sábado, 27 de diciembre de 2008

Estoy curado.


Siempre he sido un adicto al sexo, mi mujer me lo decía todas las semanas cuando intentaba que hiciésemos el amor, y me lo remarcaba el mes que lo conseguía, cuando por la noche, de madrugada, me acercaba a ella en la cama y practicábamos el sexo de los tres monos, ni oír, ni ver, ni decir. Oír no oía ni un solo gemido o palabra suya de placer; no veía su cuerpo, ni su rostro, por que al follar con la luz apagada es lo que pasa; y ni que decir tiene que no podía decir ni “mu”, por que, ¿para qué decirle?: me gusta esto, o ¿te gusta que te haga aquello? Quedaba, si lo hacía, como el autentico obseso sexual que era.

A final de cada año hacía recuento. Como siempre he sido patoso con la matemáticas tenía que usar los dedos de las manos para contar los polvos que había logrado echar con mi mujer, a veces, desde el pulgar al meñique de una mano no me bastaba y tenía que echar mano de algún dedo de la otra mano para numerar todos los polvos nocturnos. Eso me hacía sentirme mal, “Ella tiene razón, soy un pervertido, han sido más de cinco este año”. El único consuelo que me quedaba era que para contar los polvos con luz, a veces me sobraban las dos manos. Los años en que no podía contar ninguno de esos en que te ves la polla cuando te la miras, o puedes mirarle la rajita a tu esposa antes de meter, ya me sentía algo mejor, “No soy tan malo, este año la pobre no ha tenido que sufrirme mucho”.

Ella de todas maneras siempre ha sido muy buena, de novios ya me debía ver venir por que siempre me apetecía acostarme con ella. Menos mal que, por mi bien, solo me lo permitió un par de veces.

Recién casados he de reconocer que su vida debió ser un infierno, a mi me apetecía constantemente. Me pasaba la vida empalmado, ni siquiera me hacía falta verla desnuda, a veces bastaba con que me sonriese, o me acariciase. Yo me sentía terriblemente avergonzado por tener esos deseos de enfermo, pero ella lo llevaba bien, siempre encontraba alguna excusa y evitaba que yo cayese en el pozo sin fondo de mi enfermedad. Ella me lo decía, “cuanto más lo hagas, más querrás, tienes que controlarte”. Yo me controlaba mucho, me pasaba las horas del día en el cuarto de baño controlando la presión interior. Cuatro, cinco, diez veces, era tremendo, a veces pensaba si tanto desperdiciar material no sería malo, pero rápidamente recapacitaba, si todo eso que se iba por el inodoro tuviese que llevárselo ella encima..., comprendía inmediatamente lo que sentiría mi esposa y se me calentaban las orejas de vergüenza. Pero así era yo de pervertido, nuestros primeros años de convivencia fueron un infierno, yo iba siempre con la tienda de campaña dentro de los pantalones. Ella, por mi bien, siempre me comentaba después de cada polvo, “pues ni me he enterado”, o ¿ya has terminado? (en el sentido de “¿tan pronto?”), o ¿ya has terminado? (en el sentido de “¿todavía no? pues venga, que no tengo todo el día). Era formidable, cualquiera de sus comentarios me hacía sentirme una autentica mierda y el hombre más inútil del mundo, era mano de santo, se me quitaban las ganas de volverlo a intentar durante una semana o más.
El caso es que yo me hacía una pequeña reflexión, cuando era soltero nunca había tenido estos disgustos con las chicas, reconozco que mi primera vez no estuve muy brillante, pero de ahí en adelante nunca tuve grandes quejas, es más, iba adquiriendo cierto dominio en algunas técnicas concretas, pero claro, debía ser que esas chicas eran todas unas golfas, enfermas, como yo.

Con el paso de los años, y de forma puramente accidental, tuve ocasión de ser infiel. Estaba realmente muy enfermo, comprendedme. Y la cosa fue bastante bien, “Como se nota, ladrón, que eres un follador nato, un autentico golfo” Ese comentario sorprendente me lleno de confusión, estaba claro que era un enfermo, un adicto al sexo, pues no tenía bastante con el sexo conyugal, pero también me indicaba que no era un patán en la cama. Tuve que repetir mis infidelidades para confirmar el experimento, siempre venia a ser lo mismo. Todas las mujeres sacaban la conclusión de que yo era un Don Juan muy experimentado, con dominio de las artes amatorias en un nivel bastante apreciable, digamos de Bien Alto o Notable Bajo (no quisiera presumir). Algo no me cuadraba, si follaba bien ¿por que mi mujer me ponía tantas pegas? Pero que ella tenía razón era innegable, era un pervertido y un adicto sexual. Ahora hacía mis recuentos anuales, y me seguían bastando las dos manos para contar los polvos conyugales, pero también tenía que usar las dos manos para los extraconyugales, ¡a veces eran más de cinco!

Este era un camino que conducía directamente a ninguna parte, a ninguna parte buena por supuesto. No me refiero a las partes de mis ocasionales amigas, todas buenas, las partes y ellas en su conjunto (¡Dios mío, estoy fatal! ¿Os dais cuenta?). Bueno, quiero decir que abandone mi vida de libertino, sorprendentemente fácil de conseguir todo hay que decirlo, y volver al redil. Ya me iba haciendo mayor, y mis ardores inadecuados me hacían requerir menos veces a mi mujer. Ella me lo percibía y me ayudaba en mi mejoría haciéndomelo notar “parece que ya no se te pone dura, ¿te pasa algo?” En realidad, no me pasaba nada, era solo falta de interés de mi pobre pene. Para que endurecerse si se iba a tener que desendurecer en secano, como casi siempre. De vez en cuando seguía cayendo algún polvete a oscuras, pero ya, a final de año me bastaba con una mano para hacer el recuento.

La otra noche, mi mujer tenía ganas de marcha. Echamos un polvazo con luz, fue toda una sorpresa. Ella parecía muy excitada, había estado charlando con sus amigas la tarde anterior y debían haberle aconsejado follarse a su marido al menos una vez al año, o quizás ellas mismas habían presumido de hacerlo todas las noches (ya sabéis como son de mentirosas las mujeres), el caso es que para demostrarme su excitación no paraba de moverse, de cabalgarme pero con ella tumbada. Intente seguirle el ritmo, pero era imposible, no tenía ritmo alguno, de modo que permanecí quieto para que ella se moviese a gusto y disfrutase, pero abrió los ojos. “¿Qué haces?” “Estoy follando”, contesté. “Eso no es follar, empuja tú”. Me puse a empujar, y ella para demostrar su excitación, apretaba y apretaba los muslos, cerrando las piernas de forma que yo era incapaz de penetrarla, lo cual, sin embargo, parecía llenarla de placer puesto que puso cara de orgasmo un par de veces. De repente, optó por ponerse a cuatro patas, “fóllame por detrás, que me vea en el espejo” Bien, así lo hice, pero ella estaba echada hacia delante, y con las rodillas juntas. Tuve que resituarla, abrirle las piernas, ponerle las rodillas hacia delante y las caderas hacia detrás e intentarlo de nuevo, pero curiosamente su sexo no buscaba el mío, estaba simplemente por allí, como quien espera el autobús. Las cosas no me cuadraban. Si aparentemente está como una perra un celo, ¿como es que su instinto no le ayuda a buscar su mayor placer? En cualquier caso, ella llevaba toda la sesión bastante seca internamente, o sea que como siempre yo no le estaba excitando lo suficiente, es decir, nada. Eso me hizo sentirme nuevamente como un inútil, pero lo peor no acabó ahí, cuando le avisé de que por mi parte el asunto estaba llegando a su fin, la saqué del agujerito (sigue intentando quedarse embarazada, a sus años) y ella reaccionó como yo me merecía, se tumbó en la cama, a dos metros de mi, dejándome con la polla en la mano, cara de subnormal, y mirando como de golpe toda mi masculinidad manchaba la colcha. “Otra vez me dejas insatisfecha”.

Eso fue todo, fue el golpe final a toda una terapia de años. Por fin me ha convencido. Ya nunca, nunca, nunca, jamás quiero volver a hacer el amor, follar o echar un polvo a oscuras, con ella. Esta última vez ha conseguido acabar con toda mi autoestima y mi apetito sexual, ha conseguido que la vea por fin tal como es, sin los falsos brillos del cariño. De hecho, hace días de esto y desde entonces no se me ha puesto dura ni un segundo. Ya no soy un pervertido, ni un adicto al sexo, por fin estoy sano.

Ahora solo me queda esperar unos años a que los niños, fruto de los polvos nocturnos, se vayan de casa, y podré divorciarme sin remordimientos, comprarme un descapotable, jugar al golf, salir con los amigotes y divertirme. Sin mujeres, sin sexo, o con mujeres y sexo de pago, lo que dure dura y a correr, sin remordimientos.

Ya nos estamos organizando, somos muchos, lo tenemos todo preparado. En cuanto los niños se vayan de casa fundaremos el Club de los Alegres Divorciados.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Bailando esqueletos.


En un rincón de la plaza, la joven delgada con un pañuelo en la cabeza hace bailar a su marioneta. El sonido grave de un violín, probablemente un chelo, sale del fondo de un altavoz viejo y grande. La marioneta no baila en el suelo, de eso nada, tiene todo su atrezzo, sobre un paño rojo tres pequeñas velas la iluminan y una rama de abeto da el toque natural al escenario. La marioneta es un manojo de huesos, parecen de madera, laboriosamente unidos desde la calavera hasta los dedos de los pies, manejados por los hilos que la chica mueve desde los armazones de los que cuelgan. Alrededor ha congregado a bastante público. A tres metros más allá la gente pasea sin detenerse a mirar o, sin mirar, esta detenida esperando a alguien. Más de uno espera algo, sin saber el qué.

Es de noche ya. En algunas fachadas se ven muñecos vestidos de rojo y con pequeños sacos a su espalda, colgados de las ventanas y los balcones, están sucios y desmadejados. ¡Pobres muñecos a los que nadie quiere!, los arrojan de casa y los exponen a la vergüenza de que todo el mundo vea como son despreciados. Pueden verse también luces de colores en otras ventanas y otros balcones. Son luces de colores como esas que se ven en los bares de carretera, que animan a camioneros y viajantes a tomarse una copita en la amable compañía de alguna jovencita. De repente, con la llegada de los fríos, parece como si la ciudad se convirtiese en un concurso de lupanares.

La gente camina con prisa, en grupos, con muchas bolsas. ¡Rápido, rápido! Eso es la solidaridad, hay que llevarle al que no tiene para volver a casa sin nada más que la alegría de dar. Es una competición de generosidad. Pero también hay parejas que miran los escaparates, sin atreverse a entrar, por no molestar, ¡eso es educación!
Aunque quizás no sea realmente así.
Es domingo por la tarde, las tiendas están abiertas todavía. Artesanos venden fuera sus mercancías, gorros rojos con luces en el reborde blanco. “A un euro, caballero, a un euro, señora, que no tengo para comer.” “¿Esto no gastará muchas pilas, hijo?”
Los puestos de castañas, no tiene colas, la gente mira mucho por su figura, los frutos secos tiene muchas calorías.
La realidad es que la gente intenta no sacar mucho las manos de los bolsillos, y aún así, se siente obligada a gastar y a sonreír.

Cuando llega el frío, todos los años igual, la gente se trastorna, la ciudad se transforma, es la obligación de ser feliz, que nos inunda a todos sin querer. Las familias se unen, la suegra quiere a la nuera, el yerno al suegro, el cuñado a la hermana de su mujer, esto mejor sin que se entere nadie. Este cariño dura, claro, lo dura un pescadito de hielo en un cubata, como decía el poeta. Por que lo que no es cierto, no suele durar, y sin embargo, lo falso vuelve y vuelve, a casa por Navidad.

