sábado, 11 de octubre de 2008

Cuestión de confianza.




Al fondo del pasillo se oye el ruidito del torno, no, no es el torno, es la aspiradora bucal. El viejo apartamento acondicionado resplandece de luz y sus paredes claras hacen muy acogedores los espacios, pero el olor tan característico y los ruiditos temibles descubren la autentica realidad.

-Concha, esta boca esta muy mal. ¿Cuánto hace que no te veo?
-Ya lo sé, doctor, pero es que no le daba importancia, ahora podrás comprarte un pisito a mi costa, ya veras.
-¿Al precio que están? No creo que de para tanto, pero vas a tener que hacerme algunas visitas más.
-Rosi, tráeme una plaquita, vamos a hacerle una radiografía a esos molares de Concha.

Rosi es una monada, bajita, de nariz chiquitita pero puntiaguda, pelo ondulado, casi rizado, ojos verdes, y una cara lindísima llena, abarrotada, de pecas. Su bata blanca oculta su cuerpo menudo, delgadito. Rosi es tan tímida que no habla por no molestar, de discreción absoluta, cuando se dirige al doctor lo hace en voz baja, como contando secretos.

-Gracias, Rosi. Pásame a Julio a la otra sala, aquí termino enseguida.

Rosi se quita la mascara verde de la boca y se la deja en el cuello.

-Don Julio ya puede pasar.

En la salita de espera quedan todavía una mujer y su hija, otra joven y un matrimonio. Sentados en los sillones y los sofás, de diferentes estilos, pero armoniosamente combinados con las mesas y los cuadros de las paredes. Tiene cierto estilo la consulta, la verdad, no asusta. Los asientos están astutamente colocados frente a toda la colección de diplomas del doctor, que llenan la pared a la derecha de la puerta, se ve claramente que es un medico con gran experiencia pese a su juventud. Pero los que quedan en la salita continúan agarrados a sus revistas como si ellas les fuesen a permitir salir corriendo de allí utilizándolas como salvoconductos.
Rosi acomoda a don Julio en la moderna butaca reclinable, alzable, plegable, si dijesen que además era eyectable como las de los aviones de combate, nadie se hubiese atrevido a negarlo; de plástico impoluto, blanco; con el asiento, el respaldo y el reposacabezas en un verde relajante que entonaba con los gorros, las mascaras, e incluso con los pantalones del dentista; de ella sobresale por un lateral, al lado de la escupidera con chorrito de agua, un gran brazo articulado que se divide como las ramas de un árbol, por un lado una lámpara como un gran ojo inquisitivo capaz de colocarse en cualquier parte gracias a sus múltiples articulaciones, y por otro lado, un terrible soporte con pantallitas llenas de letras y un surtido de esa especie de lapiceros metálicos a los que se le aplican todo tipo de cachivaches de aspecto peligroso y de ruido impertinente, esos bolígrafos que penetran en la boca para restaurarla y sanarla, agujereándola; el succionador de salivas junto al respaldo completa el magnifico artilugio. Lo dicho, una butaca casi atómica.
Julio queda en ella, cómodamente instalado, mientras se estruja los dedos de una mano con los de la otra.
El doctor entra alegre por la puerta saludando con un elevado tono de voz, y una gran seguridad en si mismo.

-¡Julio, hombre, cuanto tiempo! Rosi, Concha ya ha terminado por hoy.

Rosi, con un caminar silencioso, se diría que esta muchacha flota, se cambia de sala. En una silla gemela a la anterior, con un gran babero verde, de un verde conocido, la paciente escupe sobre la fuentecita.
Rosi, la ayuda a quitarse la pequeña pinza que sujeta el babero y después a levantarse de la silla, tan cómoda, un poco temblorosa pero aliviada.

-¿Todo bien doña Concha?
-¡Ay! Sí, hija, sí. Yo no sé por que me asusto tanto al venir. Si el pinchazo casi no duele, y luego las molestias no duran más de una tarde. Dice el doctor que venga la semana que viene.
-Pues se lo comenta a Paquita, en la entrada, que ella le busca hueco y le da hora.

Con su último paciente todavía en una de las dos sillas, y Rosi apagando las luces de la otra sala, el doctor se despide.

