jueves, 12 de febrero de 2009

(CAPITULO 1-II)


En pleno centro de Madrid, ubicado entre el dinero y el arte, ocupando una esquina importante, se encontraba el local que andaba buscando. Por deformación profesional lo primero que pensó fue en el dinero que el local habría costado y en el dineral (dinero sobre dinero) que se tenían que haber gastado en la reforma.
Curiosamente, frente a tanto poderío económico como reflejaba su exterior le costó localizar la puerta de acceso, tenia vocación de discreción o incluso de clandestinidad. Al fin y al cabo era un salón de masajes orientales y quizás ese misterio le viniese bien. Se había cogido el día libre, hoy empezaba de verdad su carrera de infidelidad y vicio.

La puerta de entrada parecía una salida de emergencia. Al entrar estaba vacío y oscuro, la recepción no era muy amplia, y enseguida llegó una señorita oriental.
-¿Sí? ¿Qué desea?
-Tenía hora para la una y media, no sé si he llegado demasiado pronto.
-Sí, pronto. Tú puedes esperar ahí o marchar, como prefieras. A una y media, todo listo.
Viendo las sillas, bonitas, pero de aspecto algo duro, y la soledad del sitio, Jacobo prefirió salir al horroroso calor seco y asfixiante de esta ciudad en pleno julio, y eso que además una de esas calimas saharianas que llegan todos los años estaba plantada en todo lo alto.
“Mejor me doy una vuelta y reflexiono un poco, ¿Qué demonios hago yo aquí?”
-Pues ahora vuelvo, gracias.
-Hasta ahora.
El pobre Jacobo llevaba desde diciembre intentando engañar a su mujer, después de una de las infinitas broncas del matrimonio
“Ahora te vas a enterar, bruja, esto no es vida, te van a caer mas cuernos de los que seas capaz de soportar.”
Buscó en las páginas de Internet más diversas hasta que localizo un par de ellas con buena pinta, una simplemente para relaciones amistosas, otra con una interesante vocación meramente sexual. Después de interminables chateos, infinitos mensajes y algún que otro café, prácticamente había desistido. “Eso de follar se hará en otro país o en otro planeta, o yo soy un manta que será lo mas seguro.” Hadita, Raquel y Mariana, habían quedado en nada.
Lo único que le mantenía apuntado a una de esas paginas, obviamente a la de sexo, era su éxito, su mayor éxito, ese del que estaba tan orgulloso y, desgraciadamente, lógicamente, patéticamente, no podía contar a nadie. La chica más hermosa, la más interesante, la que tenia los textos más inteligentes, la DIOSA de la pagina, mantenía correspondencia con él, y no solo eso, le decía que entre sus mas de veintidós mil contactos, -“¡Veintidós mil! y eso fue al principio de conocerla, ¿cuantos tendría ahora?”- que él era uno de sus preferidos y le gustaba mucho leer lo que le enviaba.
Era verano y, como todos los años, Jacobo estaba a punto de partir con toda la familia, la bruja y los gemelos, hacía el apartamento de la playa así que le quedaba poco tiempo. Desde aquella enésima bronca que todo lo inició, había dado tiempo a doscientas reconciliaciones y ciento noventa y nueve peleas más. Como esta semana se produjo la discusión doscientos, nuestro hombre decidió, absolutamente liberado de remordimientos, darle finalmente a su esposa todo lo que se merecía –“y si encima me llevo algún beneficio para el cuerpo y el espíritu, tanto mejor”-
La cosa no pintaba mal, la diosa parecía comprender su problema y le iba a mostrar todos los placeres de la ciudad, y una ciudad tan canalla como Madrid tenía muchos.
“Empezaremos por un masaje balines, ya veras que torrente de endorfinas te provoca” le había escrito.
Este era el principio prometido, el futuro infiel estaba convencido de que en alguno de estos sitios aparecería su amada desconocida (en realidad, en el más de un millar de fotos que tenia de ella entre las que le enviaba personalmente y las que colgaba en la página, nunca se le veía la cara). Suponía el bueno de Jacobo que la diosa seria la dueña del local, o que quizás tuviese contactos dentro, o... “¿qué más da?, es el primer paso, ella aparecerá”.
Estos pensamientos impuros, ingenuos e infantiles, le habían permitido dar la vuelta a la manzana, bajo el mismo fuego del infierno que caía del cielo, pero aun faltaban algunos minutos para la hora exacta. Se acercó hasta un kiosco y pidió un bombón helado.
-De los chiquititos, hay que mantener la línea- le comentó al hombre descamisado, sudoroso y a punto de lipotimia que los vendía.
Con el frío en el estomago, se dirigió, ufano, hacia la tienda de los placeres, aunque algo nervioso, ¿seria un simple masaje o tendría sorpresa?
Cuando volvió a entrar en el local había cambiado su ambiente, había una parejita joven esperando en las sillas y en consecuencia la recepción parecía llena. La oriental tan “simpática”, seguía allí.
-Hola, ya estoy aquí.
-Bien, tu siéntate ahora mismo viene.
“Con que a la una y media todo listo, ¿eh? Pues es la una y media, reina de la carcajada, ganas me dan de decírtelo, hermosa”
Tuvo que sentarse finalmente y las sillas resultaron tan incomodas como parecían. Las que quedaban libres estaban conformadas por una maraña de ramas o, más bien, de un nudo de hilo de madera infinitamente retorcido sobre sí mismo hasta dar forma a un asiento, y en su interior, una bombilla, de modo que era una lámpara cuando estaba libre pero que al apoyar el culo, este quedaba remarcado luminosamente, y calentito.
“Como se clava esto. Espero que merezca la pena”
Entró otra chica desde la calle y se acercó al mostrador. También tenía cita para un masaje balines a la misma hora.
“¿Será ella? Desde luego no se parece a ninguna de las fotos que me ha mandado.”
La muchacha de la recepción pegó unas voces desde lo alto de la escalera y al momento llegaron, desde el sótano, hablando entre ellas en oriental, como discutiendo, tres muchachas más, las masajistas. Bajitas, delgaditas, uniformadas y... orientales. También se acercó, sereno, reposado, elegante, un hombre alto.
“Je, ¿quien decía que los orientales eran bajitos?, el mozo este me saca tres cabezas.
-Balinés, balinés, tu también balinés, ¿no?
-Sí.
-Pues baja con la chica
Dirigiéndose a la joven que había entrado la ultima, le dijo.
-Tú también, acompaña a la chica, por favor.
Se descalzaron, cambiaron sus zapatos por sandalias, dejaron estos en unas cajitas y, en procesión, los tres bajaron por las escaleras.