¡Cuanto nos queremos en estas fechas!, especialmente los que no nos soportamos el resto del año. Compartimos mesa, nos hacemos regalos, chocamos nuestras copas llenas de burbujas doradas, con la esperanza de no volvernos a ver en un año, por lo menos.

La plaza es grande, y redonda, todos los escaparates están iluminados, excepto los de los comercios que han quebrado. Se traspasa, se vende, se alquila. La plaza está llena de gente que sale y entra en las aceras de las calles que acometen a la plaza. La gente es feliz, se nota en sus caras, están muy asumidas las obligaciones de estas fechas. Los que caminan tristes y solitarios, o apáticos y acompañados, solo están retrasando su momento de felicidad, que hay muchos días que celebrar, no hay escapatoria.

Al rodear la plaza hay que esperar en los semáforos a que las riadas de automóviles, llenos de gente que va feliz a comprar regalos a la gente que tanto quiere, se detengan. De alguna parte, de muchas partes, llega esa música celestial en forma de villancicos y sonidos de campanillas. Mientras caminas van cambiando las canciones y los sonidos, y sin embargo siempre es la misma canción y el mismo sonido. Otro milagro de la Navidad.

Era inevitable, había que volver a ver a la titiritera y a su esqueleto bailarín. Vuelta completa a la plaza. Lo hace muy bien, la gente que la observa está encantada. Yo también. Acabo de darme cuenta de que ella es la única que de verdad ha comprendido el autentico espíritu de la Navidad.
Año tras año repetimos las mismas costumbres sin sentido, y lo hacemos sonriendo. Intentamos dar vida a unos festejos que no la tienen. Todos sin excepción, todos los años, continuamos haciendo lo mismo, hacemos bailar un esqueleto.

martes, 16 de diciembre de 2008

La culpa.


La muchacha cruzaba la plaza con los tacones de sus zapatos resbalando sobre los adoquines del empedrado, era inevitable que cayese y así sucedió, se levantó y continuó corriendo, dolorida, con las medias rotas de la caída y destrozándoselas al continuar su carrera descalza. Las escasas cuatro luces que colgaban de las fachadas se reflejaban sobre la humedad del suelo creando alargadas sombras que, con la mujer en el centro, dibujaban una cruz en movimiento. El arco de la esquina por el que se salía de la plaza parecía al alcance de la chica, que no miraba hacía atrás.

La mesa, con su mantel impoluto, ocupa el centro de la sala frente a la chimenea, enorme, que parece capaz de achicharrar a los dos comensales simplemente con desplazarlos al interior con un imposible empujón. Afuera llueve, el sonido de las gotas de agua sobre los cristales marca el fondo de una conversación llena de miradas y casi vacía de palabras. Los platos vuelven llenos a la cocina, la criada y el camarero se ocupan de traer y devolver los alimentos. El hombre recoge sobre su mano la mano de ella, los postres regresan a la cocina apenas con la marca de una cucharada, la mujer apura su copa de champagne, el hombre se levanta sin soltar la mano de ella, y ella se deja llevar a la salita contigua. Aquí no hay chimenea pero la estancia esta caldeada, las paredes están recubiertas de madera y tela, los muebles son escasos pero en el centro una gran banqueta tapizada, con grandes almohadones, destaca sobre una mullida alfombra de pelo largo. Ella se deja conducir hasta el asiento, se deja besar y responde con suavidad a la presión de él en sus labios, enlaza su lengua con la de él y deja que las manos expertas y fuertes del hombre la vayan desnudando. Siente los besos de su amante sobre sus hombros, sobre sus senos, sobre su ombligo y suspira, se abandona. Se deja atar las manos y arrodillar sobre la alfombra con su vientre apoyado en los almohadones de la banqueta, en esa postura recibe el miembro de él en su boca y lo degusta con labios, dientes y lengua, sus manos permanecen en su espalada. En esa postura es penetrada por el hombre que le acaricia la espalda con suavidad o que la agarra con firmeza mientras empuja, el amante sabe esperar, no llega hasta el final. En esa postura la sodomiza, sin miramientos, dolorosamente, derramándose nada más entrar pero permaneciendo firme durante el suficiente tiempo como para que ella sienta su dureza. Cuando concluye, la desata, la levanta agarrándola por la cintura y la atrae contra sí, pegando la espalda de ella a su cuerpo. Ella se gira y le abraza, se besan dulcemente, sin prisa. Hay una gran puerta doble de madera al fondo de la habitación. Él la mira, ella asiente, él le venda los ojos con el mismo pañuelo con que antes le ató las manos.

Tira firmemente de la mujer y abre las dos puertas con un simple empujón, es un dormitorio con una gran cama con dosel, allí esperan la criada y el camarero. La coge en brazos para depositarla sobre las sabanas. La criada y el camarero la asean con paños mojados en pequeñas palanganas de porcelana inglesa y con jabón perfumado. Cuando todos sus orificios han sido limpiados de los restos del hombre y de los suyos propios, son ungidos con aceites olorosos y ella misma es perfumada con suaves perfumes florales. Camarero y criada se retiran a los lados de la cabecera, dispuestos a reponer aceites y perfumes cuando sea necesario, preparados para continuar la limpieza del cuerpo de la muchacha tantas veces como sea preciso a lo largo de la noche. El amante toca una pequeña campanilla de plata con un sonido demasiado agudo.

Por la puerta doble aparecen dos jóvenes apenas vestidos con unas camisas que les cuelgan hasta los muslos, se acercan a la cama, acarician la piel suave y disponen a su gusto de la mujer. El amante sale de la habitación, se sienta en la banqueta y con un gesto indica a otros dos jóvenes que se acerquen a la cama. Un quinto muchacho le acerca un vaso con viejo whisky de malta, y acto seguido es empujado hacia el dormitorio.

En la cama ella no piensa, no sufre, no siente, acaso disfruta de vez en cuando, siente la humillación de que la limpien como se limpia el exterior de un coche para que este siempre impecable de presencia y representación, la vergüenza de ser engrasada para que no existan rozamientos desagradables para sus vigorosos penetradores, que se introducen en ella sin descanso, turnándose o acometiendo a la vez. Ella no tiene derecho a pedir descanso, no se le ocurriría. Ella solo desea continuar, llegar hasta el fondo de la vergüenza, adquirir la plena consciencia de carecer de ella, de ser un mueble, menos que eso, solo un trasto viejo a punto de romperse mientras es utilizado, acaso por ultima vez, pero cumpliendo su función.

De aspecto implacable, para quien no supiese interpretar las miradas suplicantes que escondían sus ojos de azul acero. Hermosa en su fortaleza, brillante en su conversación, inteligente pero débil bajo algunas claves que nunca se podían tocar en público. Desconfiada de si misma y desafiante frente a los demás. Rota por dentro de su fachada elegante, ahora corría perseguida por si misma. Vacía, pero sin estar lista para llenarse, alcanzaba el arco de la plaza.

Bajo él podía ver las mismas estrellas que coronaban la plaza, pero la calle que partía buscando abajo el riachuelo se tragaba las casas y despejaba la oscuridad del cielo rota por el brillo de la luna. Sin lágrimas en los ojos, no conseguía olvidar lo que no quería recordar. Miraba al cielo, miraba la calle. Otra noche de sumisión que no lograba su objetivo. No se sentía suficientemente sucia. Todavía tendría que bajar más.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Otro cuento más de la Navidad.




Ya estamos en Navidad, me gusta la Navidad. Las calles se llenan de bombillas de colores colgadas de cables, casi nunca están encendidas pero cuando lo hacen dan un tono simpático a las calles que, aunque no consigue eliminar la tristeza de las luces anaranjadas que deprimen aun más mi depresión, les da otro aire. Es la tristeza lumínica de siempre punteada de chispitas novedosas. Yo creo que deberían hacer un esfuerzo y en Navidad cambiar las bombillas que dan ese color naranja por otras, blanco clásico, azul frígido, rojo voluptuoso, verde ecológico, cualquier cosa, pero guardar por unos días el desmotivante color marciano de las bombillas de luz naranja.

Echo un vistazo a mi hogar, mi cuarto en la pensión de Doña Concha y su hija, Hostal Pirineo. Esta en pleno centro, es muy limpio y no lo usan las prostitutas de las calles cercanas. No es muy moderno, ni falta que le hace. El papel pintado de las paredes estaba un poco despegado cuando llegué el primer día, pero yo soy muy cuidadoso con mis cosas y ya está todo como recién pegado. Las manchas no se quitan, no consigo ningún producto que las elimine, lo intenté con una cosilla blanca que me dieron en la tienda de bricolage de la calle de al lado, pero se llevo el color y las rayas del papel, así que no insistí. Simplemente considero las manchas, incluso la mía de limpieza, como la huella digital de mi cuarto, la que lo diferencia del resto de cuartos. La verdad es que no hay ningún cuarto igual a otro, en los treinta años que el Hostal Pirineo lleva abierto, todos han sufrido cambios por un motivo u otro. Pero estamos en Navidad, y a mi me gusta la Navidad así que me lanzo a la calle. Debajo de la cama están las dos maletas que me sirven de armario, la mesa esta recogida y sin papeles encima, la silla pegada a la pared. Dejo mi cuarto en orden, el mundo me espera en cuanto pise la acera.

Iré a la Plaza Mayor en metro, andando tardaría siete u ocho minutos, pero en metro puedo conseguir tardar veinte minutos. Me gustan los vagones nuevos y, además, a esta hora van llenos de pandillas de jóvenes, muy ruidosas y que ocupan mucho sitio, es fácil conseguir buenos arrimones, ya tengo mucha experiencia y sé seleccionar quien me los va a agradecer, es Navidad y todos necesitamos cariño y compartir amor.

Al salir por la boca de metro de Sol, donde se ponen las loteras de Doña Manolita, ya voy muy satisfecho, y muy calentito, me he dado unos bueno refregones con una muchacha sudamericana nada más montar, en el siguiente transbordo una madurita a la que ya le hacían falta unas mechas en el pelo me ha dejado acercarle mi intimidad, en el siguiente tren tuve que recorrerme tres vagones hasta encontrar a la jovencita de los granitos y las gafas que me alzó la mirada y se giró para darme la espalda. Ha sido un viaje estupendo.

Antes de llegar a la plaza hago un par de paradas en los bares de siempre, un par de Soberanos y después una Coca Cola para bajar el aliento, en cada uno de ellos, así ya entro en acción ardiente y animado. La plaza a esa hora ya esta de bote en bote. Como han quitado los tenderetes de las bromas hay muchos menos niños que otros años, mucho mejor, cuanto menos bultos más claridad. Quizás hubiese estado bien tener niños, pero esto de estudiar las oposiciones es muy fatigoso, no deja tiempo para nada, no puede uno buscarse novia. Son treinta años ya de estudios, desde que murió mi madre, como soy un hombre con iniciativa me vine a Madrid, a ganarme el pan con una buena oposición a Correos, menos mal que mientras tanto tengo el trabajo en la mercería. Está cerca de la pensión, del Hostal, aunque en realidad es al revés, es la habitación la que me busqué cerca del trabajo, bueno, tampoco, Don Anselmo me la encontró, que conoce a Doña Concha desde hace mucho tiempo.
¡Estos coñacitos que buenos son, te dejan como aturdido, lo haces todo como automáticamente! Voy a arrimarme a aquellas mujeres que están mirando los angelotes grandes en el puesto del bigotes.

