sábado, 11 de octubre de 2008

Cuestión de confianza.




Al fondo del pasillo se oye el ruidito del torno, no, no es el torno, es la aspiradora bucal. El viejo apartamento acondicionado resplandece de luz y sus paredes claras hacen muy acogedores los espacios, pero el olor tan característico y los ruiditos temibles descubren la autentica realidad.

-Concha, esta boca esta muy mal. ¿Cuánto hace que no te veo?
-Ya lo sé, doctor, pero es que no le daba importancia, ahora podrás comprarte un pisito a mi costa, ya veras.
-¿Al precio que están? No creo que de para tanto, pero vas a tener que hacerme algunas visitas más.
-Rosi, tráeme una plaquita, vamos a hacerle una radiografía a esos molares de Concha.

Rosi es una monada, bajita, de nariz chiquitita pero puntiaguda, pelo ondulado, casi rizado, ojos verdes, y una cara lindísima llena, abarrotada, de pecas. Su bata blanca oculta su cuerpo menudo, delgadito. Rosi es tan tímida que no habla por no molestar, de discreción absoluta, cuando se dirige al doctor lo hace en voz baja, como contando secretos.

-Gracias, Rosi. Pásame a Julio a la otra sala, aquí termino enseguida.

Rosi se quita la mascara verde de la boca y se la deja en el cuello.

-Don Julio ya puede pasar.

En la salita de espera quedan todavía una mujer y su hija, otra joven y un matrimonio. Sentados en los sillones y los sofás, de diferentes estilos, pero armoniosamente combinados con las mesas y los cuadros de las paredes. Tiene cierto estilo la consulta, la verdad, no asusta. Los asientos están astutamente colocados frente a toda la colección de diplomas del doctor, que llenan la pared a la derecha de la puerta, se ve claramente que es un medico con gran experiencia pese a su juventud. Pero los que quedan en la salita continúan agarrados a sus revistas como si ellas les fuesen a permitir salir corriendo de allí utilizándolas como salvoconductos.
Rosi acomoda a don Julio en la moderna butaca reclinable, alzable, plegable, si dijesen que además era eyectable como las de los aviones de combate, nadie se hubiese atrevido a negarlo; de plástico impoluto, blanco; con el asiento, el respaldo y el reposacabezas en un verde relajante que entonaba con los gorros, las mascaras, e incluso con los pantalones del dentista; de ella sobresale por un lateral, al lado de la escupidera con chorrito de agua, un gran brazo articulado que se divide como las ramas de un árbol, por un lado una lámpara como un gran ojo inquisitivo capaz de colocarse en cualquier parte gracias a sus múltiples articulaciones, y por otro lado, un terrible soporte con pantallitas llenas de letras y un surtido de esa especie de lapiceros metálicos a los que se le aplican todo tipo de cachivaches de aspecto peligroso y de ruido impertinente, esos bolígrafos que penetran en la boca para restaurarla y sanarla, agujereándola; el succionador de salivas junto al respaldo completa el magnifico artilugio. Lo dicho, una butaca casi atómica.
Julio queda en ella, cómodamente instalado, mientras se estruja los dedos de una mano con los de la otra.
El doctor entra alegre por la puerta saludando con un elevado tono de voz, y una gran seguridad en si mismo.

-¡Julio, hombre, cuanto tiempo! Rosi, Concha ya ha terminado por hoy.

Rosi, con un caminar silencioso, se diría que esta muchacha flota, se cambia de sala. En una silla gemela a la anterior, con un gran babero verde, de un verde conocido, la paciente escupe sobre la fuentecita.
Rosi, la ayuda a quitarse la pequeña pinza que sujeta el babero y después a levantarse de la silla, tan cómoda, un poco temblorosa pero aliviada.

-¿Todo bien doña Concha?
-¡Ay! Sí, hija, sí. Yo no sé por que me asusto tanto al venir. Si el pinchazo casi no duele, y luego las molestias no duran más de una tarde. Dice el doctor que venga la semana que viene.
-Pues se lo comenta a Paquita, en la entrada, que ella le busca hueco y le da hora.

Con su último paciente todavía en una de las dos sillas, y Rosi apagando las luces de la otra sala, el doctor se despide.

-Rosi, Paqui, me marcho. ¿A que hora empezamos mañana la faena?
-La señora de Ramoneda ha cambiado su cita, tiene una boda por la tarde y no puede ir sin capacidad prensil en los molares.
-¡Esta Carmen!, más le valdría no comer tanto. En fin, ¿entonces empezamos...?
-A las diez, con el hijo de Doña Rocío Pastrana.
-Perfecto. Rosa tú te ocupas de recogerlo todo. ¿Vale?
-Claro, como siempre. ¡Hasta mañana!

Alegre como un rapaz que acaba de coger una hermosa rana en una charca, el doctor se despide con un enérgico portazo.
Cuando Paquita cierra la puerta tras la joven que ha sido la última visita de la jornada, le grita a Rosa:

-Rosi, chiquilla, que yo también me voy, que no llego a recoger al crío de judo.
-No te preocupes, ya cierro yo.

Rosi, va apagando luces. En el armario de la salida se quita la bata que cuelga en su percha, deja los zuecos de goma sanitaria en el zapatero y se calza sus zapatos de tacón. Le favorecen mucho. Sin bata Rosi resplandece, tiene unas caderas redonditas y una cintura estrecha. Sus pechos se marcan en su vestido, no son pequeños ni grandes, pero se intuyen duros y sabrosos.
Apaga las luces, cierra con llave y atraviesa el largo vestíbulo del portal. Allí sale y llama con su teléfono móvil. Alguien le contesta y ella sonríe. Rosi tiene una dentadura perfecta. Unos dientes blancos, pequeñitos y delicados enmarcados por sus labios finitos. Se acerca a la acera, un deportivo negro consigue aparcar y ella se dirige hacia él. Del deportivo sale un ejecutivo, al menos un hombre con pinta de ejecutivo, del que ella se cuelga del cuello y al que besa apasionadamente.

