lunes, 9 de julio de 2012

El éxito con las mujeres




Hoy era el primer día en la vida de Ernestito Follarín, se había hecho su primera paja y el resultado sorprendente resultó muy satisfactorio, además comprobó que las niñas le gustaban y cuanto más le gustaban y pensaba en ellas más fundamento tenían sus manipulaciones y más le gustaba hacerlas. Verdaderamente hoy Ernestito Follarín había nacido a la vida.

Nota: Que fuese el día en que se hizo la primera no quiere decir que fuese la única, recordemos que se ha dicho que el asunto le gustó.

Salió de su casa dispuesto a compartir con el mundo su descubrimiento. Iba saltando alegre y distraído, sin notar que se estaba tocando la colita desde dentro de los bolsillos.

Nota: Santa inocencia, ¡como es la juventud!

Al llegar al comienzo del bosquecillo se encontró con una niña todita vestida de negro y con un pañuelo en la cabeza. Ernestito, encantado de la vida, se presentó.

- Hola, soy Ernestito Follarín. ¿Cómo te llamas tú?
- Eres muy descarado. Yo me llamo Julita Púdica.
- ¡Que nombre más bonito! ¿Me enseñas las bragas Julita?
- No me lo puedo creer. Tú no estás bien de la cabeza.

Durante largo rato la niña le explicó a Ernestito las ventajas de la vida recatada, y de no ir enseñándole las bragas al primero que pasa. Al acabar la charla Ernestito quedó muy contento con su nueva amiga y se citaron para otro momento. El niño prosiguió con su paseo notando que Julita le había puesto muy dura la colita. Paró un momento al borde del sendero y vació nuevamente su interior, sorprendido de lo rápido que se rellenaba. Pero si dejar escapar el liquido era tan satisfactorio no le importaba lo más mínimo, él estaría pendiente de no rebosar.

Continuó caminando y llegó al borde de un lago donde se encontró a una niña tomando el sol desnuda. Ernestito, encantado de la vida como continuaba estando, se presentó.

- Hola, soy Ernestito Follarín. ¿Cómo te llamas tú?
- Hola “pringao”. Soy Elenita Núdica.
- ¡Que nombre más bonito! ¿Me enseñas las bragas Elenita?
- Tú eres tonto chaval.

Tuvieron una larga conversación en la que Elenita le explicó a Ernestito lo absurdo que era llevar ropa, y como suponía un rasgo de libertad no tener que usarla y no avergonzarse del propio cuerpo. Ernestíto se maravilló de los argumentos de la niña, y quedó con ella para ampliar conocimientos sobre esta maravillosa forma de vida con tan poco gasto en tela. Pero mientras Elenita le contaba esas cosas se le había puesto la colita muy dura y tuvo que soltar la espita otra vez detrás de un matorral.

Se adentró en el bosquecillo y tropezó con otra niña recostada contra un árbol. Hoy era el autentico primer día de su vida, y seguía encantado con ella, tan educado como hemos visto que es este muchacho Ernestito se presentó.

- Hola, soy Ernestito Follarín. ¿Cómo te llamas tú?
- Hola chato, me llamo Susanita Pútica.
- ¿Qué nombre más bonito! ¿Me enseñas las bragas Susanita?
- Mira “espabilao” yo no llevo bragas.

Charlaron y charlaron, y Susanita le explicó las ventajas de no aplicar las normas morales de los demás y de someterse únicamente al buen juicio propio. Todo esto le pareció maravilloso a Ernestito y le pidió a Susanita que quedasen en otro momento para continuar con la conversación. Retomó el camino a casa y en la primera roca grande que lo ocultaba del sendero Ernestito, con una habilidad increíble para su corta edad, se alivió a una mano la hinchazón que había vuelto a producirse mientras estaba con Susanita.

Aligeró el paso por que se le iba a pasar la hora de su bocadillo de Nocilla y hay cosas que son sagradas.

Ernestito volvió a ver a sus amigas e hizo nuevas amigas, con el paso del tiempo se convirtió en Don Ernesto y siempre hizo honor a su apellido, siendo admirado en el arte de la seducción por sus coetáneos. Cuando cualquiera le preguntaba como era posible que tuviese tanto éxito con las mujeres, Don Ernesto contestaba:

- Son cosas que se aprenden el primer día de tu vida.

Don Ernesto exageraba, por que muchos muchachos nunca aprenden estas cosas ni en el último día de sus vidas, por este motivo hemos creído aconsejable mostrar por fin al mundo el primer día de vida de este hombre ejemplar.

Y que cada cual saque sus conclusiones.

Nota: Todos los niños de este cuento han sido representados por actores adultos y en ningún momento se ha hecho daño o maltratado a ningún animal.

viernes, 29 de junio de 2012

No es sexi pero jode.




En un planeta muy, muy lejano, de la galaxia Waltdisney, en un pequeño país ocurrían cosas sorprendentes.

El trabajador castor, dueño de un sencillo pero siempre prospero negocio, dialogaba en el despacho del banco con la hiena de su director y le explicaba los planes que tenía para salir del apuro en que se encontraba.

- Mira, mis ingresos han disminuido mucho y aunque he disminuido también mis gastos estos son ahora algo mayores que el dinero que gano, así que necesitaría un pequeño préstamo que me cubriese esa diferencia durante unos años, hasta que la situación mejore y pueda volver a tener beneficios.

La hiena, que siempre había tenido los ahorros del castor a buen recaudo en su banco y que empleaba para los negocios del banco y para que el banco obtuviese beneficios, le contestó.

- Eso que me planteas es imposible, si pierdes dinero, ¿como me lo vas a devolver?

- Pero la situación es temporal, no es culpa mía, es la economía general la que causa mis perdidas. Esto pasará, y con ese dinero no tendré que despedir a mis empleados.

Después de acompañar al castor hasta la puerta, lamentando mucho no poder ayudarlo, cerró su banco y se fue ver al rey, al Rey León.

- Majestad, mis ingresos han disminuido mucho y aunque he disminuido también mis gastos estos son ahora algo mayores que el dinero que gano así que necesitaría un pequeño préstamo que me cubriese esa diferencia durante unos años, hasta que la situación mejore y pueda volver a tener beneficios.

El Rey León que no estaba ingresando suficiente dinero por los impuestos debido a que la gente no tenía dinero para pagarlos, y que se veía obligado a pedir dinero prestado a buitres extranjeros, le contestó.

- Eso que me planteas es imposible, si pierdes dinero, ¿como me lo vas a devolver?

- Pero la situación es temporal, no es culpa mía, es la economía general la que causa mis perdidas. Esto pasará, y con ese dinero no tendré que despedir a mis empleados.

El Rey se miró las manos y afiladas uñas aparecieron de repente. Miró su cofre del tesoro para gastos reales bastante vacío y miró a su hiena con gesto de lastima.