¡Augh! Como me duele la cabeza. Parece que se me ha ido el mareillo del alcohol, pero me queda el run run de la paliza. ¿Como no me di cuenta que eran gitanas?, estoy muy torpe últimamente. Los que han mejorado mucho son los gitanos, ahora son muy finos, entre los cuatro me han dado una somanta de palos que casi me revientan, y sin que nadie se diese cuenta, mientras me llevaban hacia la calle Mayor, y los muy cabrones iban cantando y dando palmas. Me han tirado sobre los cartones de los mendigos que duermen junto a la salida de peatones del parking, me ha venido bien, he podido dormir un poco. Esta postura es incomoda, cabeza abajo me estoy poniendo malo, ¿o será el olor a basura? Parece mentira que la basura siempre huela igual, lo mismo da que sea Navidad que Cuaresma, cuando todos los restos se juntan dan el mismo olor, es curioso esto. Estos carritos de basura son muy estrechos, los grandes me gustan más, estás más cómodo cuando te tiran dentro y se sale más fácil. ¿Por qué este no se mueve? Seguro que los mendigos lo han encajonado bien contra la pared. No les gusta que les quiten el sitio, ellos se organizan. ¡Por que estaba dolorido y algo bebido que sino no les hubiese resultado tan fácil cogerme en volandas y meterme aquí! ¡Y lo mal que olían!, eso ha sido lo peor. ¿Qué hora será? Hace un poco de frío ya, es lo malo de la Navidad.

Ya se oyen los camiones de basura echando carreras, dentro de nada estoy en casa, si no es muy tarde igual me doy una ducha caliente. ¡Joder, que bueno, estas juergas solo te las puedes permitir en Navidad!

viernes, 28 de noviembre de 2008

Cuento para Ana Anónimo, de los Anónimo de toda la vida.


La neurona había entrado en la mente del personaje, era una neurona de poca memoria, quizás hubiese nacido allí, no podía asegurarlo. Era una neurona con muchas dudas, disfrutaba de gran amplitud en esa mente tan dada a los sentimientos pero se encontraba un poco sola, eso limitaba su experiencia y su único modo de evolucionar era dudando.

Dicen, aunque más bien debe ser una de esas leyendas urbanas, que las neuronas se parecen a sus amos. Esta neurona era un poco simple, simple y solitaria, habitaba en una mente simple y solitaria de una persona simple y solitaria. Pero tenía sentimientos, sentimientos que no falten nunca. La persona también tenía sentimientos, neurona y persona parecían tal para cual.

Un día de esos que transcurren entre año y año, la neurona tuvo un feliz encuentro con otra neurona dentro de la mente del personaje. Esto produjo un chispazo de lucidez en la persona, persona que como ya ha aparecido un par de veces en este cuento para Ana, se ha convertido en nuestro personaje principal. Vamos teniendo una historia, ya que tenemos un personaje y dos neuronas. De las cochinadas que esas neuronas hicieron en la mente del personaje nada diremos, ya esta bien de tanto sexo, además, las neuronas sexuadas nunca dieron mucho juego, pero baste decir que el personaje se hacia “pajas mentales”, esto es, que estaba hecho un lío y no sabía bien el porqué. ¡Como podía él sospechar que tenía más de una neurona y que estas eran tan cachondonas! Las neuronas sexualmente activas engendraron montones de nuevas neuronas, que fueron colonizando la mente del personaje como los hongos colonizan las juntas de los azulejos en los cuartos de baño con poca ventilación. La persona notaba un inquietante y nuevo escozor intelectual, pasó de su estado habitual de hibernación mental a otro de sentimientos llenos de pensamientos.

Quiso ponerlo por escrito, y fue capaz de rellenar una cuartilla por su canto. Quedó demostrado que no era muy extenso en sus reflexiones pero que era muy apañado manejando papel y pluma. Dentro de su mente las neuronas se encontraban en plena orgía y como eran muy descuidadas y no tenían farmacias a mano, su reproducción era una producción en masa, casi industrial, artesanal pero extensa, eran neuronas muy aplicadas que disfrutaban con lo suyo, y por ello se frotaban cada vez más (esto no es sexo, pero si alguien siente cierto escozor con el rozamiento que no se sienta culpable).

Con el paso de los años nuestro personaje era capaz de rellenar cuartillas por su cara superior, y había adquirido la pequeña habilidad de que si escribía más de una cuartilla seguida, lo escrito en la posterior tuviese relación con lo escrito en la anterior y viceversa y al revés.

La neurona que nos introdujo en la historia hacía mucho tiempo (tiempo de neurona) que había desaparecido, pero su descendencia progresaba adecuadamente. El personaje devino en escritor, y fue capaz de escribir un libro con bonita portada de color rosado.

Tenía todo un futuro por delante, si sus neuronas seguían de juerga mucho tiempo no cabía duda de que algún día sería capaz de escribir libros llenos de personajes bien descritos, con profundos sentimientos y mucha personalidad.

El escritor, antiguo personaje, se estrujaba el cerebro intentando sacar de él más de lo que tenía, la llegada de nuevas neuronas, inquietas y exigentes, le impelían a nuevas aventuras, a encontrar los ocultos horizontes que los cuentos cortos le tapaban.

Gracias neurAna, por escribir y opinar.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Equilibrio estable


Lola se acicalaba frente al espejo marroquí que tenia en el salón junto al retrato del ché que se trajo de Cuba. Jarapas de todos los colores cubrían los sillones y tapaban las ventanas, nada en el pequeño apartamento de soltera (¡y por muchos años!) era artificial, bueno, la tele sí, pero era una tele chiquitita y la tele no era un artefacto peligroso, todas las cadenas eran fieles al ideario único y correcto.
La melena sobre los hombros con las naturales hebras plateadas propias de la edad, ¡que tampoco era tanta edad, joder!
Con los dedos se estiró el bigotillo, nada de pelos, apenas una sombra, casi no necesitaba depilarse y solo se lo permitía a Rosa, su camarada de fatigas y manifestaciones que se lo hacía con cera natural de abeja, pero estos días estaba de luna de miel en las Alpujarras con su novia Celeste. ¡Que inoportuna era esta muchacha siempre! Para una vez que ella tenía una cita y se le ocurría casarse con su novia de toda la vida justo esta semana. Tampoco tenía tanto vello en las piernas y la sobaquera nunca se la hacía. Esta última reflexión decidió que se pusiese los leotardos de colores de la feria de artesanía medieval de Guadalajara, casi los estrenaba, solo se los había puesto una vez y como después los había lavado con jabón hecho el verano pasado en la Granja de Javi, olían a limpio y a la lavanda que tenia repartida por todos los cajones. La falda quedó descartada, no vaya a ver el muchacho algún pelillo y se eche atrás, que los tíos se han vuelto muy metrosexuales. Encantada de haberse conocido y tan autentica como ella era salió a la aventura, una cita a ciegas, que a los tíos de siempre ya los tenía muy vistos.

Fermín había salido pronto de casa hacia el hotel, estaba en las afueras, incluso podríamos decir que mucho más allá de la afueras, en realidad estaba en pleno campo, lo cual era muy conveniente para la discreción exigida a una cita a ciegas, que nunca se sabe como puede acabar, ni cuanto de rápido puede terminar, mejor no exponerse a la vista de los amigotes. A ella le había parecido muy bien, había dicho algo de las ovejas y las vacas, pero sería una broma de ella, que era muy graciosa. Se habían conocido en una página de contactos mientras él chateaba con uno de sus diversos nicks, el que pertenecía al perfil en el que se hacía pasar por un pintor de retratos, ella era una hija única que vivía con su madre ya anciana en un caserón del centro. Habían congeniado rápido, tenían gustos similares, bueno, al menos su nick de pintor y ella habían congeniado y él se adaptaba rápido. El hotelito estaba al fondo de un camino de cabras, Hotel Rural con Encanto, ¡manda cojones! Borja se lo había recomendado por que lo conocía de cuando iba por allí a cazar perdices, menos mal que le había pedido a papa el Range Rover, si tiene que meter allí su BMW Z4 se llena de barro hasta las cejas. Antes de bajar del todo terreno, se echó una miradita en el espejo del parasol. Estaba perfecto, como de costumbre, el pelo bien liso peinado hacia atrás con su fijador, que le formaba esos rizos tan simpáticos detrás de la nuca, su pañuelito de seda de Hermés que hacia contraste con su Blazer. Miró la hora en su reloj de imitación Rolex, tenía cerca de diez, no podía permitirse tenerlos todos auténticos, todavía. Andaba pensando si quitarle la banderita que le había puesto a la cadena, con la pulserita y el cinturón igual ya era bastante enseña nacional, ¡que coño! Si uno es español, pues es español, que se joda quien no le guste.
Para su desgracia, al aplastar la suela de cuero de sus Castellanos recién estrenados un excremento de animal en el empedrado de acceso al hotel, su corpachón de galán fue a parar en toda su longitud contra el suelo embarrado y los restos de la propia defecación. Su entrada en la recepción no fue todo lo digna que él había planeado.


Ya no le parecía tan buena idea lo de la cita en el campo, allí donde cristo (que no existe y es el opio del pueblo) dio las tres voces. Contaba con el coche de Rufino para la cita, pero se le olvido pedírselo con antelación y lo estaban usando Raquel y Fede para bajarse al moro, había tenido que conformarse con el Renault 4 Latas de su hermano. No es como el Dyane 6, que ese era para gente encantadora, pero es un coche majo, el problema es que la pila de años que tiene encima y las pocas visitas al taller que hace no le estaban dando mucha seguridad en este viaje, por fin había llegado, pero le entraban temblores pensando en la vuelta, y más se ponía a llover como llevaba amenazando toda la mañana. Dejó el coche junto a un todoterreno enorme de esos que no deberían de existir por lo caros que son y lo mucho que contaminan, y se dirigió hacia la puerta de entrada del bonito hotel de piedra. Aspiró el aire puro y ese inconfundible olor a vaca que hace sus cosas, ¡adoraba la naturaleza! Volvía parecerle estupendo lo de la cita en el campo.
Al llegar a la habitación llamó a la puerta prudentemente y, con la llave que le habían entregado en la recepción, abrió.
El interior se encontraba en penumbra, no conocía a su amigo pero se lo iba a tirar, seguro, tan horrible no podía ser, por Internet parecía majo e interesante. Estas citas a la aventura tenían mucho morbo, quizás no eran muy “naturales” pero había que estar con los tiempos, desde que su hermana pequeña la apuntó a estas paginas de contactos se había dejado querer varias veces ya, con muy diferentes resultados, pero la intriga, las sorpresas y lo inesperado de las situaciones lo estaban haciendo adictivo, afortunadamente nadie más que su hermana lo sabia.
-Oye, ¿estas ahí? ¿Por qué has dejado esto tan oscuro?
“Me temo que sí, que tiene que ser horrible si no quiere que lo vea, o eso, o vamos a jugar a las tinieblas”

Oyó los pasos en el pasillo, la llave en la cerradura, los golpes en la puerta, la sintió entrar y escuchó su voz. Tenia toda la iniciativa perdida, había tenido que dejar toda su sucia y maloliente ropa para que se la lavasen, no podía esperarla en pelotas sentado en sillón, ni de pie delante de la ventana. Cualquier hombre al que le hagan un recibimiento similar da palmas con las orejas, pero las mujeres son muy raras, esas cosas no les gustan. Como hombre de recursos había dejado la habitación a media luz, y se había metido en la cama.
-Estoy, estoy. Esperándote ansioso. Estoy calentando la cama, que las sabanas estaban muy frías y el cuarto no está muy caldeado, estas paredes tan gruesas, de piedra, es lo que tienen.
“Mierda, los calcetines, que me los he dejado puestos”
Con rápido gesto se los quito y los tiró al suelo.