-Rosi, Paqui, me marcho. ¿A que hora empezamos mañana la faena?
-La señora de Ramoneda ha cambiado su cita, tiene una boda por la tarde y no puede ir sin capacidad prensil en los molares.
-¡Esta Carmen!, más le valdría no comer tanto. En fin, ¿entonces empezamos...?
-A las diez, con el hijo de Doña Rocío Pastrana.
-Perfecto. Rosa tú te ocupas de recogerlo todo. ¿Vale?
-Claro, como siempre. ¡Hasta mañana!

Alegre como un rapaz que acaba de coger una hermosa rana en una charca, el doctor se despide con un enérgico portazo.
Cuando Paquita cierra la puerta tras la joven que ha sido la última visita de la jornada, le grita a Rosa:

-Rosi, chiquilla, que yo también me voy, que no llego a recoger al crío de judo.
-No te preocupes, ya cierro yo.

Rosi, va apagando luces. En el armario de la salida se quita la bata que cuelga en su percha, deja los zuecos de goma sanitaria en el zapatero y se calza sus zapatos de tacón. Le favorecen mucho. Sin bata Rosi resplandece, tiene unas caderas redonditas y una cintura estrecha. Sus pechos se marcan en su vestido, no son pequeños ni grandes, pero se intuyen duros y sabrosos.
Apaga las luces, cierra con llave y atraviesa el largo vestíbulo del portal. Allí sale y llama con su teléfono móvil. Alguien le contesta y ella sonríe. Rosi tiene una dentadura perfecta. Unos dientes blancos, pequeñitos y delicados enmarcados por sus labios finitos. Se acerca a la acera, un deportivo negro consigue aparcar y ella se dirige hacia él. Del deportivo sale un ejecutivo, al menos un hombre con pinta de ejecutivo, del que ella se cuelga del cuello y al que besa apasionadamente.

-Hola amor, ya podemos pasar, lo he preparado todo, o sea que no he hecho nada, esta todo listo para mañana.
-¡Que morbazo cariño!, hacerlo en la consulta de un dentista, me da escalofríos.
-Eres tonto, me da algo de reparo pero no te puedo negar nada. Vamos, no nos pille el portero.

Rosi ha dejado las luces encendidas, todavía permanece en el ambiente el olor de todo un día de trabajo. Pasan a la sala del fondo.

-Coge esa silla, corazón.

Rosi, se desabrocha los tres botones del vestido y se lo saca entero por la cabeza. Queda únicamente con un tanguita de colores y con los zapatos de tacón.

-Verás la de cosas que hace esta silla.

Rosi se encarama sobre la silla, de rodillas, con las manos sobre el respaldo, se deshace de sus zapatos y comienza a demostrarle al caballero lo que dan de sí una silla que se mueve y un cuerpo tan flexible como el suyo.
Antes de terminar su exhibición, abierta de piernas y finalmente sentada sobre el sillón, se pasa uno de los bolis metálicos, el que tiene un pequeño espejito redondo en el extremo, por el frente de su vulva jugosa.

-Creo que ya estoy muy caliente, me noto muy húmeda, amor. ¿Tu que crees?
En la silla del dentista, el hombre, estrujándose sus cositas, responde encantado.
-Espero que sí, espero que sí.
-Pues no nos lo podemos permitir, chiquitín, solo estamos empezando.

Al decir esto, coge el aspirador y se lo pasa por el interior de los labios (los labios de la sonrisa vertical, entendámonos) donde hace un sorbido con su correspondiente sonido, sonido que hace estremecer de gusto al afortunado espectador.

-Rosi, eres tremenda, mi vida.
-Te toca a ti, cariño. ¿Quieres sentarte tú en el sillón?
-Pero yo no voy a hacerte una escenita, me moriría de vergüenza, no me saldrá.
-No te preocupes, seré yo la que te siga haciendo disfrutar. Mira.

Abre uno de los cajones y saca una bandeja llena de instrumental: ganchos, jeringuillas, tenacillas, pinzas de forma extrañas...

-¡Que mala eres!, me encanta. Como en la película de la pequeña tienda de los horrores, tú me torturaras y yo disfrutaré con ello.
-Exacto, cielo. ¿Te apetece?
-Claro, pero no me harás daño en serio, ¿verdad?
-Pues claro que no, cielín, ¿como puedes pensar eso?
-Venga, venga, que me estoy poniendo cachondo solo de pensarlo.
-Primero te desnudaré, ¿me permites?
-La duda ofende, vida mía.