- Creo que llevas un peso muy grande sobre tus hombros.

El rey pasó su poderoso brazo por el hombro de la hiena y la acompaño hasta la puerta del fondo de la sala.
Después de cortarle la cabeza a la hiena estúpida, el Rey León nombró a otra hiena en su lugar.

Al día siguiente esta nueva hiena recibía en su despacho a la trabajadora cigüeña, dueña de un sencillo pero prospero negocio y esta le explicaba sus planes para salir del apuro en que se encontraba.

- Mire usted señora nueva directora hiena, mis ingresos han disminuido mucho y aunque he disminuido también mis gastos, estos son ahora algo mayores que el dinero que gano, así que he pensado que necesitaría un préstamo que cubriese la suposición, que nunca se va a dar, de que dejase de ingresar dinero durante unos años, hasta que la situación mejore y pueda volver a tener beneficios. Como el préstamo será mayor que la verdadera cantidad que necesitaré nunca estaré apretada de dinero y podré seguir invirtiendo en mi negocio y aumentando el número de trabajadores que necesitaré.

La hiena, nueva directora de un banco que siempre había tenido en depósito los ahorros de la cigüeña y que empleaba para los negocios del banco y para que el banco obtuviese beneficios, le contestó.

- Eso que me planteas es imposible, si pierdes dinero, ¿como me lo vas a devolver?

- Pero la situación es temporal, no es culpa mía es la economía general la que causa mis perdidas. Esto pasará, y con ese dinero no tendré que despedir a mis empleados, y podré contratar otros nuevos.

Después de echar a la cigüeña, lamentando mucho no poder ayudarla, cerró su banco y se fue ver al rey, al Rey León.

- Majestad, mis ingresos han disminuido mucho y aunque he disminuido también mis gastos, estos son ahora algo mayores que el dinero que gano así que he pensado que necesitaría un préstamo que cubriese la suposición, que nunca se va a dar, de que dejase de ingresar dinero durante unos años, hasta que la situación mejore y pueda volver a tener beneficios. Como el préstamo será mayor que la verdadera cantidad que necesitaré nunca estaré apretada de dinero y podré seguir invirtiendo en mi negocio y aumentando el número de trabajadores que necesitaré.

Después de escuchar a la hiena, el Rey León suspiró por que está hiena nueva era aún peor que la anterior. Se puso su abrigo de armiño, ya raído, se fue a ver a los buitres extranjeros que le prestaban el dinero y les propuso la solución que su nueva hiena nacional le había propuesto a él. Estos aceptaron su propuesta, encantados.

- Nos parece bien la solución. Hubiera bastado con que os prestásemos el dinero que cubriese la diferencia entre lo que ganáis y lo que gastáis pero si os prestamos una cantidad similar a la que gastáis por si acaso no ganáis nada mayor es la cantidad que os tenemos que prestar y por tanto mayor nuestro beneficio.

El Rey León volvió a su país con carro lleno de oro que llevó su hiena para que rellenase el banco.


Desde la lejanía a ese pequeño país en un lejano planeta de la lejana galaxia Waltdisney los humanos nos hacemos un montón de preguntas.

Si las hienas no son más listas que las cigüeñas y los castores, ¿por qué se van a su casa con los bolsillos llenos mientras cigüeñas y castores se arruinan?

Si las soluciones son buenas para las hienas, ¿por que no lo son para castores y cigüeñas?

Si las hienas disponen del dinero de cigüeñas y castores para sus negocios, ¿por qué cuando castores y cigüeñas van a pedirles dinero prestado las arcas están vacías?

miércoles, 27 de junio de 2012

Souvenir de aeropuerto.




No te pensaba tan atrevida, después de un día de escapada, a escondidas en el hotel, me quisiste acercar hasta el aeropuerto aunque alguien te podría reconocer. Bonito detalle.

El puente aéreo no necesita grandes esperas previas antes de embarcar y menos para los ligeros de equipaje como yo. Sin embargo, siempre tan prudente, no te quisiste arriesgar. Lógicamente nos sobró tiempo que podíamos haber aprovechado en la habitación. Nos escondimos en uno de los baños, tú preferías el de hombres, te convencí de escoger el otro. En la estrechez de la cabina nos besamos como dos amantes que han dejado cosas pendientes por hacer, pude morder tus pechos otra vez, sentir tu humedad sobre mí. Esta vez fui yo el que afortunadamente, desgraciadamente, puso fin a nuestra calentura. Recogimos la ropa del suelo y llegamos a tiempo de que pudiese volver a desvestirme para pasar el arco de seguridad y no tener que esperar al siguiente vuelo que llegaría a una hora demasiado sospechosa a Madrid.

Junto a la ventanuca, después de ver como el aparato despegaba, sentía todos tus olores en mi piel, no conseguía apagar la excitación de tu recuerdo y pensaba que todo el mundo estaba pendiente del bulto de mi pantalón. Saqué mi teléfono, en modo avión y desconectados todos los medios de transmisión de datos, y me puse a escribirte esta carta de amor.

Amor de una tarde, amor de una vez, amor que deseo repetir sin saber si me lo permitirás. Quiero volver a acariciar el interior de tus muslos, a besar el pliegue de tus ingles y a sentir ese escalofrío de tu cuerpo cuando mojo con mi lengua los labios de tu sexo. Necesito sentir ese calor que desprendes cuando para besarme te resbalas sobre mí montando tus curvas sobre mis escasas carnes consiguiendo que me vuelva a introducir en ti y que nos acoplemos sin que exista un centímetro de tu piel que no abrase la mía.

Cuando te vi llegar tan señora conseguiste excitarme sin quitarte una prenda y sin mostrarme más partes desnudas de ti que tus brazos. El placer de quitarte cada pieza de ropa era similar al que sentía cuando notaba tu vello erizarse, o notaba encogerse tu ombligo. Sabía que estabas mojándote entera, que me deseabas tanto como yo te deseaba.