-No das opción a arrepentirse, ¿verdad? Vas directo al grano. Déjame al menos que me desnude en el baño.
“Sorpresa tras sorpresa, estos tíos son todos como marcianos. Bueno, eso es lo divertido, sin mirar y de cabeza a la piscina”. Se quitó la ropa y se planto frente a la cama.
-Aquí estoy, ¿me dejas un hueco?
-¡Caramba, que cuerpo tienes, estas formidable! ¡Que delgadita!
-Eso es la comida macrobiótica, toda salud.
Se metió en la cama y se dejó abrazar, mientras le miraba la cara.
“Pues no es feo, ¿a qué vendrán las oscuridades?
-¡Que bien hueles Anabel!
“Tengo que recordar que me llamo Anabel, es verdad”
-Será el Pachuli. Oye, estás fuerte.
-Pues eso va a ser por culpa de los chuletones de Ávila, todo proteínas.
El primer contacto fue satisfactorio para ambas partes, así que todo siguió su evolución natural.
Pero fueron tan satisfactorios el resto de contactos que estos se alargaron mas de lo habitual.
-Eres un experto, Andrés, me esta encantando.
“Los años de visitar prostíbulos es lo que tienen, que se aprenden todos los trucos clásicos” pensó él, pero contestó:
-¡Que exagerada!, hago lo que puedo. Tú si que eres algo nunca visto.
“Los años de amor libre en las comunas es lo que tienen, que aparte de pillar ladillas aprendes toda clase de técnicas orientales” pensó ella, mientras le susurraba:
-Anda ya, bobo. Eres tú la que me pone así.
El caso es que el asunto progresaba satisfactoriamente para ambas partes, muy satisfactoriamente. Tanto que él, a punto de llegar a su final, generosamente gemía: “Todo para ti, todo para ti, todo para ti...”
Cuando ella llegó a su final estalló en un orgulloso y racial: “Viva España”
Ambos cayeron unidos sobre las arrugadas sabanas, contentos de haber encontrado un alma gemela.
Tras unos arrumacos tiernos, él notó que su vigor renacía y ella notó que le vendría muy bien un poco más de relleno.
La jornada transcurrió entre populares “todo para el pueblo” por parte de él y recios “España para las españolas” por parte de ella.
Cuando le trajeron la ropa lavada y planchada, él pidió una prorroga de su estancia, era temporada baja y entre semana, no hubo problema. Sin salir de la cama más que lo imprescindible continuaron profundizando en su encuentro político.
Al cabo de una semana decidieron volver al mundo.

En el Range Rover tomaron algunas decisiones:
-Es muy cómodo este coche tuyo.
-Sí, pero es muy ostentoso, nunca lo volveré a coger.
-No seas radical, debes ser menos impulsivo.
-Bueno, solo cogeré cuando vayamos juntos.
-¿Ves? Es mucho mejor ser más ecuánime.
-Lastima lo de la UCD.
¿Qué cosa? –preguntó ella, cómodamente recostada sobre el asiento.
-Pues que haya desaparecido.
-Sí, una lastima.
-Tendremos que exiliarnos, ¿qué pensaran nuestras amistades? – meditó preocupado el conductor.
-Es cierto, nunca lo admitirían. ¿Has pensado en algún sitio?
-La India, podremos ocuparnos de los más desfavorecidos.
-A mi se me ocurre que mejor las Seychelles, que también hay mucho pobre.
-¿Y algo intermedio?
-¿Cómo qué, amorcito? –inquirió ella, al abrazarle mientras ajustaba el aire acondicionado.
-Chipre, es una isla, es un país pobre...
-Y hace una temperatura fantástica, está muy bien.
-Podremos dedicarnos a fabricar alfombras o a hacer alfarería.
-O a gastarnos, sin excesos, tus herencias. Te he dicho que debes dejar de ser tan extremista.
-Cuanta razón tienes, mi amor. En el centro esta la virtud. –dijo él, apretándola en su abrazo.

El automóvil continuaba avanzando entre la lluvia, de vuelta a la ciudad. El limpiaparabrisas apartaba las gotas del cristal, y las manifestaciones pancarteriles acababan de perder a dos de sus cabecillas. La lucha de clases debería continuar con dos importantes bajas, las guerras son así.

viernes, 21 de noviembre de 2008

¿Esto no ha hecho más que empezar?


El fuego seguía encendido, las últimas maderas coronaban un montón de cenizas que indicaban que esa era una hoguera que llevaba mucho tiempo sin apagarse, y en ellas se podían ver restos que delataban que el combustible utilizado había sido muy diverso.
En el exterior del cobertizo seguía lloviendo, hacia frío pero no tanto como para que nevase, así que el barro y la humedad lo dominaban todo.
En torno a la hoguera tres cochinos calentaban sus pezuñas y charlaban en voz baja.

-No ha sido un buen año. -comentó Constructo.
-No, no lo ha sido. –añadió Bancari.
-No señor, de verdad que no. –apostilló Curro.
-La culpa es tuya Bancari, ya no me das lo que antes me dabas, no puedo trabajar. –reprochó Constructo, subiéndose el cuello de su abrigo.
-Ya quisiera yo darte todo lo que pidieses, pero seguro que Curro no me pagará lo que le dejé para que te comprase a ti, así que no puedo prestarte más, tampoco me lo devolverías.-contestó Bancari.
-Yo te lo devolvería si le dejases a los amigos de Curro lo que te pidiesen para comprarme a mí.
-No puedo hacer eso, no ves que como tú los estás echando del trabajo, no podrían devolvérmelo.
-Yo no los echaría si tú les prestases lo que te piden.
-Constructo, reconócelo, has trabajado de más, tienes mucho trabajo realizado que no podrás vender. ¿Qué hiciste con lo ganado? – preguntó Bancari bajándose las orejas de su gorro de piel y subiéndose las solapas de piel de su abrigo de piel.
-Pues una parte me lo gaste y otra parte la seguí usando para trabajar aun más, por eso necesito que me prestes, para terminar ese trabajo que está a medias y poder vendérselo a Curro y a sus amigos.-¿Verdad, Curro, que te gustaría comprarme mi trabajo?

Curro, les miró, y suspiró.

-Me gustaría tener menos frío, me gustaría ir a trabajar mañana. ¿Podría acercarme mañana a trabajar, Constructo?

Curro, que quizás tuviese ascendentes gallegos pues contestaba con preguntas a las preguntas, se daba algunos golpes en el cuerpo con las patas, pues su camiseta de algodón cubría su desnudez pero no le abrigaba gran cosa.

-Ya me gustaría a mi, muchacho. Pero como no me compras tu trabajo, no puedo darte trabajo.
-Bancari no me presta para comprar, por que tú no me pagas por trabajar.- protestó Curro.
-¿Cómo te voy a pagar si Bancari no me presta y tú no me compras? Es absurdo, no lo entiendes.

En ese momento Curro cayó como fulminado.

-¿Que le pasa a este?
-Parece que ha muerto.
-¡Caramba!
-No tiene nuestras reservas.
-Estos cerdos se creen que pueden ser tan cochinos como nosotros. Les pierde su ambición. Ya no te podía pagar lo que le prestaste y eso ha acabado con él.
-No debiste venderle y así no me habría pedido.
-Si no le vendo, ¿cómo te pago lo que me prestaste?
-No discutamos, echa ese cerdo al fuego. Tenemos que seguir alimentándonos.
-Ahora mismo. Oye, fíjate, estoy perdiendo peso, ¿crees que eso es malo?
-No, cerdo, no. Mírame a mí, he perdido peso y estoy como nunca, conviene perder peso de vez en cuando, así estas listo para volver a engordar.

El cerdo, ya sobre la hoguera, empezaba a despedir un agradable olor a carne asada.

martes, 18 de noviembre de 2008

Todas están muy ricas


Era la cuarta ambulancia que llegaba a la plaza, dos camiones de bomberos ya estaban cerca de la fachada del gimnasio, los coches de policía eran incontables, las furgonetas de Telemadrid y Antena 3 también habían llegado ya.
La gente se agolpaba en las aceras y todos señalaban hacia el edificio. El antiguo cine ahora era un gimnasio con apenas algunos meses de uso.

-¿Tiene muchos rehenes? – preguntó el oficial al mando, que acababa de llegar en un coche de camuflaje.
-Calculamos que más de cincuenta personas, todo mujeres. –contestó el sargento que hasta ese momento se estaba haciendo cargo de la situación.
-¿Solo mujeres?
-Sí señor, a los hombres los ha dejado salir, también a un grupo de mujeres de edad algo avanzada que han salido con sus mallas ajustadas, el abrigo y muy pintadas. Estaban muy enfadadas.
-No me extraña, ha debido ser un susto tremendo. ¿Dónde se encuentran? Voy a interrogarlas, a ver que nos pueden aportar.
-Pues están allí, junto a la ambulancia que esta aparcada en aquella esquina, les han llevado un café del bar de enfrente y ellas se han pedido unas pastas de la confitería del otro lado de la calle. Así que no tenga prisa, estarán todavía un rato de tertulia.

El oficial, se dirigió con paso calmo hacía el grupo de deportistas y se presentó.
-Buenas tardes, soy el inspector Ramírez, ¿qué ha sucedido?, ¿qué pueden contarme?
-Mire jovencito, ha sido indignante, ese muchacho nos ha echado, sin ningún miramiento, ha subido a la piscina y ha sacado a todo el mundo, lo mismito ha hecho con la sauna, ha metido a todos los hombres en el ascensor y los ha mandado a la calle, a mí y a mi amiga nos ha metido en el otro ascensor y ha hecho tres cuartos de lo mismo. ¿Se da usted cuenta la falta de respeto? ¿Qué le costaba dejarnos a nosotras también con las demás?
-¿Querían ustedes quedarse encerradas?
-¡Que pregunta, pues claro!
-¿Y usted, señora, que puede contarme?
-Lo mismo, lo mismo, entró en la sala con todas esas mujeres detrás y echó a todos los hombres y a nosotras tres. Un maleducado, se lo digo yo.
-¿Las mujeres le seguían?
-¡Anda, claro!
-¿Y por que a ustedes no las ha retenido, tiene idea?
-Por supuesto, muchacho, por que no somos fértiles.
El inspector algo sospechaba al verlas a todas tan mayores. Se retiró un poco y comentó con el policía uniformado:
-Llame a las fuerzas especiales, ese tipo piensa dejarlas embarazadas a todas.

En una de las furgonetas el psicólogo había establecido contacto con el secuestrador, cuando este colgó el teléfono, los ojos del inspector le interrogaron.
-Ese individuo está muy mal, piensa permanecer ahí durante meses, no hace más que repetir que necesita provisiones para todo el invierno, que quizás no tenga suficiente, que el invierno es muy duro y que necesita tener las reservas llenas.
-Bueno, que le envíen algo de comida y le vamos entreteniendo.
-No, inspector, sí se refiere a las mujeres.
-¡Dios!, ¿no querrá comérselas, verdad?
-Hombre, igual sí, pero de aquella manera, usted ya me entiende.
-Entonces se confirma que es un violador en serie.

Cuatro furgonetas de las fuerzas especiales llegaron de improviso con sus sirenas y sus luces, aparcaron en el centro de la plaza y de ellas bajaron rápidamente un gran número de policías que se fueron repartiendo por distintos puntos de la zona de conflicto y entrando en los portales adyacentes al gimnasio, en el cielo, un par de helicópteros permanecían prácticamente estáticos sobre el campo de operaciones.