-Hola amor, ya podemos pasar, lo he preparado todo, o sea que no he hecho nada, esta todo listo para mañana.
-¡Que morbazo cariño!, hacerlo en la consulta de un dentista, me da escalofríos.
-Eres tonto, me da algo de reparo pero no te puedo negar nada. Vamos, no nos pille el portero.

Rosi ha dejado las luces encendidas, todavía permanece en el ambiente el olor de todo un día de trabajo. Pasan a la sala del fondo.

-Coge esa silla, corazón.

Rosi, se desabrocha los tres botones del vestido y se lo saca entero por la cabeza. Queda únicamente con un tanguita de colores y con los zapatos de tacón.

-Verás la de cosas que hace esta silla.

Rosi se encarama sobre la silla, de rodillas, con las manos sobre el respaldo, se deshace de sus zapatos y comienza a demostrarle al caballero lo que dan de sí una silla que se mueve y un cuerpo tan flexible como el suyo.
Antes de terminar su exhibición, abierta de piernas y finalmente sentada sobre el sillón, se pasa uno de los bolis metálicos, el que tiene un pequeño espejito redondo en el extremo, por el frente de su vulva jugosa.

-Creo que ya estoy muy caliente, me noto muy húmeda, amor. ¿Tu que crees?
En la silla del dentista, el hombre, estrujándose sus cositas, responde encantado.
-Espero que sí, espero que sí.
-Pues no nos lo podemos permitir, chiquitín, solo estamos empezando.

Al decir esto, coge el aspirador y se lo pasa por el interior de los labios (los labios de la sonrisa vertical, entendámonos) donde hace un sorbido con su correspondiente sonido, sonido que hace estremecer de gusto al afortunado espectador.

-Rosi, eres tremenda, mi vida.
-Te toca a ti, cariño. ¿Quieres sentarte tú en el sillón?
-Pero yo no voy a hacerte una escenita, me moriría de vergüenza, no me saldrá.
-No te preocupes, seré yo la que te siga haciendo disfrutar. Mira.

Abre uno de los cajones y saca una bandeja llena de instrumental: ganchos, jeringuillas, tenacillas, pinzas de forma extrañas...

-¡Que mala eres!, me encanta. Como en la película de la pequeña tienda de los horrores, tú me torturaras y yo disfrutaré con ello.
-Exacto, cielo. ¿Te apetece?
-Claro, pero no me harás daño en serio, ¿verdad?
-Pues claro que no, cielín, ¿como puedes pensar eso?
-Venga, venga, que me estoy poniendo cachondo solo de pensarlo.
-Primero te desnudaré, ¿me permites?
-La duda ofende, vida mía.

Con el caballero, en pelotas, cómodamente instalado en el sillón, Rosi le hace un trabajo bucal muy fino y virtuoso.

-No quiero que termines ya.
-No Rosi, claro que no, cariño.
-Vale, ¿me dejas te ate a la silla?

El hombre totalmente excitado no puede responder otra cosa que, sí, que el juego continúe.
La chica no se anda con tonterías, tres rollos enteros de venda y un rollo de esparadrapo emplea para atarle los brazos y las piernas a la silla.

-Hijo, perdona, pero es que no sé hacer nudos y si te vas a soltar pues no tiene gracia.
-No te preocupes, amor, me agobia un poco por que es que no puedo moverme ni un centímetro, no te aprovecharás, ¿verdad?
-Que cosas tienes, bobo, pues claro que me aprovecharé- dice tocándole su pene que empezaba a perder rigidez.
-Jajajaja- ríe él con risa un poco nerviosa.
-Mira, te voy a retorcer un poco los pezoncillos con la tenacita esta, ¿te apetece?
-Bueno, vale, eres mala, muy mala.
-No seas tonto, ya veras como te gusta.

Las tenacillas, con el toque artesano de Rosi, le gustan. El dolorcillo es simpático, esa misma simpatía Rosita la reparte por todo el resto de sus zonas eróticas, con lo que erección del varón se hace completamente satisfactoria para ambas partes.

-Te esta gustando, te lo noto.
-Sí, no te lo voy a negar, soy un poco masoca.
-Pues vamos a probar cosas nuevas. Te vendo los ojos.
-¡Que miedo! Venga, vale.

Rosi le coloca cuatro mascarillas sobre los ojos.

-¿Ves algo cariño?
-Pues veo la luz, y un bulto que se mueve.
-Tú sigue llamándome bulto y te dejo aquí atado.
-No distingo nada, de verdad, amorcito.
-Vale, pues entonces sigo.
-Pero no me harás daño, ¿verdad, mi vida?
-¿Que pasa? ¿No te fías de mí? Te haré daño, y te gustará. Hasta ahora ha sido así, ¿no?
-Claro, claro, amor, es broma.

Rosi coge el torno, que empieza a hacer ese ruido tan peculiar, y se lo pasa al hombre por delante de la cara.

-Mira, aunque no veas, este cacharrito de aquí es como un cepillito, puede desollar tu piel en un santiamén.
-¡Que cosas, que miedo!
-Pero este es aún peor, este te puede hacer un agujero en cualquier parte, hasta el hueso si quisiera.
-Me estas acojonando.
-Si pero veo que no lo suficiente- dice Rosi, tocándole el miembro bien erecto –Ahora vamos a hacer un poco de acupuntura.
-¿Me vas a clavar agujas?- pregunta el indefenso reo.
-Si, te encantará.