Tu cuerpo desnudo es lo que ahora veo cuando levanto la vista buscando palabras en el aire hermético de este avión. Tus largas y delgadas piernas o la corta melena rubia que apenas toca tus hombros y no se corresponde con el escaso pelo de tu pubis. Tus pechos que se yerguen en mi honor y endurecen sus puntas bajo mis manos. La imagen de tu culo ofrecido a mis ojos en una línea continua que casi se inicia en tu cintura y se une a una mojada herida abierta y sonrosada que palpita y me reclama. Recuerdo cada minuto transcurrido después y toda tu abandonada a mis deseos, recuerdo la estrechez de la entrada mientras empujaba intentando encontrar ilusamente tu estomago desde la puerta de atrás y el sonido de mis caderas golpeando tus nalgas mientras gemías con la cabeza sobre la almohada respondiendo a cada embate con un sonido de placer. Puedo ver como si no hubiesen transcurrido estas horas, como si fuese ahora mismo, ese gran ojo mirándome después de retirarme de ti, cuando la estrechez ha desaparecido transformada en una puerta al paraíso, o al infierno de los pecadores que somos. Incapaz de levantarte sigues ofrecida y no puedo evitar introducir mis dedos antes de que te vayas cerrando lentamente. Oigo tus palabras solicitando clemencia, exigiendo más, te pido un respiro, ya no soy un chaval, pero tu sabes como reactivarme con tus labios consiguiendo la firmeza necesaria para introducirme en tus jugos que no se agotan. Pienso en nuestras bocas enlazadas y en nuestro movimiento acompasado, en como enredabas tus piernas en las mías, en tus ojos que miraba mientras intentaba romperte y ellos solo me sonreían retándome a conseguirlo. Podría seguir y repetir cada minuto de nuestro encuentro pero espero que tu los recuerdes de forma tan agradable como lo hago yo, lo suficiente para reclamar mi presencia otra vez a tu vida, siquiera unas horas en que podamos borrar el mundo y reducir el universo a nuestro egoísmo ardiente.

Te deseo.

Al finalizar de escribir, sin poder eliminarte de mis pensamientos me había perdido la puesta de sol, ya había anochecido y estábamos a punto de llegar, no puede resistirme más y me levanté para ir al baño antes de que no me lo permitiesen, tenía los calzoncillos empapados solo de la excitación y me preocupaba tener también húmedos los pantalones, cosa que ocurriría si seguía en esa postura. Tuve que ponerme en pie y realizar el paseíllo contigo dentro de mi bragueta y aunque llevaba la chaqueta intentando esconderte notaba mil ojos sobre mí.

De regreso a casa, en el taxi, metí la mano en el bolsillo, saqué tus bragas y pasando del taxista las olí por última vez antes de tener que esconderlas.

viernes, 22 de junio de 2012

El señor está en sus aposentos.



El pobre pervertido permanecía encerrado en la torre. Por su maldad y su negación de las buenas costumbres había sido reducido a la condición de animal de compañía o de mascota, pero sin privilegios de roce que pudieran excitar su fantasía lúbrica.

El pobre pervertido no era muy consciente de su lastimosa situación, era alimentado, era vestido y era sacado a pasear de modo que su apariencia digna y elegante fuese comentada por la población que no sospechaba su verdadera realidad.

El pobre pervertido tuvo sus oportunidades, se le concedieron encuentros lidibinosos con otras pobres pervertidas como él buscando saciar sus apetitos, pero estos contactos no consiguieron el objetivo buscado de calmar sus instintos, ya que estas viciosas se plantaban al pie de la torre reclamando su presencia y esto excitaba aun más al pobre pervertido recluido en su cuarto.

El pobre pervertido no era intrínsicamente malo, pero tenía malas costumbres. Era incapaz de yacer con una mujer sin pretender obtener de ella su goce máximo. Si no conseguía hacerla gritar, retorcerse, abandonarse al placer, se consideraba fracasado, por ello empleaba todo tipo de malas artes, y no dudaba en emplear cualquier parte de su cuerpo y del cuerpo de la mujer para obtener su satisfacción propia que consistía en colmatar la satisfacción ajena. Si para obtener estos sucios resultados debía recurrir a fetiches, líquidos o representaciones no dudaba en emplear su turbia imaginación para ello.

El pobre pervertido era la mayor fuente de disgustos para su cuidadora. Esta se veía obligada a alimentarlo, debía vestirlo y sacarlo a pasear para que la población no echase de menos su porte y su voz, que la confiada muchedumbre consideraba respetables. Entre las obligaciones de la cuidadora se encontraba comprobar si se daban en algún momento señales de curación. Solo pensar en el contacto piel con piel provocaba en la cuidadora escalofríos de aprensión, de modo que cuando debía realizar un análisis más profundo y sentía las manos del pobre pervertido sobre sus pechos se encogía de sufrimiento. Si el pobre pervertido osaba besar su nuca el aliento calido de él cerca de sus orejas le provocaba retortijones en los intestinos que cerraban su producción de líquidos íntimos, y con ello evitaba cualquier consumación del acto ya que el pobre pervertido no soportaba el dolor de una introducción seca y el rechazo que advertía. Esto conducía al pobre pervertido a insistir en sus mañas buscándole algún camino al éxtasis, sin triunfar. En consecuencia la cuidadora siempre emitía el mismo informe: “Sin muestras de mejoría”.

El pobre pervertido no podía evitar seguir a sus instintos así que después de cada examen se sentía humillado por no conseguir sus objetivos. Miraba fieramente a su miembro y le recrimina su inutilidad, se olvidaba de él durante días, rechazándolo, hasta que la insistencia de la carne en endurecerse indebidamente le obligaba a prestarle atención y dar desahogo a sus fluidos.

El pobre pervertido envejecía, la población advertía sus ojos tristes y el parecido de su piel con la piel del santo pastor que desde el celibato les exhortaba a la prudencia y a la mesura en la producción de descendencia. La muchedumbre empezaba a sospechar que el pobre pervertido, tenido por respetable, docto y prudente, estaba alcanzando la santidad seglar, por lo que aumentaba su respeto hacía él. La cuidadora, eficiente y profesional, se mostraba orgullosa de su trabajo y finalizado cada paseo volvía a encerrar al pobre pervertido.

El pobre pervertido sigue en la torre, no da ruido, no molesta, mira mucho por la ventana sin rejas y huele la brisa que trae el olor a vida desde las callejas de la ciudad. Sin darse cuenta da muestras de su peligro al frotar sus calzonas contra la pared humedeciendo la tela. No hay mucha altura hasta el suelo y nadie vigila el exterior, pero hace tiempo que las plumas de sus alas carecen de la fortaleza suficiente para enfrentarse al viento.   

¡Pobre pervertido!  

martes, 19 de junio de 2012

Los peligros del hogar.



Llegamos riendo, abrazados, besándonos, hasta el portal de tu casa. Ya en el ascensor nuestras manos y nuestras lenguas exploran y anticipan. Abres la puerta y me dejas entrar en tu seguridad.

- ¿Quieres tomar algo?

Sabes que te quiero tomar a ti y agradeces mi negativa, vamos directamente al dormitorio, nos desnudamos, nos acariciamos y estamos amándonos hasta que los cuerpos no aguantan más. Permanecemos abrazados, sintiendo nuestros corazones volver a latir con un ritmo normal, el sopor nos vence y no nos resistimos. Cuando abrimos los ojos seguimos abrazados, con calambres en los brazos y dolor de cuello, no hemos querido dejar de sentirnos ni un momento y ahora lo pagamos. Tengo que irme, lo sabes y me dejas hacer. Voy a la ducha y a ti te gusta verme así, yendo y viniendo desnudo después de la batalla. Cuando estoy en la puerta vestido, sales tu desnuda de la cama, me abrazas, me besas con un dulce, húmedo y largo beso que llevaré el resto del día puesto.