“Confío en que no haya bajas, sino al final será a mí a quien se le caiga el pelo”. El inspector volvió a la furgoneta del psicólogo.
-¿Algo nuevo?
-Sí.
-Suéltalo.
-Dígale a esos que no disparen, y llame a un veterinario.
-¿Un veterinario?
-Sí, si es alguien del Ayuntamiento, de Parques y Jardines, pues casi mejor.
-¿Me explicas?
-El tío se cree una ardilla. Está recolectando nueces para el invierno.
-¿Las mujeres son nueces?
-Eso es.
-¿Y por que expulsa a los hombres y a las mujeres mayores?
-¡Coño!, ¿cómo ha llegado a inspector? ¿Usted almacenaría tíos para comérselos? El tío está chiflado pero no es gay, eso lo tiene claro.
-Claro, por eso ha echado a las que no le gustaban, se ha quedado con las guapas.
-No se entera, las mujeres le gustan todas, a esas las ha echado por que la naturaleza es sabia.
-La naturaleza es sabia y tú te estas ganando un par de hostias.
-Mire, hombre, cuando las ardillas guardan sus nueces o las entierran, no siempre las encuentran todas, esas piezas son semillas que acaban germinando. Su instinto no le permite almacenar nueces secas.
El inspector miró al compañero con un gesto muy raro.
-Tú estás peor que él.

Al cabo de una hora el asunto estaba resuelto. Un joven alto, de pelo rubio rizado, brazos como mazas, pecho de talla extra súper, ojos azules, y mirada tierna y lánguida, escoltado por dos policías de buen porte, le explicaba al veterinario:
-Como no voy a almacenarlas a todas, si están súper apetitosas, no puedes desperdiciar ninguna, que si no se las lleva cualquier otro, mira, mira, la chiquitita estaba preciosa, a la morenita le sentaban muy bien las mallas, a esa tan alta y delgada le asomaba el tanga al agacharse, a la del pantalón corto se le marcaba sin que asomase, la del chándal largo tiene unos ojos muy lindos, a la maciza del pantalón gris no hay que quitarle ni ponerle nada, a esa madurita de caderas anchas su simpatía es mayor que sus pechos, para pechos los de la pelirroja, y en otro tamaño también son ideales los de la rubia del pelo rizado, esa otra rubia tiene un culo perfecto, esa del pantalón de ciclista cuando suda mucho abre la boca de un modo muy sensual, aquella tan delgadita lleva un pantalón de talle muy bajo y se le ve la rajita, a la de las zapatillas rojas la rajita que se le marca es la de delante, y su madre tiene un cuerpazo con mucha clase, a la morena que lleva pantalón de boxeador tenías que verla sonreír, esa que es brasileña tiene unos andares que te tumban, aquella que...
Al funcionario del ayuntamiento, le caían los sudores por la frente y procuraba adoptar una postura que no delatase el bulto de su pantalón.

El inspector interrogaba a la décima mujer.
-¿Y a usted, tampoco le importaba que las tuviese retenidas?
-Pues mire usted, es que el muchacho es tan adorable y nos mostraba tanta atención y nos mimaba tanto, que yo me decía, pues estaría bien pasar todo el invierno con él. ¿Usted no le ve?, pero si parece un peluchito, dan ganas de acariciarle constantemente y además, ¡hace unas monerías con su colita...!

sábado, 11 de octubre de 2008

Cuestión de confianza.




Al fondo del pasillo se oye el ruidito del torno, no, no es el torno, es la aspiradora bucal. El viejo apartamento acondicionado resplandece de luz y sus paredes claras hacen muy acogedores los espacios, pero el olor tan característico y los ruiditos temibles descubren la autentica realidad.

-Concha, esta boca esta muy mal. ¿Cuánto hace que no te veo?
-Ya lo sé, doctor, pero es que no le daba importancia, ahora podrás comprarte un pisito a mi costa, ya veras.
-¿Al precio que están? No creo que de para tanto, pero vas a tener que hacerme algunas visitas más.
-Rosi, tráeme una plaquita, vamos a hacerle una radiografía a esos molares de Concha.

Rosi es una monada, bajita, de nariz chiquitita pero puntiaguda, pelo ondulado, casi rizado, ojos verdes, y una cara lindísima llena, abarrotada, de pecas. Su bata blanca oculta su cuerpo menudo, delgadito. Rosi es tan tímida que no habla por no molestar, de discreción absoluta, cuando se dirige al doctor lo hace en voz baja, como contando secretos.

-Gracias, Rosi. Pásame a Julio a la otra sala, aquí termino enseguida.

Rosi se quita la mascara verde de la boca y se la deja en el cuello.

-Don Julio ya puede pasar.

En la salita de espera quedan todavía una mujer y su hija, otra joven y un matrimonio. Sentados en los sillones y los sofás, de diferentes estilos, pero armoniosamente combinados con las mesas y los cuadros de las paredes. Tiene cierto estilo la consulta, la verdad, no asusta. Los asientos están astutamente colocados frente a toda la colección de diplomas del doctor, que llenan la pared a la derecha de la puerta, se ve claramente que es un medico con gran experiencia pese a su juventud. Pero los que quedan en la salita continúan agarrados a sus revistas como si ellas les fuesen a permitir salir corriendo de allí utilizándolas como salvoconductos.
Rosi acomoda a don Julio en la moderna butaca reclinable, alzable, plegable, si dijesen que además era eyectable como las de los aviones de combate, nadie se hubiese atrevido a negarlo; de plástico impoluto, blanco; con el asiento, el respaldo y el reposacabezas en un verde relajante que entonaba con los gorros, las mascaras, e incluso con los pantalones del dentista; de ella sobresale por un lateral, al lado de la escupidera con chorrito de agua, un gran brazo articulado que se divide como las ramas de un árbol, por un lado una lámpara como un gran ojo inquisitivo capaz de colocarse en cualquier parte gracias a sus múltiples articulaciones, y por otro lado, un terrible soporte con pantallitas llenas de letras y un surtido de esa especie de lapiceros metálicos a los que se le aplican todo tipo de cachivaches de aspecto peligroso y de ruido impertinente, esos bolígrafos que penetran en la boca para restaurarla y sanarla, agujereándola; el succionador de salivas junto al respaldo completa el magnifico artilugio. Lo dicho, una butaca casi atómica.
Julio queda en ella, cómodamente instalado, mientras se estruja los dedos de una mano con los de la otra.
El doctor entra alegre por la puerta saludando con un elevado tono de voz, y una gran seguridad en si mismo.

-¡Julio, hombre, cuanto tiempo! Rosi, Concha ya ha terminado por hoy.

Rosi, con un caminar silencioso, se diría que esta muchacha flota, se cambia de sala. En una silla gemela a la anterior, con un gran babero verde, de un verde conocido, la paciente escupe sobre la fuentecita.
Rosi, la ayuda a quitarse la pequeña pinza que sujeta el babero y después a levantarse de la silla, tan cómoda, un poco temblorosa pero aliviada.

-¿Todo bien doña Concha?
-¡Ay! Sí, hija, sí. Yo no sé por que me asusto tanto al venir. Si el pinchazo casi no duele, y luego las molestias no duran más de una tarde. Dice el doctor que venga la semana que viene.
-Pues se lo comenta a Paquita, en la entrada, que ella le busca hueco y le da hora.

Con su último paciente todavía en una de las dos sillas, y Rosi apagando las luces de la otra sala, el doctor se despide.

-Rosi, Paqui, me marcho. ¿A que hora empezamos mañana la faena?
-La señora de Ramoneda ha cambiado su cita, tiene una boda por la tarde y no puede ir sin capacidad prensil en los molares.
-¡Esta Carmen!, más le valdría no comer tanto. En fin, ¿entonces empezamos...?
-A las diez, con el hijo de Doña Rocío Pastrana.
-Perfecto. Rosa tú te ocupas de recogerlo todo. ¿Vale?
-Claro, como siempre. ¡Hasta mañana!

Alegre como un rapaz que acaba de coger una hermosa rana en una charca, el doctor se despide con un enérgico portazo.
Cuando Paquita cierra la puerta tras la joven que ha sido la última visita de la jornada, le grita a Rosa:

-Rosi, chiquilla, que yo también me voy, que no llego a recoger al crío de judo.
-No te preocupes, ya cierro yo.

Rosi, va apagando luces. En el armario de la salida se quita la bata que cuelga en su percha, deja los zuecos de goma sanitaria en el zapatero y se calza sus zapatos de tacón. Le favorecen mucho. Sin bata Rosi resplandece, tiene unas caderas redonditas y una cintura estrecha. Sus pechos se marcan en su vestido, no son pequeños ni grandes, pero se intuyen duros y sabrosos.
Apaga las luces, cierra con llave y atraviesa el largo vestíbulo del portal. Allí sale y llama con su teléfono móvil. Alguien le contesta y ella sonríe. Rosi tiene una dentadura perfecta. Unos dientes blancos, pequeñitos y delicados enmarcados por sus labios finitos. Se acerca a la acera, un deportivo negro consigue aparcar y ella se dirige hacia él. Del deportivo sale un ejecutivo, al menos un hombre con pinta de ejecutivo, del que ella se cuelga del cuello y al que besa apasionadamente.

-Hola amor, ya podemos pasar, lo he preparado todo, o sea que no he hecho nada, esta todo listo para mañana.
-¡Que morbazo cariño!, hacerlo en la consulta de un dentista, me da escalofríos.
-Eres tonto, me da algo de reparo pero no te puedo negar nada. Vamos, no nos pille el portero.

Rosi ha dejado las luces encendidas, todavía permanece en el ambiente el olor de todo un día de trabajo. Pasan a la sala del fondo.

-Coge esa silla, corazón.

Rosi, se desabrocha los tres botones del vestido y se lo saca entero por la cabeza. Queda únicamente con un tanguita de colores y con los zapatos de tacón.

-Verás la de cosas que hace esta silla.

Rosi se encarama sobre la silla, de rodillas, con las manos sobre el respaldo, se deshace de sus zapatos y comienza a demostrarle al caballero lo que dan de sí una silla que se mueve y un cuerpo tan flexible como el suyo.
Antes de terminar su exhibición, abierta de piernas y finalmente sentada sobre el sillón, se pasa uno de los bolis metálicos, el que tiene un pequeño espejito redondo en el extremo, por el frente de su vulva jugosa.

-Creo que ya estoy muy caliente, me noto muy húmeda, amor. ¿Tu que crees?
En la silla del dentista, el hombre, estrujándose sus cositas, responde encantado.
-Espero que sí, espero que sí.
-Pues no nos lo podemos permitir, chiquitín, solo estamos empezando.

Al decir esto, coge el aspirador y se lo pasa por el interior de los labios (los labios de la sonrisa vertical, entendámonos) donde hace un sorbido con su correspondiente sonido, sonido que hace estremecer de gusto al afortunado espectador.

-Rosi, eres tremenda, mi vida.
-Te toca a ti, cariño. ¿Quieres sentarte tú en el sillón?
-Pero yo no voy a hacerte una escenita, me moriría de vergüenza, no me saldrá.
-No te preocupes, seré yo la que te siga haciendo disfrutar. Mira.

Abre uno de los cajones y saca una bandeja llena de instrumental: ganchos, jeringuillas, tenacillas, pinzas de forma extrañas...

-¡Que mala eres!, me encanta. Como en la película de la pequeña tienda de los horrores, tú me torturaras y yo disfrutaré con ello.
-Exacto, cielo. ¿Te apetece?
-Claro, pero no me harás daño en serio, ¿verdad?
-Pues claro que no, cielín, ¿como puedes pensar eso?
-Venga, venga, que me estoy poniendo cachondo solo de pensarlo.
-Primero te desnudaré, ¿me permites?
-La duda ofende, vida mía.

Con el caballero, en pelotas, cómodamente instalado en el sillón, Rosi le hace un trabajo bucal muy fino y virtuoso.

-No quiero que termines ya.
-No Rosi, claro que no, cariño.
-Vale, ¿me dejas te ate a la silla?