El hombre empieza a notar los pinchazos. Uno en la mejilla, otro en el pezón izquierdo, uno más en el derecho, entorno del ombligo siente varios. Son como alfileres, la cosa es muy excitante.

-Esto es bárbaro, Rosa, me estoy poniendo como una moto.
-Pues subamos la tensión amor, te voy a dejar la polla como un acerico.
El ejecutivo desnudo notó los pinchazos en sus partes, por todas partes.
-Ya verás, cariño, esta anestesia es fabulosa, no notarás nada.
-¿Anestesia? ¿Por qué anestesia?
-Recuerda que no querías que te hiciese daño. Te voy a poner esto, ya veras como te partes de risa, y de gusto.

Rosi le coloca con habilidad un abre bocas, y le rellena la misma con los rollitos de silicona hasta casi inmovilizarle la lengua.

-Si intentas quitarte los rollitos igual te tragas alguno, y te asfixias, no hagas tonterías.
-Uuuuhh- es lo único que puede decir el voluntario y atado paciente.
-Acuérdate de la película y disfruta, o lo que es lo mismo, relájate y goza.

El hombre ve luz a través de las cuatro capas de finísima celulosa que tiene sobre su cara, pero no cubriéndole la boca, si no los ojos, pero no distingue nada. Tiene ambos brazos como clavados a los brazos de la butaca, y las piernas aunque puede moverlas un poco no consigue libertad suficiente como para que su angustia no vaya en ascenso. Ahora encima tiene que oír el ruido del torno y las palabras de su amorcito

-Mira, con este que es más suavito de voy a quitar esos pelos que tienes en la barriga.
-¡Ay!, ¡Porras! Ya me he llevado un cachito de pellejo. ¡Bah! Pero apenas sangra. ¿A que no sientes nada?

El hombre no siente nada, nada de dolor, pero si siente que se esta poniendo un poco nervioso.

-Mmmmnnn- expone, no sin motivos.
-Mira te voy a quitar esos pelos del pecho, que no me gustan nada, este es mas abrasivo y los va a quitar en un momento. ¿Oyes? ¿A que suena distinto, como si estuviese más rabioso? Son alemanes estos tornos, buenísimos. Igual ahora si sangras, pero no notarás nada.
-Has quedado precioso, un poco sangrante pero no te preocupes, que no notarás nada mientras dure la anestesia, también es muy buena, viene de unos laboratorios de Cataluña.
-Uhhhmm- chilla el hombre, haciendo unos movimientos muy raros con el cuerpo.
-Te estas poniendo muy pesado, te he dicho que no te iba a hacer daño y no creo que estés notando ningún dolor. Pero te voy a bajar la silla hasta el tope. ¡Deja de moverte ya!

El sufrido amante no deja de moverse voluntariamente, si no que le fallan las fuerzas. Con el sillón horizontal sus abdominales no soportan el esfuerzo, es lo que pasa con los ejecutivos que no se cuidan, “si al menos jugase al pádel”. Se promete que dará clases dos veces por semana, si sale de esta, claro.

-Te estas poniendo muy arisco así que con este de hacer agujeros te voy a recortar esos pezoncillos, en vez de bultitos vas a tener agujeritos. Te van a quedar muy raras las camisas ajustadas que usas, mi vida.

El hombre, empieza a sudar abundantemente, y eso que esta puesto el aire acondicionado a 22 grados. Deja de gritar y empieza a sollozar.

-Te estás comportando muy mal, amor, solo por esto te voy a retocar tu cosita. Es grande y muy ancha por arriba, con este otro, que quita el sarro divinamente, te la voy a limar un poco. Aquí si que sangrarás un montón, pero no te preocupes, que yo lo limpio todo muy bien y nadie se dará nunca cuenta de nada. Y tú ni te vas a enterar, ya te dije que no te dolería, de momento.
El hombre, histérico, en grado absoluto, y abandonado a su suerte, oye un nuevo zumbido, completamente diferente aunque enormemente parecido a los anteriores. Sigue sin sentir nada y oye:

-¡Uy! Igual me he pasado, esto sangra mucho.

En ese momento el hombre deja de ver luz, todo se hace oscuro, deja de sentir nada para pasar a no sentir y del mismo miedo, se desmaya.

El doctor era un tipo feliz, aparcó su coche justo en el mismo sitio en que la tarde anterior lo había aparcado un joven con una cara muy pálida y con toda su reluciente ropa cara apenas puesta, vamos, que casi iba desnudo, y con mucha prisa, como si hubiese salido corriendo por que le debiese dinero a alguien que viniese a cobrárselo. Todavía se notaban en el asfalto las señales de los neumáticos de su deportivo negro cuando se marchó, casi se lo lleva por delante un autobús de la EMT. “¡Las drogas, seguro!, aunque el muchacho rebosaba salud, se veía que estaba en forma, ya me gustaría a mí”, comentó el portero, “y el caso es que venia del edificio”. El doctor, escuchó pacientemente las explicaciones sin interés del conserje y entró en la consulta.

-Buenos días, Paquita. Buenos días, Rosita. ¿Cómo estamos hoy?
-Muy bien doctor- contestó Rosi con su timidez habitual.
-¿Que vamos a hacer con esta muchacha, Paqui? Es muy joven, y muy guapa, hay que buscarle un novio.
-Pues tiene que vivir un poco la vida, doctor, es que es muy desconfiada con los hombres.

