viernes, 3 de octubre de 2008

Limpias obsesiones.


Eran ya las diez, ella estaba a punto de llegar, era puntual como un suizo o como un reloj inglés (era así, ¿no?). Él lo tenía todo preparado, esto de ir a la facultad por la tarde era un chollo.
Salió a la terraza, toda cerrada de aluminio y cristal, era su nido de caza. Colocó el pequeño telescopio terrestre sobre su mini trípode, en el lugar de siempre, en el suelo casi al borde del balcón, de modo que tumbado no se le ve la cabeza desde fuera pero él tiene una visión perfecta sobre las cinco ventanas de la casa de su vecina que dan al patio. Colocó los almohadones como todos los días, dejando un hueco a la altura de la bragueta para evitar aplastamientos en caso (completamente probable) de endurecimientos sobrevenidos.



Ya tumbado, con el ojo en el visor, apuntando a la ventana que daba al recibidor, esperó unos instantes. Ella habría dejado a los niños en el colegio, habría tomado café con las amigas y ahora llegaría para hacer la limpieza.
¡Bingo! Allí estaba. Ahora, como correspondía, se dirigiría a su dormitorio, en la ventana más a la derecha, antes iría pasando por todas las otras ventanas, cerrándolas (la casa ya estaba bien ventilada) pero sin correr las persianas. Jorge siempre pensaba que cuando ella cerraba las ventanas y miraba hacia su balcón estaba diciéndole “Empieza mi función dedicada para ti”, pero eso era una tontería, ¡claro!



En su dormitorio, su vecina comenzó a desvestirse, lentamente. Tenía un cuerpo soberbio para ser madre de cuatro críos. Se quedó como siempre en ropa interior y, como siempre, era diferente a la que llevaba cualquier otro día de la semana. Hoy tocaba el aire sexy y sofisticado de un tanga de encajes negros y un sujetador a juego. Estaba seguro de que también llevaba tacones, pero las ventanas no permitían ver más allá de las rodillas, y eso cuando estaba más alejada.



Salió del dormitorio y reapareció dos ventanas más hacia la izquierda, cogió el limpia cristales del bote azul y fue pulverizando los vidrios, luego, con hojas de periódico fue secándolos haciendo círculos. Era adorable ver sus hermosos pechos bambolearse al ritmo del giro de su brazo. El sujetador los recogía y apretaba, formando un canalillo olímpico, ¡allí podían navegar traineras! Jorge notó las primeras durezas dentro de sus calzoncillos. El magnifico trabajo de ingeniería realizado con los almohadones permitía una total extensión sin los molestos estrujones de su propio peso.



Terminada la labor de los cristales, venía la tarea de hacer las camas. Era el cuarto de las niñas, no había duda sobre eso, el color era color de niña; no parecían una familia que fuese a fomentar la libertad de elección sexual de sus retoños, o que pretendiese la confusión de géneros. Era rosa, luego era el cuarto de las niñas. Cuando la vecina hacía las camas solo había dos posturas posibles, o sea una, pero con dos perspectivas diferentes: vencida hacía delante, vista posterior; vencida hacia delante vista anterior. Sería difícil decidirse por cual era mejor. La vista anterior permitía ver los pechos en caída natural, y eran dos hermosos pechos de buen tamaño sin ser aparatosos, el sujetador poco podía sujetar en esa posición y se movían y se movían en hipnótico vaivén, ¡pero amigos y amigas!, la vista posterior permitía ver la fantástica escultura de sus dos nalgas. ¡Dios bendiga al inventor del tanga, y que toda su descendencia sea dichosa por los siglos de los siglos! Eran dos hermosos cachetes, sin una arruga de celulitis, firmes como si fuesen de adolescente, rotundos como de mujer que eran. A veces, no se sabe por qué, era en esta posición cuando a la vecina le picaba siempre algo, quizás un encaje, quizás una costura, y entonces retiraba un poquito la tela (del grosor de un hilo dental) para aliviarse la molestia, entonces, una fantástica rajita de una suavidad (aparente y desde la distancia) que recordaba la piel de un melocotón quedaba al descubierto. La primera vez Jorge no consiguió ver gran cosa, con los nervios, al incrementar los aumentos del lente todo se volvió borroso y se desvió de su objetivo, cuando consiguió reaccionar las molestias habían cesado y el cordón de tela volvía a ocultar el tesoro tan preciado. Con el tiempo esto ya no ocurría, el joven ya enfocaba previamente la zona y cuando el suceso tenía lugar disponía de una magnifica visión.