Con el caballero, en pelotas, cómodamente instalado en el sillón, Rosi le hace un trabajo bucal muy fino y virtuoso.

-No quiero que termines ya.
-No Rosi, claro que no, cariño.
-Vale, ¿me dejas te ate a la silla?

El hombre totalmente excitado no puede responder otra cosa que, sí, que el juego continúe.
La chica no se anda con tonterías, tres rollos enteros de venda y un rollo de esparadrapo emplea para atarle los brazos y las piernas a la silla.

-Hijo, perdona, pero es que no sé hacer nudos y si te vas a soltar pues no tiene gracia.
-No te preocupes, amor, me agobia un poco por que es que no puedo moverme ni un centímetro, no te aprovecharás, ¿verdad?
-Que cosas tienes, bobo, pues claro que me aprovecharé- dice tocándole su pene que empezaba a perder rigidez.
-Jajajaja- ríe él con risa un poco nerviosa.
-Mira, te voy a retorcer un poco los pezoncillos con la tenacita esta, ¿te apetece?
-Bueno, vale, eres mala, muy mala.
-No seas tonto, ya veras como te gusta.

Las tenacillas, con el toque artesano de Rosi, le gustan. El dolorcillo es simpático, esa misma simpatía Rosita la reparte por todo el resto de sus zonas eróticas, con lo que erección del varón se hace completamente satisfactoria para ambas partes.

-Te esta gustando, te lo noto.
-Sí, no te lo voy a negar, soy un poco masoca.
-Pues vamos a probar cosas nuevas. Te vendo los ojos.
-¡Que miedo! Venga, vale.

Rosi le coloca cuatro mascarillas sobre los ojos.

-¿Ves algo cariño?
-Pues veo la luz, y un bulto que se mueve.
-Tú sigue llamándome bulto y te dejo aquí atado.
-No distingo nada, de verdad, amorcito.
-Vale, pues entonces sigo.
-Pero no me harás daño, ¿verdad, mi vida?
-¿Que pasa? ¿No te fías de mí? Te haré daño, y te gustará. Hasta ahora ha sido así, ¿no?
-Claro, claro, amor, es broma.

Rosi coge el torno, que empieza a hacer ese ruido tan peculiar, y se lo pasa al hombre por delante de la cara.

-Mira, aunque no veas, este cacharrito de aquí es como un cepillito, puede desollar tu piel en un santiamén.
-¡Que cosas, que miedo!
-Pero este es aún peor, este te puede hacer un agujero en cualquier parte, hasta el hueso si quisiera.
-Me estas acojonando.
-Si pero veo que no lo suficiente- dice Rosi, tocándole el miembro bien erecto –Ahora vamos a hacer un poco de acupuntura.
-¿Me vas a clavar agujas?- pregunta el indefenso reo.
-Si, te encantará.

El hombre empieza a notar los pinchazos. Uno en la mejilla, otro en el pezón izquierdo, uno más en el derecho, entorno del ombligo siente varios. Son como alfileres, la cosa es muy excitante.

-Esto es bárbaro, Rosa, me estoy poniendo como una moto.
-Pues subamos la tensión amor, te voy a dejar la polla como un acerico.
El ejecutivo desnudo notó los pinchazos en sus partes, por todas partes.
-Ya verás, cariño, esta anestesia es fabulosa, no notarás nada.
-¿Anestesia? ¿Por qué anestesia?
-Recuerda que no querías que te hiciese daño. Te voy a poner esto, ya veras como te partes de risa, y de gusto.

Rosi le coloca con habilidad un abre bocas, y le rellena la misma con los rollitos de silicona hasta casi inmovilizarle la lengua.

-Si intentas quitarte los rollitos igual te tragas alguno, y te asfixias, no hagas tonterías.
-Uuuuhh- es lo único que puede decir el voluntario y atado paciente.
-Acuérdate de la película y disfruta, o lo que es lo mismo, relájate y goza.