A lo que Rosi, sorprendentemente irritada, contestó:

-De eso nada, los que no confían en nadie son ellos.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Un golpe de buena suerte.




Son tiempos difíciles, las navidades están prácticamente aquí encima, los niños se han acostumbrado sin problemas a comer patatas todos los días y yo leo los periódico del día anterior que el bar de al lado me tiene reservados cuando vuelvo de dejar a la tropa en el colegio.
Toda la mañana trabajando y al salir, la compra, que ahora se hace cada día, solo lo imprescindible, ...y patatas.

Me da tiempo a llegar a casa para prepararme alguna cosa ligera de comer, se me esta quedando el tipito de la Schiffer, ya lo dice mi marido, “Que bien te sienta el hambre, te estas quedando muy delgadita y se te pone una cara muy espiritual”
¿Que carajo querrá decir con espiritual?, ¿será que como no hay ganas de nada me esta llamando monja? Este Mariano es muy retorcido. Solo por eso esta noche tampoco. Aunque pocas ganas me trae cuando llega por la tarde de la tienda.
Esta jodida la cosa, ahora no se esta vendiendo nada. Pero no desesperamos, hay que confiar en la suerte, en cualquier momento nos puede llegar un empujoncito de dinero, estamos en las fechas, ¿por que no? Hay mucha gente esperando lo mismo que nosotros, ya lo sé, pero, ¿por que no nos va a tocar a nosotros?, nos lo merecemos.

Lo suyo hubiese sido pillar ese pellizquito antes de vacaciones, habría podido comprarle unos bañadores nuevos a la niña, que ya no es tan niña y me tenía alterada a toda la piscina, hay que ver el estirón que ha pegado en un año, y no solo hacia arriba, se va a parecer a su madre, así, con dos buenas razones, que tiran más dos de estas que dos carretas.
También habría podido aprovechar las rebajas para comprarle otros al pequeño, que ha tenido que aprovechar los del mediano y le venían un poquito grandes, parecía un rapero, y a mi no me gustan los raperos, a ver si le va a coger gusto a las pintas y se va a querer poner un pendiente, o algún tatuaje, ¡con lo que es el padre, para que queremos más! Aunque yo creo que con sus siete años aun tengo tiempo de empezar a preocuparme.

Y si no al principio, pues para el final del verano también habría venido bien que nos tocase la suerte, los babis para el pequeño, ¡dos nada menos! El hermano se los deja destrozados, no hay quien los aproveche. Jersey nuevo y nikis para Jorgito, pero esos se amortizan bien que luego los hereda el otro. Con la mayor no hay problema, la ropa sigue el mismo camino que el bañador, cada vez más pequeña, cada vez más corta, cada vez más ajustada, y ella tan contenta, que ya es una mujer. Esta se cree que por que mancha tampones mini ya se va a comer el mundo. En mis tiempos éramos de otra manera, si yo salgo con ese largo de falda buena paliza me da mi padre, bueno, ni salgo de casa. Y los libros, los benditos libros, mira que la niña los cuida y los forra y todo lo más les dibuja algún corazoncito o algo así, me podían valer para el siguiente, o cambiármelos con otras madres, que los libros son idénticos a los del año pasado, pues nada, que no. Todos los años a gastar dinero inútilmente, por eso un golpecito de fortuna nos habría venido de perlas. Todos estamos igual, pero a nosotros es que nos sacaba de un apuro.
Creo que me da tiempo a tender la lavadora y terminar el trabajo que me he traído a casa antes de tener que ir a buscarlos.

Quedan pocas semanas para navidad, habrá que comprar regalos, mi marido me traerá cualquier cosa de la tienda, yo le regalare cualquier libro que me guste, ¡total! él no se lo va a leer, pero a los niños algo habrá que comprarles, y ya están hartos de los juguetes de los chinos que se rompen al tercer día.
Este año, me libro de la cena, pero la comida de navidad me la chupo con toda la familia, a ver que compro. Mejillones y besugos de piscifactoría, y que se apañen. Mi cuñado que traiga unas cuantas botellas de cava de más y con la borrachera no se pasa hambre y además, todos tan contentos.

¡Joder!, ¡como me vendría de bien ese dinerito!, ¡si tuviésemos la suerte de que Hacienda nos devolviese de una puta vez el dinero del IRPF!

martes, 7 de octubre de 2008

Cuatro viudas.


Mañana de noviembre soleada y fresca, en el cementerio de la Almudena. El agujero, recién tapado con yeso por los operarios, se encuentra cerca de la carretera, pero no se oye mucho el ruido de los automóviles, ya que el camposanto se encuentra bastante más bajo que la autopista.
Las hojas, pardas y secas, las mueve el viento formando remolinos junto con la arena y alguna bolsa de plástico.
Los amigos se han retirado ya tras dar el pésame a la viuda, sin poder evitar hacerlo murmurando. Los hijos también se han marchado con los abuelos maternos.Junto a la tumba, solo quedan la viuda y tres mujeres más. Todas de negro riguroso, mirándose entre si.


La esposa se acerca a la enlutada más cercana.

-Tú eres Raquel, ¿verdad?
-Sí ¿Cómo es posible que me conozcas?
-Ser cornuda no implica necesariamente ser tonta. El aviso del entierro os lo envié yo.
-Lo suponía, casi lo hubiese jurado, soy Marta – comentó, otra de las mujeres, que se había unido a la pareja junto a la última de ellas.
-Yo soy Mamen, hola. –dijo esta.
-Yo, como ya sabréis, soy Lola. ¿Me acompañáis hasta la salida y charlamos un poco?