El hombre totalmente excitado no puede responder otra cosa que, sí, que el juego continúe.
La chica no se anda con tonterías, tres rollos enteros de venda y un rollo de esparadrapo emplea para atarle los brazos y las piernas a la silla.

-Hijo, perdona, pero es que no sé hacer nudos y si te vas a soltar pues no tiene gracia.
-No te preocupes, amor, me agobia un poco por que es que no puedo moverme ni un centímetro, no te aprovecharás, ¿verdad?
-Que cosas tienes, bobo, pues claro que me aprovecharé- dice tocándole su pene que empezaba a perder rigidez.
-Jajajaja- ríe él con risa un poco nerviosa.
-Mira, te voy a retorcer un poco los pezoncillos con la tenacita esta, ¿te apetece?
-Bueno, vale, eres mala, muy mala.
-No seas tonto, ya veras como te gusta.

Las tenacillas, con el toque artesano de Rosi, le gustan. El dolorcillo es simpático, esa misma simpatía Rosita la reparte por todo el resto de sus zonas eróticas, con lo que erección del varón se hace completamente satisfactoria para ambas partes.

-Te esta gustando, te lo noto.
-Sí, no te lo voy a negar, soy un poco masoca.
-Pues vamos a probar cosas nuevas. Te vendo los ojos.
-¡Que miedo! Venga, vale.

Rosi le coloca cuatro mascarillas sobre los ojos.

-¿Ves algo cariño?
-Pues veo la luz, y un bulto que se mueve.
-Tú sigue llamándome bulto y te dejo aquí atado.
-No distingo nada, de verdad, amorcito.
-Vale, pues entonces sigo.
-Pero no me harás daño, ¿verdad, mi vida?
-¿Que pasa? ¿No te fías de mí? Te haré daño, y te gustará. Hasta ahora ha sido así, ¿no?
-Claro, claro, amor, es broma.

Rosi coge el torno, que empieza a hacer ese ruido tan peculiar, y se lo pasa al hombre por delante de la cara.

-Mira, aunque no veas, este cacharrito de aquí es como un cepillito, puede desollar tu piel en un santiamén.
-¡Que cosas, que miedo!
-Pero este es aún peor, este te puede hacer un agujero en cualquier parte, hasta el hueso si quisiera.
-Me estas acojonando.
-Si pero veo que no lo suficiente- dice Rosi, tocándole el miembro bien erecto –Ahora vamos a hacer un poco de acupuntura.
-¿Me vas a clavar agujas?- pregunta el indefenso reo.
-Si, te encantará.

El hombre empieza a notar los pinchazos. Uno en la mejilla, otro en el pezón izquierdo, uno más en el derecho, entorno del ombligo siente varios. Son como alfileres, la cosa es muy excitante.

-Esto es bárbaro, Rosa, me estoy poniendo como una moto.
-Pues subamos la tensión amor, te voy a dejar la polla como un acerico.
El ejecutivo desnudo notó los pinchazos en sus partes, por todas partes.
-Ya verás, cariño, esta anestesia es fabulosa, no notarás nada.
-¿Anestesia? ¿Por qué anestesia?
-Recuerda que no querías que te hiciese daño. Te voy a poner esto, ya veras como te partes de risa, y de gusto.

Rosi le coloca con habilidad un abre bocas, y le rellena la misma con los rollitos de silicona hasta casi inmovilizarle la lengua.

-Si intentas quitarte los rollitos igual te tragas alguno, y te asfixias, no hagas tonterías.
-Uuuuhh- es lo único que puede decir el voluntario y atado paciente.
-Acuérdate de la película y disfruta, o lo que es lo mismo, relájate y goza.

El hombre ve luz a través de las cuatro capas de finísima celulosa que tiene sobre su cara, pero no cubriéndole la boca, si no los ojos, pero no distingue nada. Tiene ambos brazos como clavados a los brazos de la butaca, y las piernas aunque puede moverlas un poco no consigue libertad suficiente como para que su angustia no vaya en ascenso. Ahora encima tiene que oír el ruido del torno y las palabras de su amorcito

-Mira, con este que es más suavito de voy a quitar esos pelos que tienes en la barriga.
-¡Ay!, ¡Porras! Ya me he llevado un cachito de pellejo. ¡Bah! Pero apenas sangra. ¿A que no sientes nada?

El hombre no siente nada, nada de dolor, pero si siente que se esta poniendo un poco nervioso.

-Mmmmnnn- expone, no sin motivos.
-Mira te voy a quitar esos pelos del pecho, que no me gustan nada, este es mas abrasivo y los va a quitar en un momento. ¿Oyes? ¿A que suena distinto, como si estuviese más rabioso? Son alemanes estos tornos, buenísimos. Igual ahora si sangras, pero no notarás nada.
-Has quedado precioso, un poco sangrante pero no te preocupes, que no notarás nada mientras dure la anestesia, también es muy buena, viene de unos laboratorios de Cataluña.
-Uhhhmm- chilla el hombre, haciendo unos movimientos muy raros con el cuerpo.
-Te estas poniendo muy pesado, te he dicho que no te iba a hacer daño y no creo que estés notando ningún dolor. Pero te voy a bajar la silla hasta el tope. ¡Deja de moverte ya!

El sufrido amante no deja de moverse voluntariamente, si no que le fallan las fuerzas. Con el sillón horizontal sus abdominales no soportan el esfuerzo, es lo que pasa con los ejecutivos que no se cuidan, “si al menos jugase al pádel”. Se promete que dará clases dos veces por semana, si sale de esta, claro.

-Te estas poniendo muy arisco así que con este de hacer agujeros te voy a recortar esos pezoncillos, en vez de bultitos vas a tener agujeritos. Te van a quedar muy raras las camisas ajustadas que usas, mi vida.

El hombre, empieza a sudar abundantemente, y eso que esta puesto el aire acondicionado a 22 grados. Deja de gritar y empieza a sollozar.

-Te estás comportando muy mal, amor, solo por esto te voy a retocar tu cosita. Es grande y muy ancha por arriba, con este otro, que quita el sarro divinamente, te la voy a limar un poco. Aquí si que sangrarás un montón, pero no te preocupes, que yo lo limpio todo muy bien y nadie se dará nunca cuenta de nada. Y tú ni te vas a enterar, ya te dije que no te dolería, de momento.
El hombre, histérico, en grado absoluto, y abandonado a su suerte, oye un nuevo zumbido, completamente diferente aunque enormemente parecido a los anteriores. Sigue sin sentir nada y oye:

-¡Uy! Igual me he pasado, esto sangra mucho.

En ese momento el hombre deja de ver luz, todo se hace oscuro, deja de sentir nada para pasar a no sentir y del mismo miedo, se desmaya.

El doctor era un tipo feliz, aparcó su coche justo en el mismo sitio en que la tarde anterior lo había aparcado un joven con una cara muy pálida y con toda su reluciente ropa cara apenas puesta, vamos, que casi iba desnudo, y con mucha prisa, como si hubiese salido corriendo por que le debiese dinero a alguien que viniese a cobrárselo. Todavía se notaban en el asfalto las señales de los neumáticos de su deportivo negro cuando se marchó, casi se lo lleva por delante un autobús de la EMT. “¡Las drogas, seguro!, aunque el muchacho rebosaba salud, se veía que estaba en forma, ya me gustaría a mí”, comentó el portero, “y el caso es que venia del edificio”. El doctor, escuchó pacientemente las explicaciones sin interés del conserje y entró en la consulta.

-Buenos días, Paquita. Buenos días, Rosita. ¿Cómo estamos hoy?
-Muy bien doctor- contestó Rosi con su timidez habitual.
-¿Que vamos a hacer con esta muchacha, Paqui? Es muy joven, y muy guapa, hay que buscarle un novio.
-Pues tiene que vivir un poco la vida, doctor, es que es muy desconfiada con los hombres.

A lo que Rosi, sorprendentemente irritada, contestó:

-De eso nada, los que no confían en nadie son ellos.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Un golpe de buena suerte.




Son tiempos difíciles, las navidades están prácticamente aquí encima, los niños se han acostumbrado sin problemas a comer patatas todos los días y yo leo los periódico del día anterior que el bar de al lado me tiene reservados cuando vuelvo de dejar a la tropa en el colegio.
Toda la mañana trabajando y al salir, la compra, que ahora se hace cada día, solo lo imprescindible, ...y patatas.

Me da tiempo a llegar a casa para prepararme alguna cosa ligera de comer, se me esta quedando el tipito de la Schiffer, ya lo dice mi marido, “Que bien te sienta el hambre, te estas quedando muy delgadita y se te pone una cara muy espiritual”
¿Que carajo querrá decir con espiritual?, ¿será que como no hay ganas de nada me esta llamando monja? Este Mariano es muy retorcido. Solo por eso esta noche tampoco. Aunque pocas ganas me trae cuando llega por la tarde de la tienda.
Esta jodida la cosa, ahora no se esta vendiendo nada. Pero no desesperamos, hay que confiar en la suerte, en cualquier momento nos puede llegar un empujoncito de dinero, estamos en las fechas, ¿por que no? Hay mucha gente esperando lo mismo que nosotros, ya lo sé, pero, ¿por que no nos va a tocar a nosotros?, nos lo merecemos.

Lo suyo hubiese sido pillar ese pellizquito antes de vacaciones, habría podido comprarle unos bañadores nuevos a la niña, que ya no es tan niña y me tenía alterada a toda la piscina, hay que ver el estirón que ha pegado en un año, y no solo hacia arriba, se va a parecer a su madre, así, con dos buenas razones, que tiran más dos de estas que dos carretas.
También habría podido aprovechar las rebajas para comprarle otros al pequeño, que ha tenido que aprovechar los del mediano y le venían un poquito grandes, parecía un rapero, y a mi no me gustan los raperos, a ver si le va a coger gusto a las pintas y se va a querer poner un pendiente, o algún tatuaje, ¡con lo que es el padre, para que queremos más! Aunque yo creo que con sus siete años aun tengo tiempo de empezar a preocuparme.

Y si no al principio, pues para el final del verano también habría venido bien que nos tocase la suerte, los babis para el pequeño, ¡dos nada menos! El hermano se los deja destrozados, no hay quien los aproveche. Jersey nuevo y nikis para Jorgito, pero esos se amortizan bien que luego los hereda el otro. Con la mayor no hay problema, la ropa sigue el mismo camino que el bañador, cada vez más pequeña, cada vez más corta, cada vez más ajustada, y ella tan contenta, que ya es una mujer. Esta se cree que por que mancha tampones mini ya se va a comer el mundo. En mis tiempos éramos de otra manera, si yo salgo con ese largo de falda buena paliza me da mi padre, bueno, ni salgo de casa. Y los libros, los benditos libros, mira que la niña los cuida y los forra y todo lo más les dibuja algún corazoncito o algo así, me podían valer para el siguiente, o cambiármelos con otras madres, que los libros son idénticos a los del año pasado, pues nada, que no. Todos los años a gastar dinero inútilmente, por eso un golpecito de fortuna nos habría venido de perlas. Todos estamos igual, pero a nosotros es que nos sacaba de un apuro.
Creo que me da tiempo a tender la lavadora y terminar el trabajo que me he traído a casa antes de tener que ir a buscarlos.

Quedan pocas semanas para navidad, habrá que comprar regalos, mi marido me traerá cualquier cosa de la tienda, yo le regalare cualquier libro que me guste, ¡total! él no se lo va a leer, pero a los niños algo habrá que comprarles, y ya están hartos de los juguetes de los chinos que se rompen al tercer día.
Este año, me libro de la cena, pero la comida de navidad me la chupo con toda la familia, a ver que compro. Mejillones y besugos de piscifactoría, y que se apañen. Mi cuñado que traiga unas cuantas botellas de cava de más y con la borrachera no se pasa hambre y además, todos tan contentos.