- Vente mañana a desayunar.

Llamo al telefonillo y no oigo tu voz, la puerta se abre directamente. Al llegar a tu piso, la puerta también está entreabierta, no llamo y cierro detrás de mí. Estás en la cocina, esperándome, solo llevas puesta una camiseta no muy larga. Continuamos con el beso donde lo dejamos ayer. Está todo preparado en el salón, un desayuno completo, en el aire flota el aroma a café recién hecho. Charlamos, comentamos, reímos, desayunamos, yo por segunda vez. Se está muy a gusto aquí, contigo, vengo de otro hogar y puedo comparar, me siento relajado viendo tus ojos y tu sonrisa. Te beso. Volvemos al dormitorio y las horas se nos hacen cortas. Debo marcharme, hay que trabajar. Otra ducha, y algo más, he salido muy rápido de casa. Intento no hacer ruido, pero lo inevitable es poco evitable. Cuando salgo sonríes. Esa sonrisa es mi perdición, tus dientes me gustan, tus labios me gustan, toda tú me gustas. Evito meterme en la cama otra vez y me despido.

- Ven mañana a comer y te quedas después. ¿Te apetece?

Llamo y me contestas. Subo en el ascensor con una vecina y su perro. Toco al timbre y tu cara iluminada al abrirme me alivia de todos los disgustos de la mañana. En la cocina has preparado unos aperitivos que llevo en una bandeja al salón donde ya se encuentra la mesa puesta. Huele divinamente en esa cocina. No hay prisa en comer, nos gusta charlar, pero está todo muy rico. Al terminar, pasamos al sofá. Nos abrazamos, nos besamos. No hay prisa, sí hay prisa. Me arrancas la ropa, te quito lo que llevas puesto, y hacemos el amor sin apartar los cojines, frente al televisor encendido. Agotada el ansía primera, nos vamos cogidos de la mano hasta la cama del dormitorio. Se nos hace de noche sin que nos demos cuenta, los días tienen muy pocas horas para nosotros.

- Estoy tan a gusto contigo. No te vayas nunca.

Tumbado en la chaise longue, con los pies en un almohadón sobre la mesita, espero que traigas el café. Nuestra relación va muy bien, nunca lo hubiera pensado, me encuentro relajado, en paz cuando estoy contigo. Me siento como un rey en tu casa, me mimas, me cuidas. Tu casa es tan bonita, todo ordenado y limpio. Tú eres tan natural, te adoro. Cuando llegas con el café frunces el ceño al verme desnudo allí estirado. Me pongo los pantalones y la camisa, la dejo por fuera y solo abrochada con un par de botones, yo siempre dando facilidades al amor. Recoges las tacitas y las llevas al fregadero, a la vuelta enredamos nuestras piernas, nos abrazamos y charlamos largamente. Finalmente debo marcharme, me ajusto la ropa y te beso.

- ¿Ya te vas?

Estar en tu casa es fantástico, estás tú, no hay discusiones, no hay peleas, conectamos. Me siento como en la mía, no, mucho mejor. Puedo ser yo mismo, sin falsas imposturas para impresionarte. Me has dado todo tu amor, toda tu confianza. Ya no sonríes cuando vuelvo del baño, por que ya no me esperas en la cama. Toda la casa es nuestro paraíso, cualquier lugar es bueno para abrazarnos. Tengo algunas cosas de aseo junto a las tuyas en la repisa sobre el lavabo, y me dejaste un cajón del armario del dormitorio para ropa de emergencia, sin contar con esos zapatos carísimos que quisiste regalarme y no puedo llevar a casa. Antes de marcharme meto los cacharros en el lavaplatos.

- Hasta luego, mi amor. Bájate la basura, ¿te importa?

Tumbado sobre tu cama, pienso en lo dichoso que me siento y en lo afortunado que he sido de encontrarte. No me iría nunca de aquí. No pensaba que la convivencia fuese posible, me parecía un mito, mi experiencia así me lo demostraba. Te oigo trastear en la cocina y sonrío. Te imagino con el pelo todo revuelto, vestida únicamente con tus zapatillas de pelo y forma de ratón, y mi chaleco que has recogido del suelo al salir. No puedo aguantar más en la cama sin darte un abrazo y un beso y me levanto a hacerlo. Alzas tu cara para recibir mi beso en la mejilla y te doy una palmadita en el trasero. Abro la nevera y me hecho un poco de zumo con soja en un vaso. Te sonrío. Me siento feliz.

- ¿Tienes que acabarte mi Vivesoy? ¿No puedes abrirte esa cerveza especial que te compro?, ¿tú te crees que es fácil de encontrar esa mierda turbia alemana que solo tú bebes? Por cierto, a ver si no dejas por el suelo tu porquería de ropa. Y hablando de porquería, a partir de ahora usa la escobilla del inodoro o vas a fregar tu el baño, además, si no te importa, rico, los pelos de la ducha los quitas cuando termines que no soy tu esclava para ir limpiando por donde pases. No sé que narices te has creído que es mi casa, vienes cuando te da la gana, te marchas cuando te cansas, como si fuese un hotel, yo te pongo la comida y te la recojo, como gran esfuerzo metes las cosas en el lavaplatos y a mi me queda todo lo demás. Como te vuelva a ver tirado por el sofá sin hacer nada te voy a echar por la ventana, me iría yo, pero es mi casa así que estoy pensando que es mejor que te vayas tú, así podré deshacerme de todas tus cosas que me dejan sin sitio para las mías. Estoy harta, estoy harta y estoy harta, ¿me entiendes?

jueves, 14 de junio de 2012

Un gran muro blanco.




Me despertaba otro día más y sabía que volvería a ocurrir. Llevaba así un par de meses, tenía la sensación de estar metido en la película del día de la marmota. Volvería a pasar por aquella calle y volvería quedarme plantado delante de aquella pared.

La primera vez que me ocurrió volvía andando de trabajar. De repente me encontré caminando por calles poco habituales en mis trayectos hasta que topé con un solar donde alguien había pintado todo el lateral del edificio trasero con pintura blanca sobre los ladrillos. Dentro del solar una chica rubia de pelo corto recogía en una bolsita de plástico un regalito de su pequeño perro, pero el solar no estaba especialmente cuidado, tenia cascotes, otros regalos de perro sin recoger, algunos hierbajos y poco más.

Al día siguiente volví. Pensé que si el muro estaba pintado de blanco quizás fuese por que algún pintor callejero lo hubiese preparado para realizar alguna obra espectacular en él. Me quedé allí delante mirando la pared, pero no se apreciaba ningún movimiento artístico ni de otro tipo. Solamente una chica rubia de pelo corto cruzó por la acera con unas bolsas de supermercado durante todo ese tiempo, así que me olvidé del solar y de la pared y me fui al cine.

