sábado, 14 de febrero de 2009

(CAPITULO 2-I)


“¡Hay que fastidiarse con esta mujer! Le envío un mensaje precioso, casi una novela, con todo lo que me ha ocurrido y no solo no se lo cree, si no que me echa una bronca tremenda por renegar del masaje que me recomendó. ¡Joder! Y dice que me perdona por que ha sido muy graciosa mi historia, que me da otra oportunidad, pero que no las desperdicie.”

Blanca contestó a Jacobo en un tono poco amistoso. Aparentemente se sentía burlada, le contó que pensaba citarlo cualquier día en un local de intercambio de parejas, y aparecer de improviso para sorprenderlo, pero que no estaba siendo obediente con sus recomendaciones y eso ya no iba a ocurrir de momento. Quizás ella podía haber aparecido en la sala de masaje y sustituir a la masajista cuando él tenía la cabeza hundida en la mesa de masajes, ¿no había pensado en eso?
¿Que si no había pensado en eso?, claro que sí, no pensaba en otra cosa, pero los delincuentes interrumpieron los deseos de Palillo. Pero Blanca, Bonbunny, tenía motivos para no creerle, casi secuestran al gobernador del Banco de España ¡y ni una sola noticia en periódicos o televisión!
Sus disparos y secuestros le hacían mucha gracia y por eso le ofrecía otro masaje, pero como fuese con más dolores de agujetas y volviese a poner excusas de terroristas su amistad habría finalizado. Palillo no dudo en aceptar su oferta, prometió ser obediente, curioso y receptivo.
Entonces ella le dio su nuevo objetivo, el hammam árabe del centro. Debía ir dispuesto a disfrutar de las sensaciones que el lugar le provocase y abandonarse a la sensualidad.

Hoy viernes era el día acordado, otra vez por la mañana, otra vez en horas de trabajo, otro día arrebatado a cuenta de sus vacaciones, pero estaba como un jovencito enamorado siguiendo sin dudar las recomendaciones de su amada (como un jovencito enamorado de esos poco dominante y sin personalidad, con poco futuro en la relación todo hay que decirlo, pero Palillo no lo entendía así, era feliz en su infidelidad, el muy infeliz). La voz de su mujer le saco de su ensimismamiento.
-Hay que ver que buena estoy recién lavada.
Palillo, asomado a la ventana de la habitación, no pudo evitar una carcajada. Se volvió hacia su media naranja que se miraba desnuda frente al espejo del armario, y le comentó
-Es que la mugre afea mucho.
-No tonto, pero recién duchada está una muy vital.
-Mucho, mucho.
-Todavía estoy bien para mi edad, verdad.
-Claro que sí, cariño.
-El culo se me cae un poco, pero ya quisieran muchas tener este culo.
-Cierto, y yo. A mi también me gustaría tener ese culo, alguna noche.
-No seas tonto. Mira los brazos, se me empiezan a caer los pellejos.
-No digas tonterías, estas estupenda.
-¿Tu crees que unas morcillas de esas en los labios me sentarían bien? Mira, dime, iría así, Mmmm, mmmmm –le dijo, poniendo morros sacándose los labios ayudándose con los dedos.-Ahora se llevan mucho unos labios hinchados como con lepra.
-No sé yo si la lepra hincha los labios.
-Bueno, labios no, pero tetas si que me voy a poner, así, que tenga cincuenta años y las tetas duras y levantadas como cuando tenía quince. ¿Te acuerdas de mis tetas?- le comentó a su marido agarrándolas y levantándoselas.
-No sé, vagamente. Claro que me acuerdo, ¡que tetas más bonitas tenias!, del tamaño justo. Como ahora, por que son las mismas, ¿no?
-¿Ahora? Ahora son dos brevas caídas.
-Pues a mi me gustan.
-Bueno, sí, quizás. Ya quisieran muchas.
-Yo me conformo con esas dos. –respondió Palillo.
-Las cartucheras, la celulitis, ya no esta una para nada, con lo que una ha sido.
-Mujer, no te preocupes tanto, alguien te querrá. No estás tan mal. A mí todavía me la pones dura.
-¿Sabes que tienes razón?, alguien me querrá y si no, te tengo a ti. ¿Todavía te gusto, cariño?
-Claro, cariño.
Clara, la esposa de Palillo ya se había puesto su tanga y su sujetador, transparentes, azul clarito, de Calvin Klein. Y se encaminó al cuarto de baño. Desde el pasillo chilló:
-Hoy he quedado con esas a tomar café, tengo que ir de punta en blanco.
-Claro, Clara, claro. Lo mejor, que no se diga que tu marido no gana pasta.
-¿Hoy vendrás tarde?
-Es muy probable, tenemos reunión después del trabajo.
-Bueno igual no estoy cuando llegues, recogeré a los niños y me los llevo a las rebajas. Todavía tengo que comprarles algunas cosas antes de que nos vayamos.
-Vale, pero no gastes mucho.
-Ya sabes que yo no gasto mucho, más que nada en los niños y en ti. Yo no me compro nada caro.
-Ya, ya, si ya lo sé, por eso te lo digo. Por mi no te gastes mucho.
-Ya veré, ya veré, que en la playa todos los sevillanos van de marca y mis niños no van a ser menos.
Jacobo se resignó, no merecía la pena discutir ese tema. Como cada mes las tarjetas hundirían el presupuesto. Era así, ¿que se le iba a hacer?
Pero al menos volvía a tener parte de la tarde para él. Hoy tenía excusa para salir antes del trabajo así que dispondría de algunas horas para él y para Blanca.