La mujer comenzó a limpiar con la bayeta y con otro líquido rojizo con el que pulverizaba la superficie de los muebles desde un envase de plástico transparente. De este modo podía verla en todas las posturas posibles, era como un ballet. Podía disfrutar de sus larguísimas piernas (de rodilla para arriba), ¡que muslos tan finos y delicados! ¡Y ese vientre! Un vientre, vientre; un vientre de esos que te apetece acariciar, morder o apoyar tu cabeza sobre el; un vientre con su agujerito incluido donde meter la lengua o dejar caer un poquito de vino para que se derrame por los lados y poder lamerlo. La dureza de los pantalones se incrementaba. ¡Como disfrutaba nuestro futuro parado con estas observaciones de la naturaleza salvaje!



Terminada la limpieza del cuarto infantil, le llegó el turno al baño principal. Esta ventana es más alta que el resto, y esto irritaba al estudiante. Así que se tenía que conformar con verle el busto a su vecina y no siempre, desaparecía a menudo de su ángulo de visión. Tenia que resignarse a verla pulverizar con el bote blanco en el mármol y con el amarillo en los azulejos. Su rostro y sus hombros eran los únicos fragmentos de hermosa humanidad visibles durante la limpieza de esta estancia.



Jorge sabía que hoy no tocaba salón, era jueves por esto no podría verla de rodillas o agachada meneando las caderas empleando el spray azul clarito en el sofá de tela, ni la latita marrón para el de cuero. Sabía que hoy remataría la faena con una limpieza completa del parquet, vertería el liquido del bote blanco en el cubo con agua, y aunque él no podría ver el cubo, si podría ver su baile con la fregona.



Estaba dispuesto a disfrutar mucho con la danza de despedida, cuando la vio ponerse derecha, abandonar la fregona y acercarse a la puerta de entrada. Recogió una pequeña bata del perchero y se vistió con ella. ¡Mierda!, ¿quien venia a importunar a esta hora? ¿No podía haber llegado veinte minutos después? Jorge vio entrar en el recibidor a un tipo de perilla vestido con un traje gris. Estaba observándole detenidamente cuando el fulano giró su cara hacía él y le miró directamente a los ojos a través del telescopio. Esto alteró notablemente al joven que se retiró algo asustado. Se echó hacia atrás reptando para no ser visto. Desmontó el trípode, guardó el telescopio y retiró los cojines. “Bueno, mañana será otro día”, pensó.



Se dirigió a su cuarto y guardó el instrumento de vigilancia en el armario. Se palpó orgulloso el bulto de los pantalones, se lo estrujó un poco para obtener gustillo hasta notar bien humedecidos los calzoncillos. Con lentitud se fue desnudando, hasta quedarse en ropa interior, saco su aparato y le dio unas satisfactorias sacudidas mientras la goma de los slips sujetaba su escroto. Se acercó a un armario metálico, como una taquilla de vestuario, que tenía cerrado con un candado de combinación de cuatro números. Se quitó los gayumbos del todo y con el pie los arrojó sobre la cama perfectamente hecha. Colocó los números correctos en la posición correcta, abrió la puerta del armario y extasiado continuó masturbándose hasta acabar en una espectacular explosión de líquido seminal, que lo puso todo perdido.



“Sí, sí, sí, así, bien pringado todo, que pueda limpiarlo ahora”, mascullaba mientras los últimos estertores de placer coincidían con la salida de las ultimas gotitas, sin poder apartar la mirada de su fuente de placer dentro del armario. Correctamente colocados y ordenados por tamaños y colores, en las baldas podía admirar los botes, frascos, bolsas y latas de Cristasol, Pronto atrapapolvo, Politus, Don Limpio Limón, HG Limpiador Profesional uso diario para parquet; HG Quitamanchas para mármol y terrazo, Oxi Clean, jabón limpiador regenerante Avel, recambios de fregona, Dixán, Mistol, pastillas de Heno de Pravia y otros productos de limpieza.

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