Sin embargo, por uno u otro motivo, todos los días siguientes hasta ayer he acabado delante del muro blanco. Daba igual lo que estuviese haciendo o cuales fuesen mis intenciones para emplear mi tiempo cada jornada, siempre pasaba por esa calle.

Recuerdo uno de esos días. Llevaba a pie firme frente al solar un buen rato, y eso sin haberlo planeado. Súbitamente se me encendió una luz interior, seguro que el problema consistía en que yo estaba demasiado lejos, lo que fuera que me atraía hasta allí podría apreciarlo si me acercaba hasta poder tocarlo. Decidí cambiar de acera. Una chica rubia de pelo corto casi me arrolla cuando estaba esperando para cruzar. Se había saltado el semáforo y un camión casi la atropella, para esquivarlo prácticamente cayó sobre mí. Yo, cívicamente, esperé al muñequito verde para atravesar la calle, me metí en el solar y palpé la pared. Nada. Fui de un lado a otro de la parcela, inspeccioné todos los ladrillos a mi vista, casi diría que uno a uno, sin observar nada especial. Desconcertado volví a casa.

Una de esas noches que suelo ir de parranda con los amigos al finalizar la juerga me dejaron en casa en un estado un poco calamitoso, sin embargo, y no consigo recordar como, aparecí delante del muro blanco que se encontraba iluminado por una farola que lo teñía de naranja. Tenía la cabeza ya bastante más despejada y deduje que debía quedarme allí por que algo ocurriría. En el edificio de al lado una chica rubia de pelo corto se asomó al balcón en camisón y la luz tras ella conseguía que su cuerpo se transparentase completamente marcando su silueta, habría merecido la pena regodearse con la visión pero no podía despistarme, aguante una, dos o tres horas más sin moverme, mirando la pared. Cuando ya no pude más conseguí encontrar el camino a casa, convencido de que por culpa de mi falta de aguante seguro que me iba a perder lo que fuese que tuviese que ocurrir esa noche.

Día tras día pasaba por delante del solar, el muro no evolucionaba y yo no encontraba explicación a mi obsesión. En realidad involuntaria, ya que no pensaba nunca en la dichosa pared, simplemente acababa apareciendo por allí y me quedaba mirando. Como aquel día que los telediarios dijeron fue el más caluroso del mes en decenios. El solar estaba en sombra y yo en la acera de enfrente soportaba todo el sol del mediodía. Una chica rubia de pelo corto vestida con una camiseta blanca y pantalones vaqueros muy recortados pasó por delante de mí comiéndose un helado, eso me hizo pensar en que ya era hora de almorzar y en que me iba a dar una insolación.

No os penséis que esa pared ocupa ni un segundo de mis pensamientos pero, como por culpa de una maldición, siempre acabo delante de ella. Estoy seguro de que es por algún motivo, sé que es el destino el que quiere que yo vaya allí una y otra vez. Yo creo en el destino, así que si finalmente hoy vuelvo a pasar por delante del solar no voy a apartar mi vista de ese dichoso muro, sé que finalmente descubriré que tiene de especial y por qué está señalado para mí.

sábado, 9 de junio de 2012

La fiesta de cumpleaños




Todos estaban invitados al cumpleaños de Isanpg. La invitación era muy descriptiva, todos sabían lo que se podrían encontrar.

Pese a ser de noche la carretera estaba en buenas condiciones y las indicaciones eran precisas, un par de lamparitas a la entrada de la verja eran un reclamo suficiente para quién supiese que debía encontrar. La parcela no resultaba visible desde la carretera por encontrarse todo el vallado reforzado con setos de arizónicas, pero el interior no era demasiado espectacular, una vieja nave agrícola con una cubierta de chapa y muros de ladrillo con la pintura bastante vieja y desprendida en muchas zonas.

Los coches se dejaban por cualquier parte del terreno, este era bastante silvestre pero con la vegetación correctamente recortada.

La entrada a la nave era un gran portón con una pequeña puerta que también necesitaba repasos de pintura. Solo la puerta pequeña se encontraba abierta y a ambos lados una mujer y un hombre, bastante jóvenes, vestidos con túnicas anaranjadas y con el cabello rapado, recibían a los invitados sin decir una palabra.

Una vez traspasada la puerta el interior no se correspondía con una granja, era  un elegante salón de techos altos con una iluminación escasa, obtenida de múltiples puntos de luz indirecta, suficiente para apreciar todos los detalles.

En el salón existían diversas mesas iluminadas por grandes velas, unas tenían bebidas y comida, pequeños canapés y sándwiches fríos y bebidas sin alcohol; y otras tenían todo un inacabable surtido de juguetes sexuales, preservativos de fantasía y lubricantes de diferente origen, sabor y olor.

Al fondo del salón había una decena de puertas abiertas que daban paso a estancias con una iluminación tenue. Todos iban curioseando esas habitaciones, mientras la música de la sala mantenía un volumen que no impedía la conversación pero aislaba los grupos que se iban formando y dejaba el exterior de la nave en otra dimensión de la realidad.

La primera estancia era muy pequeña, apenas las paredes lisas y una banqueta de asiento mullido.

La segunda puerta daba paso a una especie de celda monacal con un pequeño camastro y todo un surtido de argollas fijas al suelo, al techo y a las paredes.

La tercera habitación era una sala de masaje con una gran camilla de tipo balinés, toda la decoración era de bambú y figuritas con velas de olores agradables eran prácticamente las únicas encargadas de la iluminación. 

La cuarta puerta se abría a un dormitorio típico de un hotel o de una vivienda cualquiera.

El cuarto número cinco tenía seis grandes literas con tres niveles cada una, era una habitación de gran tamaño, muy funcional, con un diseño muy robusto de los muebles pero con sabanas de seda de diferentes colores vistiendo cada cama.

A través de la sexta puerta se accedía a un cuarto con una enorme cama exagonal con dosel de ligeros cortinajes y espejo en el techo. Las paredes de la habitación sujetaban más espejos, todos visibles desde el lecho.

La séptima estancia era muy pequeña, pero estaba llena de perchas y estantes, y tenía al fondo otra puerta que al abrirla apagaba la luz y daba acceso a otra sala, esta absolutamente oscura, cuyo perímetro irregular se apreciaba por minúsculos puntos de iluminación junto al suelo que apenas daban brillo para descubrir unos pies que se situasen junto a ellos. Al tacto se apreciaba que suelo y paredes eran muy mullidos y suaves.

La octava puerta abría a una estancia que parecía un gimnasio de artes marciales, con todo el suelo recubierto de colchonetas, banquetas en los laterales con montones de toallas blancas y un columpio colgando del techo. 

La estancia numero nueve estaba llena de cojines de diferentes colores, tamaños y texturas repartidos por el suelo y pequeñas mesitas bajas de aspecto muy macizo, de madera tallada, estaban colocadas sin ningún orden por toda la sala, junto a camastros o butacones sin respaldo.