¿Que puede hacer que un hombre se enamore de una fantasía? Blanca, la Diosa, ¿qué podía hacerle pensar que era real? Todas las fotos pertenecían a mujeres diferentes, ¡no!, todas no, estaban agrupadas por mujeres de tal manera que se podía pensar que ella era alguna entre todas, pero, ¿por qué pensar eso? Esas fotos podían estar sacadas del baúl sin fondo que es Internet, algunas tenían los fondos retocados y todas estaban recortadas para ocultar los rasgos principales.
Podía ser un jovencito jugando, un madurito aburrido, un grupo de chicas divirtiéndose, incluso quizás, una ancianita marchosa con unas cuantas clases de ordenador. ¿Por qué Jacobo seguía aferrándose a esa mujer inexistente?
Motivos de seguridad, le explicó: “Un día me reconocieron en un semáforo por eso tengo que provocar la suficiente confusión para que no vuelva a ocurrir, para ti yo soy la que tu creas, ya veras como tu corazón no se equivoca al reconocerme”
Jacobo, un hombre centrado, sensato, bastante aburrido de todo, no se dejaba caer en el abismo de un amor loco, pero no podía evitar emocionarse cada vez que recibía un mensaje de Blanca, ni disfrutar como un chiquillo cada vez que era él quien escribía esos mensajes que tanto éxito le habían procurado con la belleza virtual.
Todo esto estaba en su cabeza cuando a través de los pasillos del sótano la muchacha les condujo hacia los vestuarios. La chica entró en el vestuario de mujeres, la parejita entró directamente a una de las salas de masaje y a él le mostró la puerta del vestuario de caballeros y le pidió que se desnudase completamente.

(Continuará...)

No hay comentarios:

Publicar un comentario