".

Hubo algún momento en que la luz dejó de ser absolutamente deslumbrante y el gusanito, siempre atento a su adorada luz, pudo observar que esta procedía un objeto de una perfección y belleza asombrosas. Se trataba de un poliedro regular de múltiples caras, imposibles de contar. Al poco tiempo, tras otro derroche de comunicación entre bicho y poliedro, este recuperó su brillo cegador y cayó en otro largo periodo de silencio.

Listo, que era muy... ¿listo?, que fluía con fluidez y que estaba suficientemente endurecido, no se preocupó por ello. Ya suponía que la luz tendría montones de bichos más que atender, y que cuando terminaba de atender a alguno habría otros cientos esperando ser, a su vez, atendidos, por lo que ni siquiera podría dedicar un segundo en cada uno de ellos para explicar, individualmente, la imposibilidad mencionada. También daba por hecho que en la concavidad del poliedro ocurrían cosas que impedirían a este, en muchas ocasiones, emitir susurros hacia el exterior. Incluso comprendía que habría momentos en que la luz susurrante no tuviese el poliedro "pa ná". Por eso, el gusano, plantado con más frecuencia en el pedregal que en su propio agujero, no cesaba de contarle cosas a la conversadora luminosidad en sus momentos de silencioso brillo. Confiaba en que sus letanías fuesen oídas en el interior de la geométrica forma, y que no estuviesen resultando una especie de gota malaya, sino más bien un reconfortante crepitar de leña ardiendo en el interior de un recogido hogar de ladrillo.

El gusanito listo, había alcanzado un estadio de placidez y felicidad, muy relajado, no pleno, pero agradablemente estable. Era listo Listo, y se encontraba muy a gusto consigo mismo, con su entorno, y con su extraña e hipnótica relación en el pedregal. Se sentía..., ¿cómo decirlo?, como un monje en un monasterio tibetano. Muy fluido (por este motivo quizás deberíamos llamar a Listo con un nombre más lama, pero esto solo añadiría confusión a su descripción).

Un día cualquiera, una mañana cualquiera, el gusanito descansaba sobre una hermosa y pulida piedra de pedernal, frente a su amada luz. De repente, observo una mancha oscura en el interior del brillante resplandor. Cuando sus ojos se adaptaron a ese contraste, distinguió claramente una especie de puerta en el centro de unos de los lados de la figura, justo en el que se presentaba perpendicular a él. Listo comprendió que eso era una clara invitación a acceder al interior. Tras el adecuado tiempo de instrucción y conocimiento mutuo, la luz estaba dispuesta a que conociese toda la verdad, desde el interior mismo del misterio. El gusano, completamente endurecido y orgulloso, penetro por el hueco dispuesto a dejarse fluir dentro.

En esos momentos era el gusano más feliz del mundo, y su dueño y portador no digamos, desde ese momento comprendió que nunca volvería a ser el mismo hombre que antes fue.

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