La décima puerta permitía el acceso a un amplio corredor oscuro con otra puerta iluminada en uno de sus laterales a mitad de su recorrido, esta puerta simplemente daba a una gran sala como un vestuario, con duchas, taquillas, sanitarios y todo tipo de utensilios de aseo personal. Al fondo del pasillo la luz trémula reflejada en la pared tenía su origen en una enorme piscina de escasa profundidad iluminada por debajo del agua, con mesas y hamacas en todo su contorno.

Los invitados recorrían todos estos espacios y sonreían o reían nerviosamente mientras charlaban entre ellos. Finalmente todos volvieron a la gran sala de entrada y volvieron a mirar las mesas de los juguetes donde al fijarse en las fustas y las esposas, los consoladores, los vibradores, las bolas, los arneses, los anillos, y otros artefactos de todo tipo, tamaño y color ya no los miraron tan asépticamente como al entrar. Alguno se atrevió a coger e inspeccionar alguno de esos artilugios de los que no llegaba a imaginar su modo de aplicación y a comentar con sus acompañantes.

Varios jóvenes rapados más, con sus túnicas anaranjadas, llevaban bandejas vacías de comida o bebida y las sustituían por otras llenas, encendían velas que se apagaban e iban entrando y saliendo de los cuartos para darles los últimos retoques, dejando las puertas cerradas cuando estos se encontraban con el grado de detalle requerido.

A las doce de la noche del día uno o las doce de la madrugada del día dos, tanto da, aniversario exacto de la llegada al mundo de Isanpg, las luces de la sala de entrada bajaron todavía más su luminosidad sin que se llegase a la oscuridad, la música aumentó su volumen sin llegar a ser molesta y se dio por iniciada la fiesta.

Tu estabas invitado, recorriste las salas y charlaste con tus acompañantes, pudiste tocar los juguetes si eran de tu interés o despertaron tu curiosidad. ¿Confesarías que sala o sala usaste, con quien o quienes (sin dar nombres, por favor) las compartiste, y si aprendiste o demostraste tu habilidad en la utilización de algún instrumento?

Para los que no quisisteis venir, teníais otras cosas que hacer o no os lo creísteis sabed que ese sitio existe, se llama Cluedo y se alquila por horas. El día tiene veintitrés y la semana ciento cincuenta y cuatro.

martes, 5 de junio de 2012

Exposición de motivos.




O sea que sí. Que finalmente vamos a hablar de política y de religión.

Este blog nació en una página de encuentros sexuales furtivos, después salió a la luz dejando dentro de la página “porno” los textos menos “visibles”, y había mantenido hasta ahora el carácter erótico-festivo de su origen. Pero el grado de hartazgo de este monje dudista ha llegado a su colmatación y ya desborda fuera del recipiente de su paciencia.

Una cosa os advierto, si sois de lo vais por la vida con un sello en la frente para que se reconozca a que grupo pertenecéis “progresista, conservador, socialista, popular, nacionalista, católico, musulmán o incluso indignado” este sitio no os va a gustar. Llevar el sello puesto significa que te sientes cómodo cuando te dicen lo que tienes que pensar, comentar o como vivir, puedes pensar hoy una cosa y mañana otra contraria por que la voz que dirige tu grupo decide que conviene hacerlo. Esta página es para los que piensan hoy una cosa y mañana otra contraria por que son suficientemente lucidos y libres como para poder hacerlo.

Hemos llegado a un punto de nuestra sociedad en que hemos de tomar decisiones individuales para salvarnos como colectivo. No sabemos aún cual es el camino y debemos averiguarlo, pero está muy claro que quienes nos han llevado a este punto no son quienes pueden sacarnos del agujero.

Política, religión y avaricia en los negocios están destrozando nuestro mundo.

Dejamos la solución de nuestros problemas en manos de los políticos cuando la inmensa mayoría de ellos son políticos por que son incapaces de ganarse la vida de otra manera y los que los sí lo serían se hallan ensoberbecidos por el poder y a él rinden toda su actividad, los votantes solo somos el modo de mantener su forma de vida, y nos cuentan lo que haga falta, y nos ocultan lo que haga falta con tal de que ellos tengan su sopa de oro.

Cuando nuestros problemas no se resuelven, recurrimos a la religión o sus sucedáneos anticlericales, que a cambio de consuelo nos dicen como hemos de vivir, como hemos de pensar y como debemos obligar o sugerir a los demás que lo hagan. Cuando caemos en esto, nuestro sello de la frente no está ya impreso en tinta sino grabado a fuego.

El mundo gira gracias a la actividad económica, trabajamos, ganamos dinero para gastar, y seguimos trabajando para ganar el dinero que nos permite vivir y con suerte disfrutar. Eso está muy bien pero, ¿donde están los controles que impiden que esa actividad se realice a costa de las personas? Explotación, engaño, abuso, destrucción.

Cuando estas tres pestes se entrecruzan, todos salimos perdiendo, ciudadanos, creyentes y productores (trabajadores, empresarios, profesionales, etc.).

Necesitamos otra cosa, y la necesitamos ya.

No podemos seguir manteniendo a una cantidad indecente de personas cuya única utilidad es apretar un botón en una votación o levantar una mano en una asamblea y que se reproducen como conejos a costa de nuestros impuestos, y cuyas ocurrencias nos cuestan dinerales.

No podemos confiar en religiones, o movimientos, cuyo interés es condicionar a sus seguidores a que piensen todos de un mismo modo y que provoquen el enfrentamiento, el desprecio y la indiferencia con los ajenos.

No podemos permitir que en la obtención de los rendimientos de cualquier actividad el beneficio de unos pocos se obtenga causando el perjuicio de todos nosotros o de uno solo.

Como no podemos cambiar el mundo de momento, al menos me voy a permitir denunciar todo lo que atente contra mi libertad, suponga un abuso, o resulte un engaño. Quizás si se quedan sin nuestro voto y no pueden manipularlo, quizás si los templos o antitemplos se quedan vacíos y no pueden adoctrinarnos, quizás si señalamos a los sinvergüenzas que se enriquecen con sangre, vayamos consiguiendo pequeños movimientos hacia otra cosa mejor.

Cada persona una forma de pensar, cada individuo su libertad. Ni manadas ni rebaños, y si el pensamiento de cada uno nos lleva en la misma dirección igual significa que hemos acertado.       

domingo, 3 de junio de 2012

La magia de las dos ruedas.



Se sentía un hombre nuevo sobre su moto, atravesando las calles estrechas bordeadas de casas blancas donde se encontraba su nuevo hogar.

El viento en la cara, y la sensación de libertad.

Había costado mucho esfuerzo pero al fin se decidió, se deshizo de su gran casa que le estaba comiendo por los pies debido a la enorme hipoteca que ya no podía pagar. Con lo que le quedó al menos pudo comprarse su nueva amiga de dos ruedas. El viejo sueño nunca cumplido ahora podía hacerlo realidad.

