lunes, 15 de diciembre de 2008

Otro cuento más de la Navidad.




Ya estamos en Navidad, me gusta la Navidad. Las calles se llenan de bombillas de colores colgadas de cables, casi nunca están encendidas pero cuando lo hacen dan un tono simpático a las calles que, aunque no consigue eliminar la tristeza de las luces anaranjadas que deprimen aun más mi depresión, les da otro aire. Es la tristeza lumínica de siempre punteada de chispitas novedosas. Yo creo que deberían hacer un esfuerzo y en Navidad cambiar las bombillas que dan ese color naranja por otras, blanco clásico, azul frígido, rojo voluptuoso, verde ecológico, cualquier cosa, pero guardar por unos días el desmotivante color marciano de las bombillas de luz naranja.

Echo un vistazo a mi hogar, mi cuarto en la pensión de Doña Concha y su hija, Hostal Pirineo. Esta en pleno centro, es muy limpio y no lo usan las prostitutas de las calles cercanas. No es muy moderno, ni falta que le hace. El papel pintado de las paredes estaba un poco despegado cuando llegué el primer día, pero yo soy muy cuidadoso con mis cosas y ya está todo como recién pegado. Las manchas no se quitan, no consigo ningún producto que las elimine, lo intenté con una cosilla blanca que me dieron en la tienda de bricolage de la calle de al lado, pero se llevo el color y las rayas del papel, así que no insistí. Simplemente considero las manchas, incluso la mía de limpieza, como la huella digital de mi cuarto, la que lo diferencia del resto de cuartos. La verdad es que no hay ningún cuarto igual a otro, en los treinta años que el Hostal Pirineo lleva abierto, todos han sufrido cambios por un motivo u otro. Pero estamos en Navidad, y a mi me gusta la Navidad así que me lanzo a la calle. Debajo de la cama están las dos maletas que me sirven de armario, la mesa esta recogida y sin papeles encima, la silla pegada a la pared. Dejo mi cuarto en orden, el mundo me espera en cuanto pise la acera.

Iré a la Plaza Mayor en metro, andando tardaría siete u ocho minutos, pero en metro puedo conseguir tardar veinte minutos. Me gustan los vagones nuevos y, además, a esta hora van llenos de pandillas de jóvenes, muy ruidosas y que ocupan mucho sitio, es fácil conseguir buenos arrimones, ya tengo mucha experiencia y sé seleccionar quien me los va a agradecer, es Navidad y todos necesitamos cariño y compartir amor.

Al salir por la boca de metro de Sol, donde se ponen las loteras de Doña Manolita, ya voy muy satisfecho, y muy calentito, me he dado unos bueno refregones con una muchacha sudamericana nada más montar, en el siguiente transbordo una madurita a la que ya le hacían falta unas mechas en el pelo me ha dejado acercarle mi intimidad, en el siguiente tren tuve que recorrerme tres vagones hasta encontrar a la jovencita de los granitos y las gafas que me alzó la mirada y se giró para darme la espalda. Ha sido un viaje estupendo.

Antes de llegar a la plaza hago un par de paradas en los bares de siempre, un par de Soberanos y después una Coca Cola para bajar el aliento, en cada uno de ellos, así ya entro en acción ardiente y animado. La plaza a esa hora ya esta de bote en bote. Como han quitado los tenderetes de las bromas hay muchos menos niños que otros años, mucho mejor, cuanto menos bultos más claridad. Quizás hubiese estado bien tener niños, pero esto de estudiar las oposiciones es muy fatigoso, no deja tiempo para nada, no puede uno buscarse novia. Son treinta años ya de estudios, desde que murió mi madre, como soy un hombre con iniciativa me vine a Madrid, a ganarme el pan con una buena oposición a Correos, menos mal que mientras tanto tengo el trabajo en la mercería. Está cerca de la pensión, del Hostal, aunque en realidad es al revés, es la habitación la que me busqué cerca del trabajo, bueno, tampoco, Don Anselmo me la encontró, que conoce a Doña Concha desde hace mucho tiempo.
¡Estos coñacitos que buenos son, te dejan como aturdido, lo haces todo como automáticamente! Voy a arrimarme a aquellas mujeres que están mirando los angelotes grandes en el puesto del bigotes.

¡Augh! Como me duele la cabeza. Parece que se me ha ido el mareillo del alcohol, pero me queda el run run de la paliza. ¿Como no me di cuenta que eran gitanas?, estoy muy torpe últimamente. Los que han mejorado mucho son los gitanos, ahora son muy finos, entre los cuatro me han dado una somanta de palos que casi me revientan, y sin que nadie se diese cuenta, mientras me llevaban hacia la calle Mayor, y los muy cabrones iban cantando y dando palmas. Me han tirado sobre los cartones de los mendigos que duermen junto a la salida de peatones del parking, me ha venido bien, he podido dormir un poco. Esta postura es incomoda, cabeza abajo me estoy poniendo malo, ¿o será el olor a basura? Parece mentira que la basura siempre huela igual, lo mismo da que sea Navidad que Cuaresma, cuando todos los restos se juntan dan el mismo olor, es curioso esto. Estos carritos de basura son muy estrechos, los grandes me gustan más, estás más cómodo cuando te tiran dentro y se sale más fácil. ¿Por qué este no se mueve? Seguro que los mendigos lo han encajonado bien contra la pared. No les gusta que les quiten el sitio, ellos se organizan. ¡Por que estaba dolorido y algo bebido que sino no les hubiese resultado tan fácil cogerme en volandas y meterme aquí! ¡Y lo mal que olían!, eso ha sido lo peor. ¿Qué hora será? Hace un poco de frío ya, es lo malo de la Navidad.

Ya se oyen los camiones de basura echando carreras, dentro de nada estoy en casa, si no es muy tarde igual me doy una ducha caliente. ¡Joder, que bueno, estas juergas solo te las puedes permitir en Navidad!

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