Ocho horas después Jacobo subía por la calle Atocha con la cara entristecida y oliendo nuevamente a patata frita. “Otro plantón, pensaba que al menos aparecería para tomar algo en la tetería”
Caminaba como ausente, sin fijarse en la gente.
“Me he remojado en todas las piscinas, incluso en la fría esa que no hay quien soporte; he perdido diez kilos de sudor en el baño turco; me he dado el masaje, esta vez más gustoso sin agujetas; y nada de nada. Estoy sin comer pensando que pediríamos un cuscús en el restaurante, ¡ja!, ya puedo apañarme con una hamburguesa rápida”
Se detuvo para reflexionar con mayor profundidad.
“¡Mierda! El McDonald’s esta al final de la calle y estoy subiendo, bueno, pasada la Puerta del Sol hay otro. Después me cojo el metro allí mismo”.
Reanudo su paseo, en ese momento se dio cuenta de que llevaba un chino a su derecha, el de delante también parecía chino con esos pantalones imposibles que suelen llevar, cuando se percató que el de la izquierda también era oriental fue demasiado tarde para él. En lo que seguramente era un chino perfecto (en si era cantones o mandarín no vamos a profundizar) dieron unas voces, lo agarraron e introdujeron en un supermercado chino a la vista de todo el mundo sin que nadie hiciese nada.
-Eh, tíos, que yo me voy a comer una hamburguesa. No pienso comprar nada aquí.
Sin que quisiesen hacer caso al razonamiento de peso que Palillo les argumentaba, lo introdujeron en el cuartillo del fondo.
Jacobo Palillo, bancario de profesión e infiel vocacional, empezaba a estar hasta los cojones de los secuestros Express, al final era al banco a quien le tocaba devolver el dinero de sus clientes sustraído de los cajeros. Si pillaban a los delincuentes podían recuperarlo, pero todavía eso no había sucedido nunca, los juicios son largos y recurribles. Y al final era deuda que la casa matriz cargaba en el pasivo de la sucursal.
Tenía al chino mas chulo delante de él, evidentemente era el jefe de la pandilla, y a los demás rodeándole. Palillo dudaba entre seguir intentando razonar o rezar algunos Ave María, cuando se oyeron ruidos familiares en la tienda y la puerta del cuartillo se vino debajo de repente, arrancada de sus goznes. En lo que da tiempo a parpadear, cinco hombres armados entraron y se hicieron cargo de los chinos, desarmándoles e inmovilizándoles.
Un viejo conocido, entró entonces y se dirigió al asombrado secuestrado.
¿Que vamos a hacer con usted, amigo?

En el coche, de camino al edificio del CESID en la cuesta de las perdices, el capitán Matanzas le fue explicando algunas cosas.
Por su culpa el Gobernador del Banco de España, estaba hospitalizado en Londres recuperándose de un ataque de ansiedad, es decir de “miedo que te cagas”, desatendiendo sus funciones. Él se había convertido en objetivo de variados servicios de inteligencia extranjeros y todo un grupo de doce agentes estaba destinado solo para prevenir la posibilidad de que le secuestrasen. Esto había ocurrido ya un par de veces y no podía seguir sucediendo. Y la culpa de todo la tenia su amada Blanca. En el despacho del coronel Yuste, las cosas se pusieron mucho más claras.

(Continuará...)

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