¡Joder!, ¡como me vendría de bien ese dinerito!, ¡si tuviésemos la suerte de que Hacienda nos devolviese de una puta vez el dinero del IRPF!

martes, 7 de octubre de 2008

Cuatro viudas.


Mañana de noviembre soleada y fresca, en el cementerio de la Almudena. El agujero, recién tapado con yeso por los operarios, se encuentra cerca de la carretera, pero no se oye mucho el ruido de los automóviles, ya que el camposanto se encuentra bastante más bajo que la autopista.
Las hojas, pardas y secas, las mueve el viento formando remolinos junto con la arena y alguna bolsa de plástico.
Los amigos se han retirado ya tras dar el pésame a la viuda, sin poder evitar hacerlo murmurando. Los hijos también se han marchado con los abuelos maternos.Junto a la tumba, solo quedan la viuda y tres mujeres más. Todas de negro riguroso, mirándose entre si.


La esposa se acerca a la enlutada más cercana.

-Tú eres Raquel, ¿verdad?
-Sí ¿Cómo es posible que me conozcas?
-Ser cornuda no implica necesariamente ser tonta. El aviso del entierro os lo envié yo.
-Lo suponía, casi lo hubiese jurado, soy Marta – comentó, otra de las mujeres, que se había unido a la pareja junto a la última de ellas.
-Yo soy Mamen, hola. –dijo esta.
-Yo, como ya sabréis, soy Lola. ¿Me acompañáis hasta la salida y charlamos un poco?

Asintiendo con un gesto todas inician la marcha, agrupadas y cabizbajas.

-Era un cabrón, ¿verdad, chicas?
-Sí, que lo era, un cabrón adorable.
-Más majo que las pesetas.
-Lastima que fuese tan mal amante. ¿No?
-¿Estas loca? ¿Mal amante? Pero si me tenía loca y era insaciable.
-¿Insaciable? Era cariñoso pero tenía la gasolina justa.
-Lo que yo decía.
-¿Cómo podéis decir eso? Era tierno y atento y siempre te dejaba satisfecha.
-¿Satisfecha, o con ganas de más?
-Bueno también, con ganas de más de él.
-Yo te tenía una envidia horrible, Lola, por poder estar siempre con él, por acostarte cada noche con él.
-Bueno, a mí no me dolía cuando le veía marchar. Sabía que volvería, y esa sensación de tenerle de vez en cuando me gustaba.
-Yo solamente le veía muy de tarde en tarde y lo estrujaba al máximo, pero sentía que me quería y eso me era suficiente.
-A mí sí me que me quería, no paraba de decírmelo. Conseguía emocionarme el muy tonto.
-Yo le quería a él, eso me bastaba, y sé que cuando estaba conmigo era feliz, se lo notaba claramente.
-Y a mí. ¿Creéis que me quería?
- A ti te adoraba Lola, si no haría mucho tiempo que te habría dejado. Yo estaba esperándole con los brazos abiertos.
-Veo que eres la más peligrosa, te lo habrías llevado y me lo habrías quitado sin dudarlo.
-Sí, para que te voy a mentir.-Pero habría seguido viéndome a mí, seguro, lo tenía hipnotizado.
-Puede ser pero yo le daba lo que ninguna de vosotras, por eso siempre tenia una ocasión, y dos, para mí.
-Lo que no sé es de donde sacaba tiempo para todo, aparte de llegar tarde algunos días en casa no faltó jamás.
-¡Ay, hija! No te lo voy a contar, pero siempre que se lo pedía venía, y yo no podía negarme cuando me llamaba.
-¿Pero todas sabíais de las demás, igual que yo?
-Claro, era un cabronazo integral.
-Sí que lo era, pero adorable.
-Un poco tacaño, ¿no?
-¿Estás loca? Nunca le faltaba un detalle.
-A mi eso me daba igual casi siempre pagaba yo. ¿Qué más da el dinero?
-Yo lo que llevaba peor era que fuese tan callado.
-¿Callado?, pero si era un conversador incansable, pasábamos más tiempo hablando que haciendo el amor, era tan interesante escucharle.
-¿Interesante?, a veces, pero algo aburrido, menos mal que era tan cariñoso y eso me daba igual.
-¿Como puedes decir que era aburrido? No me he reído más en mi vida que desde que él apareció en ella. Él me ha hecho soportar a mi marido todo este tiempo.
-Bueno, a nosotros lo que nos gustaba era salir a bailar, era un rabo de lagartija, como se movía, ¡que gracioso!
-¿Que mi marido bailaba? Pero si era un soso incapaz de dar un paso de baile sin tropezar. Solo le recuerdo dos ocasiones en que bailase conmigo. ¡Con lo que a mi me gusta bailar! ¡Que cabrón!
-Sí, pero un cabrón adorable.
-Yo no tuve nunca ocasión de salir a bailar, ni nada de nada, nuestros encuentros eran más íntimos.
- Pues anda que los nuestros, siempre encerrados, como conejos todo el rato.

La pequeña comitiva se acerca a la puerta principal. Van cogidas del brazo, como en las fotos antiguas en blanco y negro de los grupos de muchachas de los años cuarenta.


-¿Qué harás ahora Lola?
-Pues con los seguros de vida, y vendiendo el pisito que usabais de “polvera” creo que montaré un pequeño restaurante con mi novia, y quizás nos vayamos a vivir juntas. Los chicos ya son grandes y lo comprenderán. Desde luego lo que haré será no volver a veros más y espero no volver a oír de vosotras. Bueno, allí está mi familia. Hasta nunca chicas.


Las tres mujeres ven alejarse a la esposa, hasta reunirse con sus padres y sus hijos y después, todos juntos, desaparecen por la acera.

-Bueno yo me voy, que pierdo el tren, me esperan mis niñas y mi marido.
-Adiós, Marta.


Con prisa, coge el taxi que esta en la parada. Cuando este arranca, las mira, pero sin ningún gesto de despedida también desaparece.

-Bueno Mamen, tú tienes cuatro o cinco amantes más, no le echaras de menos.
-No seas insensible, yo le quería bastante. Se hacia querer el cabrón.-Sí, era adorable.
-Y tú que harás Raquel, ¿le guardarás luto eternamente?
-Yo no sé vivir sin estar enamorada. Tendré que empezar a buscar nuevamente. ¡Con lo acostumbrada que estaba a él! ¡Que pereza!
-¿Vas para el centro?
-Sí.
-¿Compartimos un taxi?
-Bueno. ¿Te tomas un café conmigo?
-Claro hija, tenemos muchas cosas de que hablar.


Mientras caminan hacia la parada de taxis, una nueva comitiva se dirige hacia el interior del cementerio. Siguiendo al coche del finado una pequeña fila de vehículos con los parientes y seres queridos avanza a paso lento.
El sol llega a lo más alto y el viento mueve las hojas que quedan en las copas de los árboles. Ya no refresca, es un noviembre muy raro, demasiado caluroso.

sábado, 4 de octubre de 2008

Perdida en el laberinto.


-¡Hermana, hermana, venga que lo vuelven a dar!
Del despacho de la superiora salio Sor Manuela, la directora del colegio, acompañada de la superiora y de varias hermanas más.
Desde el hundimiento del colegio hacía dos días, este se encontraba cerrado y las hermanas cobijadas en la casa madre a las afueras de Madrid.
Aunque el colegio fuese tan antiguo era imprevisible que ocurriese una catástrofe así, afortunadamente ocurrió en domingo, gran parte de la planta baja desapareció tragada por la tierra, arrastrando a los forjados de las planta superiores. No había mucha actividad en esa zona del colegio, todas las hermanas menos una se encontraban en la residencia, pero la hermana Susana estaba en la portería y había desaparecido. Todas sus hermanas se turnaban en la capilla para rezar por su alma. Los bomberos y posteriormente una empresa subcontratada por el ayuntamiento estaban procediendo a un desescombro cuidadoso para localizar el cuerpo de la desafortunada religiosa.

Matías Prats, el locutor favorito de las monjas, explicaba los últimos acontecimientos.
-Ha finalizado el desescombro en el Colegio de las Monjas Corazonistas de Jesús Resucitado del centro de la capital sin que se haya localizado el cuerpo de la religiosa desaparecida. Según informan fuentes municipales, el socavón alcanza los nueve metros de profundidad y se ha debido al hundimiento de una cueva localizada en el subsuelo del colegio. Se ha inspeccionado esa cueva tras la retirada de los escombros y se han descubierto diversos pasadizos. Tres grupos del Samur, compuestos por Médicos y ATS acompañados de Guardias Civiles expertos en espeleología están intentando localizar a la religiosa, de la que sospechan pueda encontrarse con vida. El Alcalde asegura que este agujero no es de los suyos, que las elecciones ya han tenido lugar y que ninguna tuneladora ha vuelto a su fabrica caminando, que todas han sido desmontadas. Algunos expertos estiman que estos pasadizos deben ser, como poco, de la época musulmana. ¡Para que luego digan que en Madrid no hay tradición de túneles!

La mujer no sentía frío aunque se encontraba prácticamente desnuda de ombligo para arriba, mientras que conservaba su falda, hecha jirones, y sus zapatos cuadrados sin tacón. Tenía el pelo corto, completamente despeinado y lleno de polvo, con algo de sangre reseca en su frente. En la completa oscuridad de la gruta sus ojos extrañamente abiertos no veían nada, sin embargo su cuerpo algo rechoncho y fofo se encontraba en tensión, como el de un felino a punto de atrapar a su presa. Vio la luz moverse arriba y abajo y acercarse hacia ella, ni se movió. Cuando el jovencito médico con su pantalón azul oscuro y su chaqueta amarilla pasó junto a ella no pudo reaccionar a su ataque. La mujer se abalanzó sobre su espalda y lo hizo caer, con gran velocidad le levanto la cazadora por encima de la cabeza y le dejo las manos inmovilizadas. Lo giró con una fuerza incomprensible, le arranco el cinturón y le bajó los pantalones destrozándole los calzoncillos. Con el cinturón le ató los pies para que no pudiese patalear, aunque el hombre no parecía muy dispuesto a hacerlo, se encontraba como paralizado y un olor muy significativo indicaba el estado terror del joven. La mujer le agarro el miembro y empezó a chuparlo y chuparlo, con glotonería. Y, ¡lo que es tener menos de cuarenta!, paralizado de miedo, con el culo ligeramente sucio de sus propias heces, el cabrón se empalmó. La mujer al sentir la dureza se levantó las faldas y se sentó sobre ella, lanzando unos gruñidos de satisfacción animal que acabaron en un quejido de placer, casi, casi, como si fuese la primera vez en cincuenta y tres años que ese cuerpo sentía un orgasmo de placer sexual. Cuando los quejidos terminaron, como un animal perseguido la hembra satisfecha desapareció nuevamente en la oscuridad.

El resto del grupo, llegó al poco tiempo alertado por los gritos y gruñidos, encontrando al infortunado aun temblando en estado de shock. Le retiraron hasta la superficie. Allí mismo tomaron la decisión, seguirían inspeccionando las intrincadas galerías que estaban descubriendo, galerías que se enredaban y se bifurcaban, que descendían aun más en muchos tramos y que estaban llenas de pozos que no parecían tener fondo. Pero era imprescindible seguir, una fiera andaba suelta y era peligrosa, acababa de sentir el sabor de la sangre por primera vez (es una metáfora para no tener que decir semen que parece como que no queda muy bien en este caso).
-Chicos, por favor, tened cuidado, no sabemos de lo que puede ser capaz. Esa mujer parece muy trastornada.
-No se preocupe jefe, lo tendremos. ¿Se viene con nosotros?
-No, no, Charlie, soy más necesario aquí.
-Claro, claro, jefe, era broma.