Asintiendo con un gesto todas inician la marcha, agrupadas y cabizbajas.

-Era un cabrón, ¿verdad, chicas?
-Sí, que lo era, un cabrón adorable.
-Más majo que las pesetas.
-Lastima que fuese tan mal amante. ¿No?
-¿Estas loca? ¿Mal amante? Pero si me tenía loca y era insaciable.
-¿Insaciable? Era cariñoso pero tenía la gasolina justa.
-Lo que yo decía.
-¿Cómo podéis decir eso? Era tierno y atento y siempre te dejaba satisfecha.
-¿Satisfecha, o con ganas de más?
-Bueno también, con ganas de más de él.
-Yo te tenía una envidia horrible, Lola, por poder estar siempre con él, por acostarte cada noche con él.
-Bueno, a mí no me dolía cuando le veía marchar. Sabía que volvería, y esa sensación de tenerle de vez en cuando me gustaba.
-Yo solamente le veía muy de tarde en tarde y lo estrujaba al máximo, pero sentía que me quería y eso me era suficiente.
-A mí sí me que me quería, no paraba de decírmelo. Conseguía emocionarme el muy tonto.
-Yo le quería a él, eso me bastaba, y sé que cuando estaba conmigo era feliz, se lo notaba claramente.
-Y a mí. ¿Creéis que me quería?
- A ti te adoraba Lola, si no haría mucho tiempo que te habría dejado. Yo estaba esperándole con los brazos abiertos.
-Veo que eres la más peligrosa, te lo habrías llevado y me lo habrías quitado sin dudarlo.
-Sí, para que te voy a mentir.-Pero habría seguido viéndome a mí, seguro, lo tenía hipnotizado.
-Puede ser pero yo le daba lo que ninguna de vosotras, por eso siempre tenia una ocasión, y dos, para mí.
-Lo que no sé es de donde sacaba tiempo para todo, aparte de llegar tarde algunos días en casa no faltó jamás.
-¡Ay, hija! No te lo voy a contar, pero siempre que se lo pedía venía, y yo no podía negarme cuando me llamaba.
-¿Pero todas sabíais de las demás, igual que yo?
-Claro, era un cabronazo integral.
-Sí que lo era, pero adorable.
-Un poco tacaño, ¿no?
-¿Estás loca? Nunca le faltaba un detalle.
-A mi eso me daba igual casi siempre pagaba yo. ¿Qué más da el dinero?
-Yo lo que llevaba peor era que fuese tan callado.
-¿Callado?, pero si era un conversador incansable, pasábamos más tiempo hablando que haciendo el amor, era tan interesante escucharle.
-¿Interesante?, a veces, pero algo aburrido, menos mal que era tan cariñoso y eso me daba igual.
-¿Como puedes decir que era aburrido? No me he reído más en mi vida que desde que él apareció en ella. Él me ha hecho soportar a mi marido todo este tiempo.
-Bueno, a nosotros lo que nos gustaba era salir a bailar, era un rabo de lagartija, como se movía, ¡que gracioso!
-¿Que mi marido bailaba? Pero si era un soso incapaz de dar un paso de baile sin tropezar. Solo le recuerdo dos ocasiones en que bailase conmigo. ¡Con lo que a mi me gusta bailar! ¡Que cabrón!
-Sí, pero un cabrón adorable.
-Yo no tuve nunca ocasión de salir a bailar, ni nada de nada, nuestros encuentros eran más íntimos.
- Pues anda que los nuestros, siempre encerrados, como conejos todo el rato.

La pequeña comitiva se acerca a la puerta principal. Van cogidas del brazo, como en las fotos antiguas en blanco y negro de los grupos de muchachas de los años cuarenta.


-¿Qué harás ahora Lola?
-Pues con los seguros de vida, y vendiendo el pisito que usabais de “polvera” creo que montaré un pequeño restaurante con mi novia, y quizás nos vayamos a vivir juntas. Los chicos ya son grandes y lo comprenderán. Desde luego lo que haré será no volver a veros más y espero no volver a oír de vosotras. Bueno, allí está mi familia. Hasta nunca chicas.


Las tres mujeres ven alejarse a la esposa, hasta reunirse con sus padres y sus hijos y después, todos juntos, desaparecen por la acera.

-Bueno yo me voy, que pierdo el tren, me esperan mis niñas y mi marido.
-Adiós, Marta.


Con prisa, coge el taxi que esta en la parada. Cuando este arranca, las mira, pero sin ningún gesto de despedida también desaparece.

-Bueno Mamen, tú tienes cuatro o cinco amantes más, no le echaras de menos.
-No seas insensible, yo le quería bastante. Se hacia querer el cabrón.-Sí, era adorable.
-Y tú que harás Raquel, ¿le guardarás luto eternamente?
-Yo no sé vivir sin estar enamorada. Tendré que empezar a buscar nuevamente. ¡Con lo acostumbrada que estaba a él! ¡Que pereza!
-¿Vas para el centro?
-Sí.
-¿Compartimos un taxi?
-Bueno. ¿Te tomas un café conmigo?
-Claro hija, tenemos muchas cosas de que hablar.


Mientras caminan hacia la parada de taxis, una nueva comitiva se dirige hacia el interior del cementerio. Siguiendo al coche del finado una pequeña fila de vehículos con los parientes y seres queridos avanza a paso lento.
El sol llega a lo más alto y el viento mueve las hojas que quedan en las copas de los árboles. Ya no refresca, es un noviembre muy raro, demasiado caluroso.

sábado, 4 de octubre de 2008

Perdida en el laberinto.