Ya no necesitaba su viejo trabajo, siempre tan estresante y tan lleno de responsabilidades que acababa trasladando a casa. Ahora recorría el mundo agarrado a su manillar, notando el motor en sus piernas, en su trasero, por su espina dorsal.

Al salir del pueblo, tomó la carretera trufada de curvas y tan llena de subidas y bajadas que se diría una montaña rusa. Los pinos y eucaliptos en la oscuridad le ofrecían ese característico olor que en su antiguo y lujoso coche nunca podía oler al llevar el aire acondicionado siempre conectado. Lo vendió, igual que vendió el otro coche más pequeño. Se ahorro un dineral en seguros, impuestos y reparaciones. Con la moto llegaba a todas partes y no tenía semejantes gastos.

Alzó la mirada y pudo observar la luna, hoy más grande y brillante que todos estos últimos días, parecía ocupar ella sola todo el cielo.

Antes, dentro de la ciudad, no disfrutaba de estos cielos. La decisión de mudarse había sido acertada, así no tenía que soportar el trato con sus antiguos amigos y compañeros, cuyo amaneramiento adinerado ahora se daba cuenta que resultaba francamente difícil de aguantar.

Ahora solo trataba con gente auténtica y sencilla.

Balanceándose de un lado a otro para tomar cada curva disfrutaba como siempre había sospechado que se podía disfrutar montado en uno de estos cacharros que nunca había podido tener.

Se acercaba la última subida, desde lo alto del cambio de rasante aparecería el mar, a lo lejos, que hoy, con esta luna en lo alto, reflejaría miles de brillos diferentes. Sí, allí se veía. ¡Que maravilla! No se puede comparar este horizonte con los horizontes inexistentes de una gran urbe.

Se dirigía cerca de la orilla. El olor del mar pronto llenaría el hueco dejado por el de los árboles. Giró el puño de su manillar y sintió el empujón que su maquina le ofrecía. Esto si que era gozar.

Llegó pronto a su destino, se quitó el casco. Abrió sus brazos en cruz, respiró fuerte y miro hacía las estrellas que el brillo de la luna no conseguía desvanecer.

¡Dios, era fantástico!

Desvió su mirada al mar, oía las olas romper, y podía ver la espuma sobre la orilla gracias a la luz que como un faro repartía la vieja luna. La arena de la playa tenía un color fantasmal, y atractivo, muy diferente del que ofrece bajo los achicharrantes rayos del sol.

Se sentía grande, se sentía feliz, no le debía nada a nadie, no tenía ataduras económicas. Era un hombre nuevo.

Se acercó a su destino, en la verja hizo sonar el timbre y llamó.
Desde el interior le contestaron.

- ¿Sí?

- Tele Pollo Mandarín. Su pedido.

jueves, 31 de mayo de 2012

Otro Hotel





Mientras escapaba a toda prisa, no podía dejar de pensar en las sabanas ensangrentadas que dejaba atrás. ¿Cómo podía haber salido todo tan mal? ¿Cómo una simple cita con tan buena pinta había podido acabar así?

Los buenos relatos empiezan por la mitad, ahora toca ir al principio de la historia.

Habíamos alcanzado cierta notoriedad en la página, así que terminamos contactando, acordando la cita de reconocimiento de rigor y aprobándola con nota. ¡Que persona tan maja, me gustará llevármela al huerto!, pensamos ambos de ambos.

El lugar de encuentro quedaba en mis manos así que escogí un hotel de mi cadena favorita al que no había ido nunca, me gusta cambiar (y no dejar muchas pistas).

Caballerosamente pasé a recogerla con el coche, y resultó que existían algunos problemas de logística con los métodos anticonceptivos y de protección que pudimos resolver, pero perdimos algún tiempo en ello, me había informado que tenía que marcharse a principio de la tarde. Con todo, eso no fue lo peor. Otra información fue mucho más impactante en el resultado de la cita.

- Tengo la regla, ¿quieres que lo retrasemos?

¡Dios mío, la señora de rojo de los anuncios! ¡Y yo con la reserva pagada!

- No pasa nada, estoy acostumbrado. A mi mujer le gusta así.

¡Antes morir que perder la vida!, pensé. (La pela es la pela, ¿que queréis?)

A toda prisa, por que estábamos perdiendo tiempo y el tiempo es polvo, llegamos al hotel, donde con mi aire de seductor dominador de la situación le expuse firmemente al recepcionista:

-Tenemos una reserva.

El fulano me miró de abajo arriba, con aire de “a los seductores dominadores de la situación me los paso yo por el forro de los huevos” y me contestó:

-La salida es a las 14,00 h. señor, y la habitación está todavía ocupada.
- ¿Cómo que a las dos? En todos los hoteles de esta cadena es a las doce.
-  Correcto señor, casi todos, pero en este no. Si quiere darse una vuelta y volver más tarde.

Le miré fijamente con mi mirada de “no te das cuenta que me estas echando a perder un buen revolcón”, pero él aguantó firme mi mirada respondiéndome con la suya de “te jodes viejo vicioso”.

-Claro, mas tarde volvemos, no pasa nada.

Agarré de la cintura a mi pareja y le ofrecí tomarnos una coca cola para hacer tiempo. Ella que lo había oído todo, acepto con resignación e incluso fue magnánima con mi fracaso.

- No te preocupes, tenemos tiempo. Y si no repetimos en otra ocasión.

“Tenemos tiempo, tenemos tiempo. Para un artista como yo un par de horas no son nada”. Era lo que pensaba pero me lo callé, igual ella liquidaba la faena con dos pases de pecho y entraba a matar a las primeras de cambio.

Así que pasamos nuevamente por la fase de la coca cola y demostramos que seguíamos siendo muy majos pero yo un poco más imbécil.

Por fin llegamos a la habitación, y nos metimos en faena. Los prolegómenos fueron satisfactorios así que en el momento adecuado penetré.
Balanceamos nuestros cuerpos para nuestra mutua satisfacción, todo parecía ir bien, yo estaba francamente duro y respondiendo positivamente, pero algo fallaba. De golpe ella saltó de su postura sobre mí como si le hubiese picado un abejorro por dentro.

- Lo siento, espera un momento, me noto que estoy chorreando. ¿No lo hueles? Voy a limpiarme.

Yo me quede tumbado sobre la cama, con el pene tieso y un preservativo lleno de churretones rojizos colgando a media asta. La pierna y la sábana con goterones igual que en el suelo camino del baño, como miguitas de pan en un cuento, señalaban la huida de mi compañera de juegos.
Al ver todo aquello mi miniyó perdió su firmeza, de modo que retiré el preservativo usado, lo puse encima de uno de esos papeles inútiles que siempre tienen las habitaciones de los hoteles tratando de manchar lo menos posible, y me limpié las manos y el muslo con la sábana que perdió su virginal limpieza. Poner el nuevo preservativo no fue fácil, aquello se había venido abajo estrepitosamente por que siguiendo las indicaciones (yo soy muy bien mandado) olí. Olí ese olor metálico de la sangre del preservativo.