A lo largo de la noche, hubo varias bajas más. Cada vez que un miembro se quedaba solo, era atrapado, erguido e introducido. Daba igual la fortaleza del individuo que poseyese el miembro profanado, este acababa siendo utilizado hasta la total satisfacción de la mujer y posteriormente abandonado. Un hermoso ejemplar de Guardia Civil, barbado y de pelo rubio, fue sacado entre sollozos. Un enfermero delgadito y calvo, tuvo que ser retirado entre espasmos. El doctor Salazar no tuvo más suerte, tuvo que recibir unos puntos de sutura en sus genitales, al ser mayor se endurecía con mayor lentitud por lo que los chupetones succionadores fueron demasiado fuertes.

El grupo finalmente comprendió que no debían separarse ni unos milímetros, pero no todos los pasadizos permitían el paso de dos personas al mismo tiempo. La situación se tornó dramática cuando al intentar penetrar por un orificio angosto (¡a quien se le ocurre!) el sargento Ramírez fue literalmente arrancado de la cordada y arrastrado hacia la oscuridad. Aterrados, todavía al otro lado del agujero, oyeron los alaridos de pánico del guardia civil y los jadeos y espasmos de la monja salvaje. Cuando pudieron llegar hasta Ramírez, este yacía en el suelo, con los ojos en blanco, completamente desnudo con su pene (¡vaya pedazo de pene!) flácido pero extendido en su máxima longitud y enrojecido en su totalidad, casi en carne viva; fueron algunas horas las que el infeliz estuvo pidiendo socorro sin que sus compañeros se atrevieran a intervenir. Cuando en el exterior pudieron comprobar que su pelo se había quedado completamente cano (antes aun conservaba alguno cabellos oscuros), el Samur y la Guardia Civil decidieron detener la búsqueda. Gracias a la intervención del alcalde esto no ocurrió, no podía permitirse que una monja violadora encontrase una guarida inaccesible desde la que atacar a indefensos varones. Tenían que encontrarla costase lo que costase, de hecho, él había recibido un chivatazo, alguien le había detalladas instrucciones de su situación exacta dentro de los laberintos. En el exterior nadie sabía lo que estaba ocurriendo, en teoría todas las bajas eran por excesivo cansancio en la complicada búsqueda. Tenía que aparecer esa mujer, nadie entendería que se abandonase a su suerte a una monjita, adorable, a la que padres y madres conocían de toda la vida cuando iban a dejar y recoger a sus niños en el cole.
“Encontradla y clausuremos para siempre esas galerías infernales” Cuando el alcalde se enfadaba y alzaba la ceja, nadie se atrevía a contradecirle.
Los miembros y cuerpos de los miembros de los cuerpos de seguridad y asistencia sanitaria volvieron al trabajo. Aterrados, pero volvieron. Las chicas que iban con ellos (guardias civiles, médicos y ATS) iban descojonadas aunque algo preocupadas, especialmente las que tenían alguna relación afectiva con los varones.

-Hermana, hermana, corra, corra, que la han encontrado, corra, corra, esta viva, la han encontrado.
Reunidas frente al televisor, las monjitas pudieron ver con alivio como su compañera era sacada en una camilla. El primer plano del cámara sobre el cuerpo envuelto en el papel térmico dorado mostró su rostro desencajado, aparentemente ensangrentado y lleno de polvo, muy delgado y demacrado, con una mueca quizás de terror en su boca, …aunque cualquiera juraría que podía ser una sonrisa.

viernes, 3 de octubre de 2008

Limpias obsesiones.


Eran ya las diez, ella estaba a punto de llegar, era puntual como un suizo o como un reloj inglés (era así, ¿no?). Él lo tenía todo preparado, esto de ir a la facultad por la tarde era un chollo.
Salió a la terraza, toda cerrada de aluminio y cristal, era su nido de caza. Colocó el pequeño telescopio terrestre sobre su mini trípode, en el lugar de siempre, en el suelo casi al borde del balcón, de modo que tumbado no se le ve la cabeza desde fuera pero él tiene una visión perfecta sobre las cinco ventanas de la casa de su vecina que dan al patio. Colocó los almohadones como todos los días, dejando un hueco a la altura de la bragueta para evitar aplastamientos en caso (completamente probable) de endurecimientos sobrevenidos.



Ya tumbado, con el ojo en el visor, apuntando a la ventana que daba al recibidor, esperó unos instantes. Ella habría dejado a los niños en el colegio, habría tomado café con las amigas y ahora llegaría para hacer la limpieza.
¡Bingo! Allí estaba. Ahora, como correspondía, se dirigiría a su dormitorio, en la ventana más a la derecha, antes iría pasando por todas las otras ventanas, cerrándolas (la casa ya estaba bien ventilada) pero sin correr las persianas. Jorge siempre pensaba que cuando ella cerraba las ventanas y miraba hacia su balcón estaba diciéndole “Empieza mi función dedicada para ti”, pero eso era una tontería, ¡claro!



En su dormitorio, su vecina comenzó a desvestirse, lentamente. Tenía un cuerpo soberbio para ser madre de cuatro críos. Se quedó como siempre en ropa interior y, como siempre, era diferente a la que llevaba cualquier otro día de la semana. Hoy tocaba el aire sexy y sofisticado de un tanga de encajes negros y un sujetador a juego. Estaba seguro de que también llevaba tacones, pero las ventanas no permitían ver más allá de las rodillas, y eso cuando estaba más alejada.



Salió del dormitorio y reapareció dos ventanas más hacia la izquierda, cogió el limpia cristales del bote azul y fue pulverizando los vidrios, luego, con hojas de periódico fue secándolos haciendo círculos. Era adorable ver sus hermosos pechos bambolearse al ritmo del giro de su brazo. El sujetador los recogía y apretaba, formando un canalillo olímpico, ¡allí podían navegar traineras! Jorge notó las primeras durezas dentro de sus calzoncillos. El magnifico trabajo de ingeniería realizado con los almohadones permitía una total extensión sin los molestos estrujones de su propio peso.



Terminada la labor de los cristales, venía la tarea de hacer las camas. Era el cuarto de las niñas, no había duda sobre eso, el color era color de niña; no parecían una familia que fuese a fomentar la libertad de elección sexual de sus retoños, o que pretendiese la confusión de géneros. Era rosa, luego era el cuarto de las niñas. Cuando la vecina hacía las camas solo había dos posturas posibles, o sea una, pero con dos perspectivas diferentes: vencida hacía delante, vista posterior; vencida hacia delante vista anterior. Sería difícil decidirse por cual era mejor. La vista anterior permitía ver los pechos en caída natural, y eran dos hermosos pechos de buen tamaño sin ser aparatosos, el sujetador poco podía sujetar en esa posición y se movían y se movían en hipnótico vaivén, ¡pero amigos y amigas!, la vista posterior permitía ver la fantástica escultura de sus dos nalgas. ¡Dios bendiga al inventor del tanga, y que toda su descendencia sea dichosa por los siglos de los siglos! Eran dos hermosos cachetes, sin una arruga de celulitis, firmes como si fuesen de adolescente, rotundos como de mujer que eran. A veces, no se sabe por qué, era en esta posición cuando a la vecina le picaba siempre algo, quizás un encaje, quizás una costura, y entonces retiraba un poquito la tela (del grosor de un hilo dental) para aliviarse la molestia, entonces, una fantástica rajita de una suavidad (aparente y desde la distancia) que recordaba la piel de un melocotón quedaba al descubierto. La primera vez Jorge no consiguió ver gran cosa, con los nervios, al incrementar los aumentos del lente todo se volvió borroso y se desvió de su objetivo, cuando consiguió reaccionar las molestias habían cesado y el cordón de tela volvía a ocultar el tesoro tan preciado. Con el tiempo esto ya no ocurría, el joven ya enfocaba previamente la zona y cuando el suceso tenía lugar disponía de una magnifica visión.



La mujer comenzó a limpiar con la bayeta y con otro líquido rojizo con el que pulverizaba la superficie de los muebles desde un envase de plástico transparente. De este modo podía verla en todas las posturas posibles, era como un ballet. Podía disfrutar de sus larguísimas piernas (de rodilla para arriba), ¡que muslos tan finos y delicados! ¡Y ese vientre! Un vientre, vientre; un vientre de esos que te apetece acariciar, morder o apoyar tu cabeza sobre el; un vientre con su agujerito incluido donde meter la lengua o dejar caer un poquito de vino para que se derrame por los lados y poder lamerlo. La dureza de los pantalones se incrementaba. ¡Como disfrutaba nuestro futuro parado con estas observaciones de la naturaleza salvaje!



Terminada la limpieza del cuarto infantil, le llegó el turno al baño principal. Esta ventana es más alta que el resto, y esto irritaba al estudiante. Así que se tenía que conformar con verle el busto a su vecina y no siempre, desaparecía a menudo de su ángulo de visión. Tenia que resignarse a verla pulverizar con el bote blanco en el mármol y con el amarillo en los azulejos. Su rostro y sus hombros eran los únicos fragmentos de hermosa humanidad visibles durante la limpieza de esta estancia.



Jorge sabía que hoy no tocaba salón, era jueves por esto no podría verla de rodillas o agachada meneando las caderas empleando el spray azul clarito en el sofá de tela, ni la latita marrón para el de cuero. Sabía que hoy remataría la faena con una limpieza completa del parquet, vertería el liquido del bote blanco en el cubo con agua, y aunque él no podría ver el cubo, si podría ver su baile con la fregona.



Estaba dispuesto a disfrutar mucho con la danza de despedida, cuando la vio ponerse derecha, abandonar la fregona y acercarse a la puerta de entrada. Recogió una pequeña bata del perchero y se vistió con ella. ¡Mierda!, ¿quien venia a importunar a esta hora? ¿No podía haber llegado veinte minutos después? Jorge vio entrar en el recibidor a un tipo de perilla vestido con un traje gris. Estaba observándole detenidamente cuando el fulano giró su cara hacía él y le miró directamente a los ojos a través del telescopio. Esto alteró notablemente al joven que se retiró algo asustado. Se echó hacia atrás reptando para no ser visto. Desmontó el trípode, guardó el telescopio y retiró los cojines. “Bueno, mañana será otro día”, pensó.



Se dirigió a su cuarto y guardó el instrumento de vigilancia en el armario. Se palpó orgulloso el bulto de los pantalones, se lo estrujó un poco para obtener gustillo hasta notar bien humedecidos los calzoncillos. Con lentitud se fue desnudando, hasta quedarse en ropa interior, saco su aparato y le dio unas satisfactorias sacudidas mientras la goma de los slips sujetaba su escroto. Se acercó a un armario metálico, como una taquilla de vestuario, que tenía cerrado con un candado de combinación de cuatro números. Se quitó los gayumbos del todo y con el pie los arrojó sobre la cama perfectamente hecha. Colocó los números correctos en la posición correcta, abrió la puerta del armario y extasiado continuó masturbándose hasta acabar en una espectacular explosión de líquido seminal, que lo puso todo perdido.



“Sí, sí, sí, así, bien pringado todo, que pueda limpiarlo ahora”, mascullaba mientras los últimos estertores de placer coincidían con la salida de las ultimas gotitas, sin poder apartar la mirada de su fuente de placer dentro del armario. Correctamente colocados y ordenados por tamaños y colores, en las baldas podía admirar los botes, frascos, bolsas y latas de Cristasol, Pronto atrapapolvo, Politus, Don Limpio Limón, HG Limpiador Profesional uso diario para parquet; HG Quitamanchas para mármol y terrazo, Oxi Clean, jabón limpiador regenerante Avel, recambios de fregona, Dixán, Mistol, pastillas de Heno de Pravia y otros productos de limpieza.