-¡Hermana, hermana, venga que lo vuelven a dar!
Del despacho de la superiora salio Sor Manuela, la directora del colegio, acompañada de la superiora y de varias hermanas más.
Desde el hundimiento del colegio hacía dos días, este se encontraba cerrado y las hermanas cobijadas en la casa madre a las afueras de Madrid.
Aunque el colegio fuese tan antiguo era imprevisible que ocurriese una catástrofe así, afortunadamente ocurrió en domingo, gran parte de la planta baja desapareció tragada por la tierra, arrastrando a los forjados de las planta superiores. No había mucha actividad en esa zona del colegio, todas las hermanas menos una se encontraban en la residencia, pero la hermana Susana estaba en la portería y había desaparecido. Todas sus hermanas se turnaban en la capilla para rezar por su alma. Los bomberos y posteriormente una empresa subcontratada por el ayuntamiento estaban procediendo a un desescombro cuidadoso para localizar el cuerpo de la desafortunada religiosa.

Matías Prats, el locutor favorito de las monjas, explicaba los últimos acontecimientos.
-Ha finalizado el desescombro en el Colegio de las Monjas Corazonistas de Jesús Resucitado del centro de la capital sin que se haya localizado el cuerpo de la religiosa desaparecida. Según informan fuentes municipales, el socavón alcanza los nueve metros de profundidad y se ha debido al hundimiento de una cueva localizada en el subsuelo del colegio. Se ha inspeccionado esa cueva tras la retirada de los escombros y se han descubierto diversos pasadizos. Tres grupos del Samur, compuestos por Médicos y ATS acompañados de Guardias Civiles expertos en espeleología están intentando localizar a la religiosa, de la que sospechan pueda encontrarse con vida. El Alcalde asegura que este agujero no es de los suyos, que las elecciones ya han tenido lugar y que ninguna tuneladora ha vuelto a su fabrica caminando, que todas han sido desmontadas. Algunos expertos estiman que estos pasadizos deben ser, como poco, de la época musulmana. ¡Para que luego digan que en Madrid no hay tradición de túneles!

La mujer no sentía frío aunque se encontraba prácticamente desnuda de ombligo para arriba, mientras que conservaba su falda, hecha jirones, y sus zapatos cuadrados sin tacón. Tenía el pelo corto, completamente despeinado y lleno de polvo, con algo de sangre reseca en su frente. En la completa oscuridad de la gruta sus ojos extrañamente abiertos no veían nada, sin embargo su cuerpo algo rechoncho y fofo se encontraba en tensión, como el de un felino a punto de atrapar a su presa. Vio la luz moverse arriba y abajo y acercarse hacia ella, ni se movió. Cuando el jovencito médico con su pantalón azul oscuro y su chaqueta amarilla pasó junto a ella no pudo reaccionar a su ataque. La mujer se abalanzó sobre su espalda y lo hizo caer, con gran velocidad le levanto la cazadora por encima de la cabeza y le dejo las manos inmovilizadas. Lo giró con una fuerza incomprensible, le arranco el cinturón y le bajó los pantalones destrozándole los calzoncillos. Con el cinturón le ató los pies para que no pudiese patalear, aunque el hombre no parecía muy dispuesto a hacerlo, se encontraba como paralizado y un olor muy significativo indicaba el estado terror del joven. La mujer le agarro el miembro y empezó a chuparlo y chuparlo, con glotonería. Y, ¡lo que es tener menos de cuarenta!, paralizado de miedo, con el culo ligeramente sucio de sus propias heces, el cabrón se empalmó. La mujer al sentir la dureza se levantó las faldas y se sentó sobre ella, lanzando unos gruñidos de satisfacción animal que acabaron en un quejido de placer, casi, casi, como si fuese la primera vez en cincuenta y tres años que ese cuerpo sentía un orgasmo de placer sexual. Cuando los quejidos terminaron, como un animal perseguido la hembra satisfecha desapareció nuevamente en la oscuridad.

El resto del grupo, llegó al poco tiempo alertado por los gritos y gruñidos, encontrando al infortunado aun temblando en estado de shock. Le retiraron hasta la superficie. Allí mismo tomaron la decisión, seguirían inspeccionando las intrincadas galerías que estaban descubriendo, galerías que se enredaban y se bifurcaban, que descendían aun más en muchos tramos y que estaban llenas de pozos que no parecían tener fondo. Pero era imprescindible seguir, una fiera andaba suelta y era peligrosa, acababa de sentir el sabor de la sangre por primera vez (es una metáfora para no tener que decir semen que parece como que no queda muy bien en este caso).
-Chicos, por favor, tened cuidado, no sabemos de lo que puede ser capaz. Esa mujer parece muy trastornada.
-No se preocupe jefe, lo tendremos. ¿Se viene con nosotros?
-No, no, Charlie, soy más necesario aquí.
-Claro, claro, jefe, era broma.

A lo largo de la noche, hubo varias bajas más. Cada vez que un miembro se quedaba solo, era atrapado, erguido e introducido. Daba igual la fortaleza del individuo que poseyese el miembro profanado, este acababa siendo utilizado hasta la total satisfacción de la mujer y posteriormente abandonado. Un hermoso ejemplar de Guardia Civil, barbado y de pelo rubio, fue sacado entre sollozos. Un enfermero delgadito y calvo, tuvo que ser retirado entre espasmos. El doctor Salazar no tuvo más suerte, tuvo que recibir unos puntos de sutura en sus genitales, al ser mayor se endurecía con mayor lentitud por lo que los chupetones succionadores fueron demasiado fuertes.

