Mientras escapaba a toda
prisa, no podía dejar de pensar en las sabanas ensangrentadas que dejaba atrás.
¿Cómo podía haber salido todo tan mal? ¿Cómo una simple cita con tan buena
pinta había podido acabar así?
Los buenos relatos
empiezan por la mitad, ahora toca ir al principio de la historia.
Habíamos alcanzado cierta
notoriedad en la página, así que terminamos contactando, acordando la cita de
reconocimiento de rigor y aprobándola con nota. ¡Que persona tan maja, me
gustará llevármela al huerto!, pensamos ambos de ambos.
El lugar de encuentro
quedaba en mis manos así que escogí un hotel de mi cadena favorita al que no
había ido nunca, me gusta cambiar (y no dejar muchas pistas).
Caballerosamente pasé a
recogerla con el coche, y resultó que existían algunos problemas de logística
con los métodos anticonceptivos y de protección que pudimos resolver, pero
perdimos algún tiempo en ello, me había informado que tenía que marcharse a
principio de la tarde. Con todo, eso no fue lo peor. Otra información fue mucho
más impactante en el resultado de la cita.
- Tengo la regla,
¿quieres que lo retrasemos?
¡Dios mío, la señora de
rojo de los anuncios! ¡Y yo con la reserva pagada!
- No pasa nada, estoy
acostumbrado. A mi mujer le gusta así.
¡Antes morir que perder
la vida!, pensé. (La pela es la pela, ¿que queréis?)
A toda prisa, por que
estábamos perdiendo tiempo y el tiempo es polvo, llegamos al hotel, donde con
mi aire de seductor dominador de la situación le expuse firmemente al
recepcionista:
-Tenemos una reserva.
El fulano me miró de
abajo arriba, con aire de “a los seductores dominadores de la situación me los
paso yo por el forro de los huevos” y me contestó:
-La salida es a las 14,00
h. señor, y la habitación está todavía ocupada.
- ¿Cómo que a las dos? En
todos los hoteles de esta cadena es a las doce.
- Correcto señor, casi todos, pero en este no.
Si quiere darse una vuelta y volver más tarde.
Le miré fijamente con mi
mirada de “no te das cuenta que me estas echando a perder un buen revolcón”,
pero él aguantó firme mi mirada respondiéndome con la suya de “te jodes viejo
vicioso”.
-Claro, mas tarde
volvemos, no pasa nada.
Agarré de la cintura a mi
pareja y le ofrecí tomarnos una coca cola para hacer tiempo. Ella que lo había
oído todo, acepto con resignación e incluso fue magnánima con mi fracaso.
- No te preocupes,
tenemos tiempo. Y si no repetimos en otra ocasión.
“Tenemos tiempo, tenemos
tiempo. Para un artista como yo un par de horas no son nada”. Era lo que
pensaba pero me lo callé, igual ella liquidaba la faena con dos pases de pecho
y entraba a matar a las primeras de cambio.
Así que pasamos
nuevamente por la fase de la coca cola y demostramos que seguíamos siendo muy
majos pero yo un poco más imbécil.
Por fin llegamos a la habitación,
y nos metimos en faena. Los prolegómenos fueron satisfactorios así que en el
momento adecuado penetré.
Balanceamos nuestros
cuerpos para nuestra mutua satisfacción, todo parecía ir bien, yo estaba
francamente duro y respondiendo positivamente, pero algo fallaba. De golpe ella
saltó de su postura sobre mí como si le hubiese picado un abejorro por dentro.
- Lo siento, espera un
momento, me noto que estoy chorreando. ¿No lo hueles? Voy a limpiarme.
Yo me quede tumbado sobre
la cama, con el pene tieso y un preservativo lleno de churretones rojizos
colgando a media asta. La pierna y la sábana con goterones igual que en el
suelo camino del baño, como miguitas de pan en un cuento, señalaban la huida de
mi compañera de juegos.
Al ver todo aquello mi
miniyó perdió su firmeza, de modo que retiré el preservativo usado, lo puse
encima de uno de esos papeles inútiles que siempre tienen las habitaciones de
los hoteles tratando de manchar lo menos posible, y me limpié las manos y el
muslo con la sábana que perdió su virginal limpieza. Poner el nuevo
preservativo no fue fácil, aquello se había venido abajo estrepitosamente por
que siguiendo las indicaciones (yo soy muy bien mandado) olí. Olí ese olor metálico
de la sangre del preservativo.
Al cabo de un rato, ella
volvió del baño.
- Me he limpiado lo mejor
posible, pero ha venido muy fuerte. ¿Seguimos?
- Claro. –contesté-. Pero
tendrás que intentar animarlo, se ha despistado un poco.
- No pretenderás que me
la meta en la boca, está manchada de sangre.
- No, claro que no.
Quizás podría yo hacértelo a ti, por el borde, por donde no sangra, para
animarme un poco.
- Ni se te ocurra. ¿No
notas el olor?
¡Ah, el olor! El olor se
metía por todos mis agujeros, no solo por las fosas nasales. Creo que también
lo olía por las orejas.
- ¿Empleamos la entrada
posterior? Un buen anal siempre me anima mucho.- Pregunté, con ánimo de no
dejar que la situación decayese.
Al cabo de un buen rato
de ser tradicionales sin conseguir un mínimo de firmeza homologada, con un par
más de retiradas de ella al baño para aumentar su higiene, con el preceptivo
cambio de preservativo tras cada retirada, con un aumento de manchas casi
escandaloso sobre las sábanas y con el dichoso olor llenando la habitación,
conseguimos por fin una pequeña homologación y ella pudo alcanzar su orgasmo, o
fingir que lo conseguía por que se le hacía tarde.
Con el deber cumplido y
un mínimo aseo de mi cuerpo para retirar toda la sangre residual, al volver
pude ver el estado en que había quedado todo.
- Vámonos rápido o nos
van a hacer pagar un suplemento de limpieza.- Propuse.
- Sí, que no llego a
tiempo.- Contestó.
Y aquí estábamos cuando
empezó este relato. Saliendo por piernas para evitar la vergüenza de que nos
llamaran guarros o que llamaran a la policía por haber realizado actos
satánicos y sacrificio de pollos en la habitación.
Tras pagar rápidamente, conseguimos
llegar de regreso al coche sin haber sido detenidos
- Tenemos que repetir,
para no quedarnos con esta sensación rara, ¿no crees?– Pregunté.
- O también podemos
olvidar que ha sucedido-. Sugirió ella.
Ella tenía otro trofeo
para su colección, y yo podía marcar una muesca más en mi revolver, pero
ninguno podía estar muy orgulloso de su actuación.