Al cabo de un rato, ella volvió del baño.

- Me he limpiado lo mejor posible, pero ha venido muy fuerte. ¿Seguimos?
- Claro. –contesté-. Pero tendrás que intentar animarlo, se ha despistado un poco.
- No pretenderás que me la meta en la boca, está manchada de sangre.
- No, claro que no. Quizás podría yo hacértelo a ti, por el borde, por donde no sangra, para animarme un poco.
- Ni se te ocurra. ¿No notas el olor?

¡Ah, el olor! El olor se metía por todos mis agujeros, no solo por las fosas nasales. Creo que también lo olía por las orejas.

- ¿Empleamos la entrada posterior? Un buen anal siempre me anima mucho.- Pregunté, con ánimo de no dejar que la situación decayese.
 - Lo siento cariño, pero ayer tuve clase de iniciación al “fisting” y lo tengo dolorido. No me excitaría.
 - Bueno, seamos tradicionales.

Al cabo de un buen rato de ser tradicionales sin conseguir un mínimo de firmeza homologada, con un par más de retiradas de ella al baño para aumentar su higiene, con el preceptivo cambio de preservativo tras cada retirada, con un aumento de manchas casi escandaloso sobre las sábanas y con el dichoso olor llenando la habitación, conseguimos por fin una pequeña homologación y ella pudo alcanzar su orgasmo, o fingir que lo conseguía por que se le hacía tarde.

Con el deber cumplido y un mínimo aseo de mi cuerpo para retirar toda la sangre residual, al volver pude ver el estado en que había quedado todo.

- Vámonos rápido o nos van a hacer pagar un suplemento de limpieza.- Propuse.
- Sí, que no llego a tiempo.- Contestó.

Y aquí estábamos cuando empezó este relato. Saliendo por piernas para evitar la vergüenza de que nos llamaran guarros o que llamaran a la policía por haber realizado actos satánicos y sacrificio de pollos en la habitación.

Tras pagar rápidamente, conseguimos llegar de regreso al coche sin haber sido detenidos

- Tenemos que repetir, para no quedarnos con esta sensación rara, ¿no crees?– Pregunté.
- O también podemos olvidar que ha sucedido-. Sugirió ella.  

Ella tenía otro trofeo para su colección, y yo podía marcar una muesca más en mi revolver, pero ninguno podía estar muy orgulloso de su actuación.

lunes, 28 de mayo de 2012

Hotel



A mucha gente los hoteles les parecen fríos, no a mí. Me encanta su orden y su aparente limpieza, y el tacto grueso de las sabanas. Además, es campo neutral. Ni tu casa ni la mía, sin pistas, más excitante. Sin apoyo del entorno, uno es lo que es, lo que puede ofrecer en el momento.

Andaba dando vueltas por el dormitorio, abriendo los cajones. Curioseando los frasquitos del baño y pensando como recibirla. Desnudarme y tumbarme sobre la cama estaba descartado, no me parecía muy viril, sentarme en el sillón frente a la puerta podría parecer una acusación de tardanza, quedarme de pie parecería prisa y ganas de irme. Simplemente me puse cómodo y seguí matando el tiempo hasta que sonaron sus golpes en la puerta.

Llevabamos tiempo chateando, más del habitual antes del primer encuentro, pero estaba muy ocupada, o al menos eso decía. Las fotos no enseñaban su cuerpo ni su cara, no se fiaba de nadie, una web cam era inimaginable. De hecho había exigido que nuestro encuentro fuese fuera de la ciudad. Nos ibamos a conocer en nuestra primera cita sin red, hasta ahí había llegado nuestra complicidad e intimidad a través de la pantalla. A la excitación de tenerla unia la intriga por conocerla.

Cuando abrí para dejarla pasar la miré y sonreí , ella cerró la puerta, dejó su bolsa de viaje en el suelo y me miró. Sonrió y se acercó para unir sus labios con los mios. Sentí que la sangre volvia a recorrer mi cuerpo y que hacía especial escala por debajo del ombligo, ella también lo notó y entró en el baño a asearse. Salió vestida únicamente con unas braguitas y un sujetador de color burdeos que resaltaban sus largas piernas y sus atractivos pechos. Rapidamente la despoje de tanta ropa y nos abrazamos y besamos como si fuese la primera vez que era.

Comencé a quitarme la camisa pero ella me detuvo, fueron sus dedos los que siguieron sacando los botones de sus ojales, siguió con el cinturón, dejó caer el pantalón, me apretó las nalgas y bajó mis calzoncillos lo justo para que yo me sintiese liberado de la opresión. Apreciando la dureza de mis argumentos, besó la punta de mi miembro, despejó la cabeza presionando el resto hacía atrás, y lamió toda la humedad antes de introducirla en su boca. Sin prisa me llevó cerca del cielo, era un fantástico principio. La detuve, besé nuevamente sus labios y su lengua generosos, me deshice del lio de zapatos, pantalones y calzoncillos, y juntos arrojamos la ropa de la cama al suelo.

Tumbada de espaldas sobre la cama, continuamos nuestras exploraciones. Al besar su cuello noté el olor fresco y dulce de su perfume, olor que con el paso de los minutos se mezclaria con su sudor y el mío. En mi recorrido hacía el interior de sus muslos, pude disfrutar de cada centimetro de su piel, que besaba, acariciaba, mordía, con una mezcla de deseo y de rabía por no poder haberlo hecho antes. Su cuerpo era tan receptivo a mis caricias, y sus gemidos me sonaban tan autenticos, que solo deseaba ser capaz de hacerla aullar. Ella abrió sus piernas y la indicación estaba clara, mis labios y mi lengua debían abrir camino en su interior y en el portal. Noté sus dedos entre mi pelo y mil descargas de felicidad recorrieron mi nuca. Ella empezaba a estar muy humeda, tanto, que su propia humedad me permitió inspecionar al tiempo sus dos entradas, sabía que eso le gustaba y por la forma de arquearse sobre las sabanas y su susurro de satisfacción intuí que no debía parar, que debía llegar hasta el final de este primer orgasmo. Habiamos tenido las bocas muy ocupadas y no estabamos muy habladores, pero ya habiamos hablado mucho antes de poder tocarnos, necesitabamos ponernos al día.

Todos mis miedos a una posible decepción de cualquiera de los dos quedaron arrojados a la papelera de debajo del escritorio. Habíamos conectado muy fuerte, intelectualmente, antes de vernos y ahora nuestros cerebros estaban dispuestos a llevarnos hacia un comportamiento cuasi salvaje que duraría todo el día, por que teniamos todo el día.

Solamente un día.