El grupo finalmente comprendió que no debían separarse ni unos milímetros, pero no todos los pasadizos permitían el paso de dos personas al mismo tiempo. La situación se tornó dramática cuando al intentar penetrar por un orificio angosto (¡a quien se le ocurre!) el sargento Ramírez fue literalmente arrancado de la cordada y arrastrado hacia la oscuridad. Aterrados, todavía al otro lado del agujero, oyeron los alaridos de pánico del guardia civil y los jadeos y espasmos de la monja salvaje. Cuando pudieron llegar hasta Ramírez, este yacía en el suelo, con los ojos en blanco, completamente desnudo con su pene (¡vaya pedazo de pene!) flácido pero extendido en su máxima longitud y enrojecido en su totalidad, casi en carne viva; fueron algunas horas las que el infeliz estuvo pidiendo socorro sin que sus compañeros se atrevieran a intervenir. Cuando en el exterior pudieron comprobar que su pelo se había quedado completamente cano (antes aun conservaba alguno cabellos oscuros), el Samur y la Guardia Civil decidieron detener la búsqueda. Gracias a la intervención del alcalde esto no ocurrió, no podía permitirse que una monja violadora encontrase una guarida inaccesible desde la que atacar a indefensos varones. Tenían que encontrarla costase lo que costase, de hecho, él había recibido un chivatazo, alguien le había detalladas instrucciones de su situación exacta dentro de los laberintos. En el exterior nadie sabía lo que estaba ocurriendo, en teoría todas las bajas eran por excesivo cansancio en la complicada búsqueda. Tenía que aparecer esa mujer, nadie entendería que se abandonase a su suerte a una monjita, adorable, a la que padres y madres conocían de toda la vida cuando iban a dejar y recoger a sus niños en el cole.
“Encontradla y clausuremos para siempre esas galerías infernales” Cuando el alcalde se enfadaba y alzaba la ceja, nadie se atrevía a contradecirle.
Los miembros y cuerpos de los miembros de los cuerpos de seguridad y asistencia sanitaria volvieron al trabajo. Aterrados, pero volvieron. Las chicas que iban con ellos (guardias civiles, médicos y ATS) iban descojonadas aunque algo preocupadas, especialmente las que tenían alguna relación afectiva con los varones.

-Hermana, hermana, corra, corra, que la han encontrado, corra, corra, esta viva, la han encontrado.
Reunidas frente al televisor, las monjitas pudieron ver con alivio como su compañera era sacada en una camilla. El primer plano del cámara sobre el cuerpo envuelto en el papel térmico dorado mostró su rostro desencajado, aparentemente ensangrentado y lleno de polvo, muy delgado y demacrado, con una mueca quizás de terror en su boca, …aunque cualquiera juraría que podía ser una sonrisa.

viernes, 3 de octubre de 2008

Limpias obsesiones.


Eran ya las diez, ella estaba a punto de llegar, era puntual como un suizo o como un reloj inglés (era así, ¿no?). Él lo tenía todo preparado, esto de ir a la facultad por la tarde era un chollo.
Salió a la terraza, toda cerrada de aluminio y cristal, era su nido de caza. Colocó el pequeño telescopio terrestre sobre su mini trípode, en el lugar de siempre, en el suelo casi al borde del balcón, de modo que tumbado no se le ve la cabeza desde fuera pero él tiene una visión perfecta sobre las cinco ventanas de la casa de su vecina que dan al patio. Colocó los almohadones como todos los días, dejando un hueco a la altura de la bragueta para evitar aplastamientos en caso (completamente probable) de endurecimientos sobrevenidos.



Ya tumbado, con el ojo en el visor, apuntando a la ventana que daba al recibidor, esperó unos instantes. Ella habría dejado a los niños en el colegio, habría tomado café con las amigas y ahora llegaría para hacer la limpieza.
¡Bingo! Allí estaba. Ahora, como correspondía, se dirigiría a su dormitorio, en la ventana más a la derecha, antes iría pasando por todas las otras ventanas, cerrándolas (la casa ya estaba bien ventilada) pero sin correr las persianas. Jorge siempre pensaba que cuando ella cerraba las ventanas y miraba hacia su balcón estaba diciéndole “Empieza mi función dedicada para ti”, pero eso era una tontería, ¡claro!



En su dormitorio, su vecina comenzó a desvestirse, lentamente. Tenía un cuerpo soberbio para ser madre de cuatro críos. Se quedó como siempre en ropa interior y, como siempre, era diferente a la que llevaba cualquier otro día de la semana. Hoy tocaba el aire sexy y sofisticado de un tanga de encajes negros y un sujetador a juego. Estaba seguro de que también llevaba tacones, pero las ventanas no permitían ver más allá de las rodillas, y eso cuando estaba más alejada.



Salió del dormitorio y reapareció dos ventanas más hacia la izquierda, cogió el limpia cristales del bote azul y fue pulverizando los vidrios, luego, con hojas de periódico fue secándolos haciendo círculos. Era adorable ver sus hermosos pechos bambolearse al ritmo del giro de su brazo. El sujetador los recogía y apretaba, formando un canalillo olímpico, ¡allí podían navegar traineras! Jorge notó las primeras durezas dentro de sus calzoncillos. El magnifico trabajo de ingeniería realizado con los almohadones permitía una total extensión sin los molestos estrujones de su propio peso.