El hombre ve luz a través de las cuatro capas de finísima celulosa que tiene sobre su cara, pero no cubriéndole la boca, si no los ojos, pero no distingue nada. Tiene ambos brazos como clavados a los brazos de la butaca, y las piernas aunque puede moverlas un poco no consigue libertad suficiente como para que su angustia no vaya en ascenso. Ahora encima tiene que oír el ruido del torno y las palabras de su amorcito

-Mira, con este que es más suavito de voy a quitar esos pelos que tienes en la barriga.
-¡Ay!, ¡Porras! Ya me he llevado un cachito de pellejo. ¡Bah! Pero apenas sangra. ¿A que no sientes nada?

El hombre no siente nada, nada de dolor, pero si siente que se esta poniendo un poco nervioso.

-Mmmmnnn- expone, no sin motivos.
-Mira te voy a quitar esos pelos del pecho, que no me gustan nada, este es mas abrasivo y los va a quitar en un momento. ¿Oyes? ¿A que suena distinto, como si estuviese más rabioso? Son alemanes estos tornos, buenísimos. Igual ahora si sangras, pero no notarás nada.
-Has quedado precioso, un poco sangrante pero no te preocupes, que no notarás nada mientras dure la anestesia, también es muy buena, viene de unos laboratorios de Cataluña.
-Uhhhmm- chilla el hombre, haciendo unos movimientos muy raros con el cuerpo.
-Te estas poniendo muy pesado, te he dicho que no te iba a hacer daño y no creo que estés notando ningún dolor. Pero te voy a bajar la silla hasta el tope. ¡Deja de moverte ya!

El sufrido amante no deja de moverse voluntariamente, si no que le fallan las fuerzas. Con el sillón horizontal sus abdominales no soportan el esfuerzo, es lo que pasa con los ejecutivos que no se cuidan, “si al menos jugase al pádel”. Se promete que dará clases dos veces por semana, si sale de esta, claro.

-Te estas poniendo muy arisco así que con este de hacer agujeros te voy a recortar esos pezoncillos, en vez de bultitos vas a tener agujeritos. Te van a quedar muy raras las camisas ajustadas que usas, mi vida.

El hombre, empieza a sudar abundantemente, y eso que esta puesto el aire acondicionado a 22 grados. Deja de gritar y empieza a sollozar.

-Te estás comportando muy mal, amor, solo por esto te voy a retocar tu cosita. Es grande y muy ancha por arriba, con este otro, que quita el sarro divinamente, te la voy a limar un poco. Aquí si que sangrarás un montón, pero no te preocupes, que yo lo limpio todo muy bien y nadie se dará nunca cuenta de nada. Y tú ni te vas a enterar, ya te dije que no te dolería, de momento.
El hombre, histérico, en grado absoluto, y abandonado a su suerte, oye un nuevo zumbido, completamente diferente aunque enormemente parecido a los anteriores. Sigue sin sentir nada y oye:

-¡Uy! Igual me he pasado, esto sangra mucho.

En ese momento el hombre deja de ver luz, todo se hace oscuro, deja de sentir nada para pasar a no sentir y del mismo miedo, se desmaya.

El doctor era un tipo feliz, aparcó su coche justo en el mismo sitio en que la tarde anterior lo había aparcado un joven con una cara muy pálida y con toda su reluciente ropa cara apenas puesta, vamos, que casi iba desnudo, y con mucha prisa, como si hubiese salido corriendo por que le debiese dinero a alguien que viniese a cobrárselo. Todavía se notaban en el asfalto las señales de los neumáticos de su deportivo negro cuando se marchó, casi se lo lleva por delante un autobús de la EMT. “¡Las drogas, seguro!, aunque el muchacho rebosaba salud, se veía que estaba en forma, ya me gustaría a mí”, comentó el portero, “y el caso es que venia del edificio”. El doctor, escuchó pacientemente las explicaciones sin interés del conserje y entró en la consulta.

-Buenos días, Paquita. Buenos días, Rosita. ¿Cómo estamos hoy?
-Muy bien doctor- contestó Rosi con su timidez habitual.
-¿Que vamos a hacer con esta muchacha, Paqui? Es muy joven, y muy guapa, hay que buscarle un novio.
-Pues tiene que vivir un poco la vida, doctor, es que es muy desconfiada con los hombres.

A lo que Rosi, sorprendentemente irritada, contestó:

-De eso nada, los que no confían en nadie son ellos.

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