Terminada la labor de los cristales, venía la tarea de hacer las camas. Era el cuarto de las niñas, no había duda sobre eso, el color era color de niña; no parecían una familia que fuese a fomentar la libertad de elección sexual de sus retoños, o que pretendiese la confusión de géneros. Era rosa, luego era el cuarto de las niñas. Cuando la vecina hacía las camas solo había dos posturas posibles, o sea una, pero con dos perspectivas diferentes: vencida hacía delante, vista posterior; vencida hacia delante vista anterior. Sería difícil decidirse por cual era mejor. La vista anterior permitía ver los pechos en caída natural, y eran dos hermosos pechos de buen tamaño sin ser aparatosos, el sujetador poco podía sujetar en esa posición y se movían y se movían en hipnótico vaivén, ¡pero amigos y amigas!, la vista posterior permitía ver la fantástica escultura de sus dos nalgas. ¡Dios bendiga al inventor del tanga, y que toda su descendencia sea dichosa por los siglos de los siglos! Eran dos hermosos cachetes, sin una arruga de celulitis, firmes como si fuesen de adolescente, rotundos como de mujer que eran. A veces, no se sabe por qué, era en esta posición cuando a la vecina le picaba siempre algo, quizás un encaje, quizás una costura, y entonces retiraba un poquito la tela (del grosor de un hilo dental) para aliviarse la molestia, entonces, una fantástica rajita de una suavidad (aparente y desde la distancia) que recordaba la piel de un melocotón quedaba al descubierto. La primera vez Jorge no consiguió ver gran cosa, con los nervios, al incrementar los aumentos del lente todo se volvió borroso y se desvió de su objetivo, cuando consiguió reaccionar las molestias habían cesado y el cordón de tela volvía a ocultar el tesoro tan preciado. Con el tiempo esto ya no ocurría, el joven ya enfocaba previamente la zona y cuando el suceso tenía lugar disponía de una magnifica visión.



La mujer comenzó a limpiar con la bayeta y con otro líquido rojizo con el que pulverizaba la superficie de los muebles desde un envase de plástico transparente. De este modo podía verla en todas las posturas posibles, era como un ballet. Podía disfrutar de sus larguísimas piernas (de rodilla para arriba), ¡que muslos tan finos y delicados! ¡Y ese vientre! Un vientre, vientre; un vientre de esos que te apetece acariciar, morder o apoyar tu cabeza sobre el; un vientre con su agujerito incluido donde meter la lengua o dejar caer un poquito de vino para que se derrame por los lados y poder lamerlo. La dureza de los pantalones se incrementaba. ¡Como disfrutaba nuestro futuro parado con estas observaciones de la naturaleza salvaje!



Terminada la limpieza del cuarto infantil, le llegó el turno al baño principal. Esta ventana es más alta que el resto, y esto irritaba al estudiante. Así que se tenía que conformar con verle el busto a su vecina y no siempre, desaparecía a menudo de su ángulo de visión. Tenia que resignarse a verla pulverizar con el bote blanco en el mármol y con el amarillo en los azulejos. Su rostro y sus hombros eran los únicos fragmentos de hermosa humanidad visibles durante la limpieza de esta estancia.



Jorge sabía que hoy no tocaba salón, era jueves por esto no podría verla de rodillas o agachada meneando las caderas empleando el spray azul clarito en el sofá de tela, ni la latita marrón para el de cuero. Sabía que hoy remataría la faena con una limpieza completa del parquet, vertería el liquido del bote blanco en el cubo con agua, y aunque él no podría ver el cubo, si podría ver su baile con la fregona.



Estaba dispuesto a disfrutar mucho con la danza de despedida, cuando la vio ponerse derecha, abandonar la fregona y acercarse a la puerta de entrada. Recogió una pequeña bata del perchero y se vistió con ella. ¡Mierda!, ¿quien venia a importunar a esta hora? ¿No podía haber llegado veinte minutos después? Jorge vio entrar en el recibidor a un tipo de perilla vestido con un traje gris. Estaba observándole detenidamente cuando el fulano giró su cara hacía él y le miró directamente a los ojos a través del telescopio. Esto alteró notablemente al joven que se retiró algo asustado. Se echó hacia atrás reptando para no ser visto. Desmontó el trípode, guardó el telescopio y retiró los cojines. “Bueno, mañana será otro día”, pensó.



Se dirigió a su cuarto y guardó el instrumento de vigilancia en el armario. Se palpó orgulloso el bulto de los pantalones, se lo estrujó un poco para obtener gustillo hasta notar bien humedecidos los calzoncillos. Con lentitud se fue desnudando, hasta quedarse en ropa interior, saco su aparato y le dio unas satisfactorias sacudidas mientras la goma de los slips sujetaba su escroto. Se acercó a un armario metálico, como una taquilla de vestuario, que tenía cerrado con un candado de combinación de cuatro números. Se quitó los gayumbos del todo y con el pie los arrojó sobre la cama perfectamente hecha. Colocó los números correctos en la posición correcta, abrió la puerta del armario y extasiado continuó masturbándose hasta acabar en una espectacular explosión de líquido seminal, que lo puso todo perdido.



“Sí, sí, sí, así, bien pringado todo, que pueda limpiarlo ahora”, mascullaba mientras los últimos estertores de placer coincidían con la salida de las ultimas gotitas, sin poder apartar la mirada de su fuente de placer dentro del armario. Correctamente colocados y ordenados por tamaños y colores, en las baldas podía admirar los botes, frascos, bolsas y latas de Cristasol, Pronto atrapapolvo, Politus, Don Limpio Limón, HG Limpiador Profesional uso diario para parquet; HG Quitamanchas para mármol y terrazo, Oxi Clean, jabón limpiador regenerante Avel, recambios de fregona, Dixán, Mistol, pastillas de Heno de Pravia y otros productos de limpieza.